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viernes, 4 de julio de 2014

Se buscan electores

En las Elecciones Estudiantiles de la UCA se encuentra todo lo necesario para realizar unos comicios transparentes, pero lo que menos hay son votantes. Cada dos años el Centro de Asuntos Estudiantiles lanza la convocatoria para que los alumnos participen, pero todo indica que las palabras caen en terreno infértil. Los niveles de abstención son altos, lo que pone en discusión el papel de los jóvenes ante los procesos democráticos a nivel local.


Cada evento electoral celebrado en El Salvador deja la misma impresión de apatía y desinterés por parte de la población en general. La última elección presidencial realizada el 9 de marzo es uno de tantos ejemplos. Los votos válidos suman casi 3 millones, lo cual representa un poco más de la mitad del padrón electoral, ni siquiera el 60 por ciento del mismo. En nuestro país hay elecciones cada tres años para alcaldes y cada cinco para presidentes. Ese vaivén electoral hace que, en algunas ocasiones, ambas elecciones coincidan o que se celebren con un año de diferencia. Sin embargo, hay otro tipo de elecciones que reúnen a una población más específica, una que comparte valores, una misma línea educativa y una misma alma mater; no obstante ni en esos lugares se logra subir el promedio de participación ciudadana.


Absentismo: Así lucía la Plaza de los Estudiantes por la paz el jueves
26 de junio por la mañana, día en que se celebraron las Elecciones
Estudiantiles 2014. El absentismo del alumnado era evidente.
Cuando hablamos de universidades hablamos de jóvenes, presente y futuro del país, y es alarmante el hecho que este sector de la población se distancie del voto, único sistema por el que  se eligen a los gobernantes en un Estado democrático. Dicho sistema de participación es utilizado en muchos centros de estudio públicos y privados para enseñarle al niño cómo se eligen a los líderes de una sociedad. Cuántos han de recordar que en la primera semana de clases se elige a la directiva de cada aula. Siempre hay un presidente, un vicepresidente, un secretario, un tesorero y los vocales. La elección popular parece un sistema ortodoxo y arcaico, pero que en una realidad como la nuestra no mueve a las masas.

La Plaza de los Estudiantes… sin estudiantes

Son las 8:30 de la mañana en la Plaza de los Estudiantes por la Paz, un área dentro de la UCA destinada a eventos de todo tipo. Este lugar es el centro de votación para todos los alumnos que conforman las tres facultades de la universidad. Hoy son las elecciones, aunque parece que nadie se ha enterado. Hace media hora había la misma cantidad de personas que en este momento en el que uno de los representantes del Centro de Asuntos Estudiantiles (CAE) da por inaugurada las Elecciones Estudiantiles 2014.

En la plaza se han instalado desde temprano tres mesas receptoras de votos y el mismo número de urnas protegidas bajo la sombre de unos toldos  azul oscuro. En cada mesa hay dos personas que se encargan de recibir al votante, buscarlo en la lista, entregarle la papeleta y hacerlo firmar para que quede constancia de que ya ha cumplido su derecho al sufragio. Es un procedimiento tan simple, que a mí solo me llevo dos minutos. Sin embargo, la mayor parte de la población de esta universidad pasa este evento de manera desapercibida.

Según datos obtenidos de la página web de la UCA, el número de estudiantes que pueden albergar sus 113 salones asciende a más de 6,300. Si se toma como base que el número de alumnos cursando alguna de las 24 carreras de pregrado que ofrece esta institución es de 6,000, el porcentaje aproximado de participación en las últimas elecciones fue de 31.7 por ciento, que en votos se traduce a 1,900 papeletas contadas. Estos datos fueron brindados por una de las colaboradoras del CAE quien dijo también que la meta es superar el número de votantes al menos por uno.

Los primeros: Este alumno fue el primero en ejerce
su voto en la urna de la Facultad de Ingeniería y
Arquitectura. La jornada electoral comenzó a las
8:30 de la mañana y concluyó a las 6 de la tarde.
Las expectativas de esta joven se van a ir desvaneciendo poco a poco pues desde que se abrieron las urnas hasta las 9:30 de mañana, a penas y habían votado unas 20 personas. Para Gabriela Portillo, encarga de la mesa receptora de votos de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades, la poca afluencia de alumnos se debe a que “no todas las fórmulas hicieron propaganda”. Portillo alega que cada una de las once fórmulas participantes en los comicios recibió $50 de parte del CAE para fabricar un banner y publicitar sus propuestas por toda la universidad. De igual forma, el CAE les aportó con copias, impresiones y cualquier tipo de material que necesitaran para hacer campaña.

Dichos panfletos y banners a penas y tuvieron impacto durante las seis semanas, aproximadamente, que duró la campaña. La población estudiantil pasó por alto las actividades llevadas a cabo por los candidatos lo cual se vio reflejado el día mismo de las elecciones pues la mayoría de estudiantes alegaban no conocer a todos los aspirantes.

Herbert Barrientos, alumno de Ciencias Jurídicas, quien asistió a su urna correspondiente motivado por contribuir con “la cultura de elección de representantes”, manifiesta que “solo conocía a tres fórmulas” y agregó que este ejercicio democrático dentro de la UCA es una radiografía de cómo se ve la sociedad: “lo mismo que se ve aquí se ve afuera. Hay apatía cuando se trata de elegir”, exclamó.

Sea el poco presupuesto destinado a la propaganda o el interés efímero de los jóvenes universitarios, lo cierto es que a las fórmulas casi nadie las conocía. Sus rostros no le eran familiares a los votantes, excepto a aquellos que tenían alguna afinidad con los candidatos. Ese desconocimiento prevaleció hasta el día de la elección pues no todos los futuros representantes se dejaron ver en la plaza de los estudiantes. Las formulas carecieron de identidad, de sustento y de apego con sus simpatizantes, si es que los tuvieron en algún momento. Por tanto, el reto para muchos que llegaron a las urnas era elegir entre el menos desconocido de todos.

Las Fórmulas desconocidas

Para la selección de los candidatos a formar parte del Concejo Estudiantil (CEUCA) se hizo una convocatoria que apareció en la página de Facebook del CAE el día 13 de mayo del 2014. Las inscripciones se cerraron el día 23 del mismo mes. Entre los requisitos estipulados estaba ser alumno activo de pregrado; haber aprobado entre 16 y 32 materias; tener un CUM igual a superior a 7.0; comprometerse a representar a la población estudiantil por un periodo de dos años y presentar la candidatura junto a un compañero de fórmula quien también debía cumplir estos requisitos.

El CAE le dio el aval a 11 fórmulas de todas las facultades: cuatro fórmulas de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades; tres fórmulas de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales y cuatro más correspondientes a la Facultad de Ingeniería y Arquitectura. No obstante, una Fórmula no participó y el número de concursantes se redujo a diez.
Voto desigual: Esta es una comparación de la cantidad aproximada de votos depositados dentro de las urnas a eso de las 11:30 de la mañana. Las facultades de Economía e Ingeniería tenía la mayor cantidad de votos en comparación a la de la Facultad de Humanidades.



Este procedimiento es el que siguió la joven estudiante Rocío Moreira, integrante de la Fórmula 7, quien manifestó que su principal objetivo si gana las elecciones será “escuchar a los estudiantes y conocer cuáles son su necesidades”. Moreira pertenece a la carrera de arquitectura y dice que se enteró de la convocatoria gracias a uno de los catedráticos que le imparte clases. “Cuando vimos la propuesta vimos también que cumplíamos con lo necesario y evaluamos que tanto apoyo íbamos a recibir y entonces decidimos mandar la carta (al CAE)”, explicó Rocío.

Entre las propuestas presentadas por su Fórmula están la creación de un torneo interno de baloncesto y fútbol, abrir espacios para el dialogo entre estudiantes y gestionar recursos para mejorar la infraestructura del campus, sobre todo la conexión a internet, entre otras.

La competencia de la Fórmula 7 dentro de su misma facultad era la Fórmula 8 conformada por Luís Sarmiento y Francisco Guerrero y la Fórmula 10 con la dupla de José Hernández y Jennifer Martínez. Ambas parejas coincidían en algunas propuestas, por ejemplo las relacionadas con la promoción de la cultura y la actividad deportiva; aunque había propuestas más ambiciosas como la reducción en el pago del parqueo, de los productos de la cafetería y el mejoramiento de los carné que tienden a estropearse con facilidad.

Realidades diferentes: Del lado izquierdo de la fotografía se encuentra la
mesa receptora de votos de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanida-
des. Dicha mesa fue la que menos votantes recibió. Se contabilizaron 465
votos válidos y 5 votos nulos. La diferencia es evidente respecto a las
otras facultades.
En el caso de las tres fórmulas correspondientes a la Facultad de Economía, (Fórmula 4, 5 y 6) lanzaron ideas respecto a temas como la adecuación de los pensum de carrera, mejorar el servicio de tutoría académica, impartir nuevos diplomados que refuercen los conocimientos de los estudiantes, más talleres y adiestramiento en tecnología. Por su parte, las cuatro fórmulas representantes de la Facultad de Humanidades sumaron otras propuestas como la preservación de las zonas verdes del campus, más seguridad en la salida peatonal, mejoramiento de la evaluación de catedráticos y la contratación de un servicio de autobuses para los estudiantes.

La mayoría de estas propuestas, a pesar de ser muy concretas, no llegaron a oídos de los electores e incluso no convencieron de que se puedan realizar en verdad. Así lo manifestó Johana Reymundo, estudiante de primer año de Economía. Ella participó por primera vez en una elección estudiantil y dice que algunas de las propuestas “están puestas solo por llenar espacio” y que seguramente no serán ejecutadas; pero ante todo se mostró sorprendida pues desconocía que la universidad realizaba este tipo de actividades.

Kenya Miranda y Alma Guerra, ambas estudiantes de Comunicación Social, dieron su evaluación sobre las propuestas presentadas por su facultad luego de ejercer el voto. Ambas declararon que lo que se necesita para incentivar el voto es “que hayan más centros de votación accesibles a todas las facultades”. De manera individual, Alma apuntó hacia el tema de los catedráticos al decir que “hay que apretar a los catedráticos para mejorar las clases en lugar de que se ande proponiendo la creación de diplomados para reforzar los conocimientos, por ahí pienso yo deberían ir las propuestas”.  En cambio, Kenya se pronunció a favor de las buenas propuestas y pidió que “las mejores sean retomadas por la fórmula ganadora”. Por último, ambas jóvenes esperan que los futuros representantes del estudiantado cumplan sus promesas y que comuniquen cuáles han sido sus proyectos ejecutados.

Los que no votan

El reloj ya marcaba las 11:30 de la mañana. Habían pasado ya tres horas desde el inicio de las elecciones. Para los estudiantes, esta es la hora pico en donde muchos se mueven de salón para ir a su próxima clase, algunos salen a almorzar y otros se marchan a casa. El ir y venir de jóvenes en mochila o en cartera me hacía pensar que la participación iba a aumentar en esta hora; sin embargo los movimientos fueron engañosos. La mitad de personas que transitaba por la Plaza de los Estudiantes por la Paz lo hacía por necesidad de llegar a otro destino e ignoraban por completo el proceso electoral que ahí se estaba ejecutando.

Entre ese mar de gente no votante estaban las jóvenes Mónica Quintanilla, Mariana Navas y Maritza Martínez, todas de cuarto año en la carrera de Psicología. El trío de compañeras se encontraban sentadas afuera de la biblioteca Florentino Idoate, la que está a un costado del Auditorio Elba y Celina en el edificio de las aulas D. Las encontré platicando muy amenamente, despreocupadas por el trajín de los voluntarios del CAE y de los pocos que aún hacían campaña a favor de sus fórmulas.

Sin más rodeos les hice la típica pregunta: ¿ya votaron? De las tres solo Mariana respondió que lo haría más tarde, las otras dos dijeron que no rotundamente. Maritza quiso profundizar más allá del “no” y respondió que no lo haría porque “no conocía a los candidatos ni tampoco a las propuestas” pues según ella “no se hizo una verdadera campaña, nadie los conoce por eso casi nadie vota”. Maritza señala que lo que en verdad necesita la UCA es “motivar a la participación política de los estudiantes y que realmente se hagan cambios estructurales y no solo propuestas ilusas de poner oasis y mejorar el internet”. “Yo quiero un Concejo Estudiantil que me represente, que vele por mi bienestar dentro del campus y que haga propuestas para atender los temas que realmente importan”, aportó Mónica.

De las tres, ninguna tiene conocimientos de lo que el Concejo anterior hizo en su periodo de dos años, lo cual dicen les genera desconfianza y no le da credibilidad al proceso que se está llevando a cabo. “Yo no vi que hicieran nada, o por lo menos no se dio a conocer”, aseveró Mariana.

Esa inseguridad y desconocimiento de las funciones del Concejo Estudiantil son una de las tantas deficiencias en el plano comunicativo que el CAE no ha atendido. A parte, hay que sumarle que a los estudiantes no se les informó cómo votar al momento de estar frente a la papeleta. No había gente que se encargara de dar indicaciones más que los encargados de mesa, no había afiches ni banners que ilustraran la forma de la papeleta y cómo marcar por la Fórmula que se considerara más apropiada, tampoco se informó cuál era el procedimiento luego de la finalización de las elecciones: cómo se nombraría al ganador, cuántos pueden integrar el Concejo Estudiantil y si los votos son determinantes para designar las funciones de los elegidos.

La desinformación y la confusión que esta genera también podría ser una de las causas del porqué los estudiantes decidieron renunciar a su derecho al voto y en lugar de ello se escaparon para ir a ver los últimos partidos de la fase de grupos del Mundial de Brasil. Quizá la resistencia a participar de las elecciones tenga sus raíces en el propio sistema en el cual se llevan a cabo y no tanto por la naturaleza de nuestro país. Si la UCA promulga entre sus valores la apertura hacia la participación de los pueblos sin distinción ni exclusión de ningún tipo, por qué sus alumnos parecen estar disgregados y no se sienten llamados a practicar la democracia. Esa es una interrogante que la institución debe aprender a leer a partir de los resultados obtenidos en estos comicios.

Una deuda y dos años más

La afluencia de estudiantes que se acercaban a ejercer el sufragio comenzó a descender al pasar el medio día. A las 12:30 solo quedaban los encargados de mesa y algunas personas que pululaban por la zona, seguramente porque se dirigían a sus clases. El augurio de una tarde solitaria empezaba a generar dudas en los organizadores y en las fórmulas participantes.

Carlos Méndez, auxiliar de iniciativas estudiantiles, brindó algunos datos sobre la última elección de 2012. En base a las estadísticas del CAE, en 2012 votaron 1,900 alumnos por lo que “la meta para este año es de 2000 votantes”, dijo optimista. Luego aclaró que si al menos logran superar por un voto lo conseguido hace dos años ellos lo tomarán como un éxito. No obstante, el mismo Carlos Méndez un día después en el marco del conteo de votos realizado en el Auditorio Segundo Montes estaría dando cifras negativas: 1882 votos en total, ocho menos que en la última elección y muy por debajo de las expectativas que se tenían previstas.

Al consultarle sobre el absentismo de los estudiantes de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades, Méndez respondió que “históricamente, es la facultad donde menos voten se obtienen”. Para 2012, solo en la urna de dicha facultad, se contabilizaron 480 votos; sin embargo esta cifra disminuyó este año pues el resultado arrojó 465 votos y de estos 5 son nulos. Carlos Méndez insistió también en la importancia de las elecciones a pesar de la poca participación pues “los que integran el Concejo Estudiantil tiene voz y voto en el Concejo de Facultad, desde ahí pueden resolverle problemas a los estudiantes, lo que pasa es que la gente no conoce la importancia que tiene este concejo que estamos eligiendo hoy”, declaró.

Méndez evadió el comentario que le hice acerca de los no votantes y sus razones, pero reconoció que la imagen del Concejo Estudiantil decayó debido a que “el anterior Concejo (2012-2014) no llenó las expectativas respecto al grupo anterior (2010-2012).” Él afirma que los estudiantes que buscan entrar al Concejo deben “tener amor por la universidad y por el trabajo que hay por delante. Es todo un reto”, dice.

Un día después, él junto a las autoridades del CAE harían el conteo de votos frente a las fórmulas aspirantes y el público invitado. Los resultados definitivos fueron: Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades: 465 votos emitidos, de los cuales hubo 5 votos nulos; 106 fueron para la Fórmula 1 (Andrea McLeod y Raymond Villalta); 98 para la Fórmula 2 (Melissa Pacheco y Fabricio Chacón); 159 para la Fórmula 3 (Carmen Padilla y Carlos Sánchez y 97 para la Fórmula 11 (Andrea Gavidia y German Rivera). Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales: 619 votos emitidos, de los cuales 271 fueron para la Fórmula 4 (Claudia Saravia y Mauricio Castro); 132 para la Fórmula 5 (Marcela Interiano y Fritz Kellman) y 216 para la Fórmula 6 (Ana Cruz y Kendall Chacón). Facultad de Ingeniería y Arquitectura: 798 votos emitidos, de los cuales hubo 2 votos nulos; 137 fueron para la Fórmula 7 (David Ortega y Gabriel Alfaro); 404 para la Fórmula 8 (Luis Sarmiento y Francisco Guerrero) y 255 para la Fórmula 10 (Oliverio Hernández y Jennifer Martínez).

Por lo tanto, las fórmulas ganadoras son: de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades: Fórmula 1 y 3. De la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales: Fórmula 4 y 6. De la Facultad de Ingeniería y Arquitectura: Fórmula 8 y 10. De manera que el Consejo Estudiantil 2014-2016 queda constituido por los siguientes miembros: Andrea McLeod; Raymond Villalta; Carmen Padilla; Carlos Sánchez; Claudia Saravia; Mauricio Castro; Ana Cruz; Kendall Chacón; Luis Sarmiento; Francisco Guerrero; Oliverio Hernández y Jennifer Martínez.

Estos doce jóvenes tendrán la ardua tarea de llenar el vacío que dejó el Concejo Estudiantil saliente y además demostrarle al estudiantado que su voz realmente vale y es escuchada. El reto es grande y la deuda que acarrean debe comenzar a saldarse en estos próximos dos años ya que el principal compromiso debería ser incluir en el plan de trabajo a todas las facultades, acercarse a otros líderes estudiantiles, a los movimientos sociales dentro de la UCA, en fin, reunir a la mayor población organizada y plantar un nuevo rostro, uno que le de aliento a los estudiantes para comenzar a creer en una democracia que no quieren practicar bajo las reglas del momento. El objetivo del nuevo Concejo Estudiantil es transformar las bases de la participación estudiantil e incidir en la dirección en la que apunta la universidad antes que se quede sin alumnos.

Saldo negativo: Las Elecciones Estudiantiles de este año
dejaron como datos que la participación de votantes fue
de 1,882 alumnos, un número por debajo de la meta estable-
cida por el CAE que era de 2,000 votos. La Facultad menos
votada fue la de Humanidades con 465 votos y la de mayor
participación fue la de Ingeniería con 798 votos.

miércoles, 24 de julio de 2013

El mito de los pañuelos del mal augurio

A ver, cómo empezar sin ser supersticioso o caer en la subjetividad. Hasta hoy no he sabido cómo, porque cuando uno es el fiador de estos casos resulta difícil apartarse de lo tendencioso. Como sea, ¡tengo que contárselos, debo confesárselos! Hace años no lo habría creído, ni siquiera lo hubiese tomado como una explicación a los eventos que estoy a punto de relatar. Quien tenga oídos que oiga, dijo el Señor. Pero yo digo, quien tenga ojos que lea.

Mi abuela y mi madre siempre fueron del dogma que un hombre sin pañuelo era un hombre ordinario, inculto y malcriado. Por eso, en la bolsa trasera de mi pantalón o short siempre me acompañaba un pañuelo de tela planchado. “Para los mocos”, decía abuela. “Para el sudor”, decía mi mamá. “Para qué”, pensaba yo a mis siete años. Su utilidad me era irrelevante, salvo las ocasiones en que me secaba las manos después de lavarme con agua, para cubrirme del sol en largas caminatas y hasta lo usé de paraguas una tarde cuando regresaba a pie a mi casa en medio del aguacero.

Siempre he adorado el olor de los pañuelos recién planchados, esa suavidad deslizándose en la punta de mis dedos o al frotarlo en mi rostro. Mi madre aun me los plancha pero con cierta displicencia pues de la delicadeza de niño pasé al desacato de un joven que acumula hasta tres pañuelos mugrosos en su mesa de noche y, en ocasiones, los olvido dentro de las bolsas de mis jeans o shorts.

Ese gusto y buen hábito de cargar un pañuelo, que al inicio era simplemente un acompañante y se fue convirtiendo en una muestra de mi delicadeza hacia el sexo femenino, me fue caracterizando al borde de querer cargar dos pañuelos, uno para las damas, de preferencia blanco, y el otro para mí, siempre celeste o gris para no hacer tan notorias las manchas negras que arrancaba de mi cara debido a la polución. Esa técnica funcionó, no en gran medida ya que el pañuelo extra pocas veces lo presté a una que otra compañera de clases. Al final, terminó siendo el pañuelo a préstamo para mis amigos que lo empapaban de sudor y vellos faciales luego de las clases de deporte. Entonces decidí cambiar ese pañuelo por una toalla.

Debo decir que tenía pocos, a lo mucho cuatro. Jamás me faltaron, eso sí. El detalle no tan apreciado de mi afán por mantener los pañuelos de mis bolsillos era que acumulaba tanta mugre que al momento de lavarlos, mi abuela, y después mi madre, echaban su furia contra mí por ser tan antihigiénico al utilizar el pañuelo por dos o tres semanas. Aun ahora tengo esa manía de ensuciarlos de un lado, luego voltearlos y así ir rotándolos hasta que toda la tela cuadrada parece trapo de cocina.

Claro, hoy prefiero sacarlos a tiempo antes de pasar una vergüenza. Y no, ya no dejo mis mocos enraizados en la tela pues eso vuelve al pañuelo en una especie de cartón duro. Porque, de seguro alguna vez han probado dejar sus fluidos nasales en un papel por varios días y luego se dan cuenta que se ha endurecido. Lo mismo les pasaba a mis pañuelos en épocas de colegio cuando la gripe me consumía. Uno quedó tan duro que se pegó de uno de los lados. Y cuando logré despegarlo, se había teñido de amarillo, así que lo deseché.

La única que me obsequiaba pañuelos era mi mamá. No recuerdo que nadie, en mis épocas de niñez, me haya dado en regalía un paquete de pañuelos finos, o al menos de esos que se comercializan en los vasares. Nadie, nadie… hasta que la adolescencia llegó y con ella la atracción más abierta por las niñas. Ese revoloteo hormonal me incitó a cuidar mi apariencia incluyendo a los pañuelos. No más pañuelos reusados. No mientras alguna niña me solicitara prestárselo.

Quienes me conocen sabrán darme la razón: yo no soy un hombre de incontables conquistas. No comulgo con el ritual masculino del cortejo al por mayor. Digamos pues que nací siendo hombre pero en el paquete olvidaron colocarme el instinto voraz por las mujeres, eso al que otros llaman naturaleza varonil. ¡Porquerías! Para mí tiene otro nombre: machismo, cinismo, descaro, etc. Creo tener en mis adentros una porción femenina que me ayuda a comprenderlas más de lo que se imaginan. Eso sumado a mi convivencia con mujeres desde que nací hasta estas alturas, cuando solo habito junto a mi mamá.

A los catorce conocí a una pequeña mujercita, mayor que mí por once meses. De cuerpo fino, curvas pronunciadas y caderas anchas, de esas mujeres salvadoreñas que ya casi no se ven pues llevan por herencia el cuerpo desgastado y diminuto de sus madres. Con el respeto de las demás, Mi pequeña tiene otro tipo de belleza. Una más sutil, que llena la vista de regocijo, que despierta el deseo por consentirla, por bajarle el cielo, llevarla a la galaxia jamás descubierta y llamarla con su sagrado nombre. Mi Inmaculada Niñita Acanelada, reencarnación de alguna diosa griega, o a lo mejor de una princesa hija de alguno de los dioses mitológicos mayas, los Señores de Xibalbá, que de seguro se aparearon con las indígenas más bellas de la tribu acarreando consigo tanto esplendor y entremezclándose con los españoles hasta tener una escultura providencial, con matices indígenas y celestiales.

Aunque ella sería la segunda en enamorarme, es sin duda mi primer amor, amor adolescente, de juventud, y con seguridad el amor de toda mi existencia. Era el mes de abril, tres meses antes de mi cumpleaños número quince cuando atamos nuestros caminos. Dos meses antes le había relatado mi vida y obra. Me conocía como de toda la vida, como si nunca hubiese estado ausente de mis desgracias, logros, enfermedades y acontecimientos que me han moldeado.

Llegado el mes de julio, mi primera efeméride junto a ella, recibí el primer obsequio de sus manos. No sé cuánto lo habrá pensado, si lo habrá discutido con alguna amiga, si lo meditó sola o simplemente lo decidió de manera unánime. Como quiera que haya sido, mi regalo consistía en un shampoo, una manzana y… ¡los temibles pañuelos! Todo iba dentro de una bolsita roja con una especie de adorno peludo.

Mi ignorancia en temas mitológicos no era mucha, conozco varios cuentos fantásticos, sobre todo los que cuentan nuestra identidad cultural. ¡Pero eso que los pañuelos acarrean desgracias para mí era nuevo, absurdo y descabellado! ¿Y eso quién se lo habrá inventado, pregunto yo todavía? ¿Quién habrá sido el primer hombre enamorado que cayó en desgracia y maldijo a los pañuelos, a quien los regala y a quien los recibe? Llevo semanas buscando esa respuesta, si usted la sabe no olvide darme cuentas sobre el caso.

Al contarles a mi madre y a mi abuela sobre aquel detalle las dos reaccionaron con discrepancia respecto al por qué Mi Princesa de Xibalbá me había dado tal cosa escandalosa, a su parecer, habiendo tantas otras formas de expresar su aprecio hacia mí. No dudaron en amedrentarme y que me preparara porque el mundo se me vendría encima, que ahora me atuviera a los problemas, que a partir de ahí caerían como maleficios, como castigo a un pecado imborrable, como el pecado original con el que todos nacemos, según el Génesis, culpa de Adán y Eva y su desobediencia a Dios.

La verdad no me sorprendió sus declaraciones proféticas pues ya antes habían tratado de vaticinar ciertos acontecimientos políticos acaecidos en 2009 que no hace falta mencionar. Solo recuerde y trate de no arrepentirse por quién votó hace cuatro años. Ya nada se puede hacer. Lo mismo pienso yo de esa ocasión, ya nada podía cambiar. Si tendría que sufrir, esperaba hacerlo sin que nadie más se diera cuenta para no tener que aceptar que tenían razón, dije yo luego de escuchar sus alegatos.

No le mencioné nada de esa conversación a mi Niña Inmaculada. Pensé que era absurdo y que podría tomarlo en mal sentido, como si el regalo no fuera de  mi agrado. Así que callé y no me tomé más tiempo en convencerme si aquello era cierto. ¡Y más temprano que tarde llegó la desgracia! En agosto, luego de su cumpleaños había planeado una salida a la feria. La primera semana de agosto llegan las vacaciones, los desfiles y el consumo desmedido en los campos de las dos ferias principales: Don Rua para los más humildes, Consuma para los que siendo humildes se van a gastar la quincena en las juegos mecánicos, la comida y alguna adquisición material.

Resulta que esa salida nunca llegó. Por alguna razón que desconozco ella no aceptó. Más tarde me di cuenta que había salido una noche al campo de la feria junto a algunos familiares y se encontró con uno de tantos pretendientes que he tenido que aguantar. ¡Desgracia y pelea! Era de las primeras ocasiones que discutíamos por causa de un intruso, por tanto, siendo a penas el cuarto mes de relación, causaba más dolor de lo normal tener que entrar en confrontaciones y hasta cierto punto sentir celos por aquella noche en que los planes se frustraron.

Bajo ningún motivo até cabos y concluí que esa discusión fue a causa de los benditos pañuelos. No lo pensé durante los cuatro años siguientes, hasta que mi pobrecita Princesa Maya volvió a regalarme un paquete de pañuelos, junto a un shampoo y un paquete de semilla de marañón.

Todo aquello sucedido cuatro años antes no representaba nada más que un recuerdo, de los primeros en los cuales nos vemos en una situación de discordia. Lo de los pañuelos, ¡qué va!, eran historia. No niego que les tengo un gran aprecio pues siguen siendo mis pañuelos preferidos. Cambié mi antigua gama de pañuelos por los que ella me dio en aquel cumpleaños. Nunca los vi como enemigos, como símbolos del mal ni mucho menos. Eran y siguen siendo mis pañuelos de uso cotidiano. Con los que limpio mi frente al regreso de la universidad en horas meridianas, los que me salvan de los residuos de comida en mis manos y mi boca, los que utilizo para limpiar los lentes de mi Princesa Encantadora en las salidas al cine o a comer e incluso han secado sus lágrimas en los malos ratos

No tengo rencores contra mis elegantes pañuelos marca Diego Cassel. Así que pensé que otro juego de pañuelos no me caería mal. La noche del tres de julio, día de mi natalicio, ella vino a mi casa a festejar junto a la familia. En sus manos colgaba la bolsita de regalo donde los engendros del mal ya venían listos para traer el infierno a la tierra. Partimos el pastel, hasta una piñata me habían llevado, y eso que estaba cumpliendo diecinueve años. Al final fue una velada agradable que terminó en su casa con otro pastel y en compañía de su familia. ¡Qué más podía pedir!

Paso el cuatro, el cinco y nada. Llego el seis de julio, un sábado, día que salimos desde temprano de un lado a otro. Almorzamos juntos, fuimos al cine y regresamos para cenar en mi casa. Aun todo en paz, tan en paz que disfrutamos de la noche leyendo un buen libro, Cuentos sucios de una genio cuentista, Jacinta Escudos. Todo marchaba de maravilla. Llego el lunes, sin novedades. El martes, día de nuestro aniversario, un mes más juntos que adherimos a la cuenta que ya sobrepasaba los cuatro años y tres meses de relación. La verdad es que veníamos de una racha de malos ratos desde mayo. Ambos pensamos que ahora que había salido de la universidad y no regresaría sino hasta agosto, el tiempo nos caería como anillo al dedo. ¡Pero los demonios llegaron esa noche, y no salieron hasta después de once días!

La noche del nueve de julio comenzó a teñirse de un clima intolerante. Tratábamos de finalizar la lectura del libro que comenzamos a explorar el sábado anterior. De repente ya nada estaba yendo en la ruta pensada. Ambos intolerantes, sin vernos, sin hablar. La lectura inmutable, y solo la lluvia salpicaba el techo de su hogar. Dije entonces “así no leeré más”. Todo se detuvo. Ella cedió y trató de abrazarme, acción que intenté primero media hora antes sin lograrlo pues me dio la espalda. Me negué acusándola de haberme ignorado cuando traté de seguir leyendo. Le dije que ya no era momento que me abrazara pues solo lo hacía cuando ella lo necesitaba no cuando yo lo busqué. En ese momento estábamos de pie, nos sentamos y volvió el silencio. Al rato, dijo que tenía sueño. Inmediatamente me puse de pie, tomé el libro y sin renegar caminé hacia la puerta. No me despedí, pero por dentro sentía un amargo adiós que ninguno pronunció.

Al siguiente día se disculpó por medio de un mensaje a mi celular. Acepté pero seguía recriminándole. Volvimos a discutir. Dejo de mandarme mensajes por mi insistencia y porque según ella, no estaba para esperar tanto mis respuestas, que estaba demorándome demasiado y que eso no le agradaba. Seguí explicándole, no sé porque lo hacía. Era el miedo a verla enojada pues he ahí otra señal divina que sus raíces se remontan a las etnias desaparecidas de las selvas mesoamericanas. Su temple de hierro la convierte en una Diosa del trueno, de la tempestad y la amargura. La Diosa de los volcanes. Explotan con furia y queman. Mi Diosa Maya había reventado.

Entonces me remonté a la mística creencia de los pañuelos y sus maleficios que aún no entendía. Conversé con mi abuela y le comenté sobre el regalo que me había llegado como desgracia en mi cumpleaños. En una llamada telefónica, desde California, mi abuela me volvía a exhortar a que regalar pañuelos trae mala suerte. “Eso no te lo debería de dar”, me dijo en tono preocupante. Preguntó si habíamos peleado, si todo estaba bien. Claro que mentí, y sigo manteniendo esa idea que en esos once días de tormento nada pasó. Mi madre no lo cree pues mis noches las pasé en mi cuarto leyendo, tratando de escribir como desahogo y por último, cuando comenzaba a convencerme del hechizo de los pañuelos, busque en internet algún indicio del dichoso mal a ver si me daba respuestas.

¡Bingo! En un blog mexicano que tiene como título “SORPRENDERAS: 5 regalos que dan buena o mala suerte” encontré una escueta y simple explicación: regalar pañuelos trae peleas y lágrimas a la relación. ¡Mierda, por qué no lo leí antes! Seguí buscando y rebuscando. Unas cuantas páginas lo mencionaban, pero sin que algo pudiese convencerme, sin una verdadera explicación u origen de este mito maldecido, endemoniado que se ensaña con las parejas. Entonces me decidí a contarle a mi Niña Diosa enfurecía. Tuve que ceder, apelar a los sentimientos. Ella confesó que es débil ante estas situaciones, que odia mi frialdad, mi falta de atención y siente mi ausencia en las noches que no nos vimos. Le comenté lo de los pañuelos y le resumí el cuento que mi mamá y mi abuela me rezaron como una profecía cumplida. No quería creerme, quizá porque la costumbre es que yo la convenza con grandes argumentos. Esta vez no tenía más que contarle, ni yo alcanzaba a comprender la validez de esas creencias.

Al siguiente día me pidió más detalles. Volví a explicarle lo que mi abuela piensa respecto a los malditos pañuelos del mal augurio. Ella comenzó a tomarme enserio, sin embargo y con sinceridad aceptó jamás haber escuchado sobre pañuelos que lo maldicen a uno, que le generan problemas y hasta rupturas. Se lo comentó a su mamá y a su tía. Ninguna le dio razones. ¡Qué clase de brujería embarga entonces a estos pañuelos!

Ella preguntó qué haría con ellos. Respondí que los conservaría, o tal vez, para probar su poder maligno, se los regalaría a alguna pareja a ver qué sucede. No dudó en reprocharme que no lo hiciera, “qué tal que terminan”. ¡Ja! Con eso bastó para demostrar su aprobación al supuesto problema de los pañuelos del mal augurio. Después de eso aún seguimos con roces, pero ya todo estaba claro. Los pañuelos eran la causa de tantas desgracias, discusiones y comentarios que mejor no transcribo para conservar un poco de intimidad. Muerto el hechizo o no, el acercamiento se dio y todo lo explicamos con decir que “regalar pañuelos trae mal augurio”.

sábado, 29 de junio de 2013

#OjalaYoFuera


¿Cuántos en este país sueñan con estar en el lugar que muchos de nosotros a lo mejor no valoramos lo suficiente? Estos son sus rostros, estos son sus anhelos y esta es la frase amarga, la única que les da consuelo #OjalaYoFuera

Una producción de Narrativas SV (https://www.facebook.com/pages/Narrativas-SV/398125750259730)

domingo, 9 de junio de 2013

Amor de los 50

Hace dos meses recortaste tu cabello. Digo recortaste aunque lo cierto es que mutilaste el esplendor de tus rayos negros que cobijaban tu espalda hasta el borde de tus curvas. Fue un sábado de abril, mes de verano con olor a cuaresma, con olor a santidad con olor a recuerdos.

Los pocos pelos prendidos a tu cuello aun respiraban después de pasar por entre las tijeras. Ese día coincidimos inesperadamente a la entrada de la escuela, antes de comenzar la jordana sabatina. De haber sabido, el golpe no me hubiese hecho trastabillar, pero como no hubo aviso, no tuve más que correr a comprobar lo que mis ojos veían de lejos.

Tu frente humedecida en sudor denotaba el nerviosismo por saber si habías tomado una buena decisión, y mientras pensaba qué decir para no sonar tosco, miraba los pelitos arrancados de su raíz parpadeando por última vez ante mi presencia. Al fin salí de la atrofia mental en la que me dejó tu nueva figura y solo alcancé a decir “te vez bien, corto pero bien”.

Y es que tu cabello ha sido testigo presencial de los sucesos más emotivos en nuestra historia moderna. Se compara mucho a un historiador que crece extendiéndose en sus narrativas profundas, tan profundas como la oscuridad total del universo, tan oscuro como tu cabello, el que ahora ya no está.

Esas mechas alisadas geométricamente como la exactitud de una escuadra, atesoran las caricias de mis manos. Mis dedos, que tantas veces entablaron conversaciones extensas con tus bellos lienzos, extrañan desde ese día deslizare libremente entre las finas sedas de tus hebras. Echan de menos juguetear con tus puntas cerradas, esas puntas que no conocieron nunca la desdicha de reventarse.

Con sensatez declaro a tus cabellos como la maravilla codiciada por el sexo femenino, pues en lo que va de nuestro tiempo, lo has modelado con estéticas sutiles, parcialmente diferentes, con elegancia y vanidad. Tus cabellos son anclas de la presencia palpable y física de la abstracción de lo divino engendrado en tus hileras.

Me he regocijado por más de cuatro veranos viendo las transformaciones de un fleco a la soltura del degrafilado, a la sencillez del cabello recogido, atado a una cola, sostenido en ganchos, humectado después del baño y alisado mecánicamente con la ayuda de la plancha. A pesar que este último no te hace falta, le da un chispazo de sensualidad a la gema de tu anatomía, que brilla intachable cuando se trata de nuestras citas de mediodía hasta la tarde noche.

Tu cabello sabe contar historias. Las más dulces, y también las hay amargas. Recopilan cuentos viajeros en nuestros pasatiempos de fin de semana, vacaciones y festejos. Visitas al museo, al cine, al parque y hasta el simple hecho de abordar el autobús, solo para ver flotar tu cabellera al compás del viento colado por la ventana. Todas estas historias terminan igual; acomodo tus lienzos, unos sobre las orejas, otros en diagonal con tu frente y los últimos formando una cascada sobre tus hombros.

Pero si me preguntas cómo te ves hoy, diré que estamos en los 50’s. Con ondulaciones, cortes a la altura de las mejillas, estilo hongo, rulos y claros. Así de hermoso luce tu rostro perfectamente simétrico. Has logrado congeniar con el estilo retro, el de las décadas de oro, con la variante que el recato de tus hebras enceguece por ser tan tuyo, tan propio, tan mío, tan nuestro.

Ahora, en tiempos dorados, siento que me enamoro más por la impaciencia de ver crecer las fibras deliciosas que brotan de las raíces de tu cabeza. Mido constantemente su largo, su sedosidad, el brillo que me paraliza, que me anima a siempre acariciarlos, a besarlos con la punta de mis dedos, a frotarlos contra mis labios y contarles más acerca de la vida nuestra. Cánticos y reverencias al cabello más consentido, propiedad de la mujer, mi niña inmaculada, que por gracia de sus encantos roba miradas, suspiros y arranca de mí un diccionario de poemas, liras y rezos a la santidad gloriosa de tan maravillosa princesa acanelada.

sábado, 18 de mayo de 2013

Sueños de un Pentecostés


El rostro de uno de los más de 150 menores que asisten al Comedor Infantil.
Los fines de semana son para muchos el escape de la rutina exhaustiva, del trabajo o los estudios y por tal motivo sería imperdonable hacer lo contrario. Pero para otras personas como Marisol, las tardes de los sábados están destinadas específicamente hacia una sola labor: alimentar a niños y niñas.

Al filo de las 2:00 pm las puertas de la Casa Cultural de la Comunidad Las Palmas son abiertas para un grupo de personas que van con toda la disposición de preparar ricos platillos para alrededor de 150 niños, niñas, jóvenes, ancianas y mujeres con sus bebes en brazos que se abocan a este lugar por la necesidad que pasan en sus casas pues esta comunidad es una de tantas comunidades marginales en el área metropolitana de San Salvador.

Aquella tarde no era la excepción y el menú a degustar sería picado de carne con verduras acompañado de arroz blanco, dos panes franceses y refresco de jamaica. El personal que se necesita para que el alimento sea una obra de arte culinaria está liderado por Marisol, una señora con tono de voz serio, robusta y  expresión serena en su rostro. Casi siempre se hace acompañar de Randy, su hijo, quien es el administrador de este proyecto comunitario que se conoce con el nombre de “Comedor Infantil de la Comunidad Las Palmas” o “el Comedor” a secas, como los niños lo nombran cuando hablen de él.

Las labores de preparación comienzan pronto y para realizarlas Marisol no está sola pues dentro de este equipo de mujeres cocineras también está Ana Miriam, María Isabel y Roxana, una de las más jóvenes y quizá esta sea la justificación más sencilla para explicar su inagotable sentido del humor, jovialidad y carisma con el que abarca toda el área de la cocina a la vez que hace menos tediosa y tolerante el arduo trabajo de cocción del alimento.

Este equipo se complementa con el apoyo que reciben cada sábado de los integrantes de los diferentes grupos de la Iglesia La Sagrada Familia, parroquia que se encuentra dentro de la comunidad. También cuentan con la ayuda voluntaria del equipo de Catequesis y los jóvenes que lo integran.

Marisol (al frente a la izquierda) y Roxana (atrás) preparan el menú del día.
Son casi las 3:15, la cocina está a todo vapor, los voluntarios de esta jornada lavan los platos y vasos donde se sirve el alimento mientras otros barren, limpian y colocan las 13 mesas rojas y otras 9 mesas más pequeñas para los niños con sus respectivas sillas de madera del mismo tamaño.

El reloj avanza y todo esta impecable, en orden y a tiempo para cuando sea el momento de la repartición de la comida. Aprovecho esta pequeña brecha de descanso para platicar con Marisol. Ella, según me relató, es voluntaria desde hace un poco más de dos años y sintió el llamado al servicio al ver que el proyecto no contaba con personal permanente para la preparación de los alimentos y vio la posibilidad de poner a disposición sus habilidades en la cocina y así colaborar cada fin de semana.

- Uno lo que viene a hacer lo hace de corazón no de mala gana - es lo que respondió cuando pregunté sobre lo que significa para ella dar de su tiempo al servicio de otros y a su vez dice sentirse “agradada” al ver que los niños se van contentos después de haber recibido ese poquito de esperanza servida en un plato caliente. – Espero que se motiven a colaborar para que el comedor no desaparezca – dijo en respuesta a la necesidad de fondos, víveres y voluntarios que ayuden a mantener esta obra que, como ya antes me había contado su hijo y administrador Randy Ortiz, todo es un sueño que nació en la imaginación del Padre Dean Brackley, un sacerdote jesuita que falleció hace unos meses atrás.

Randy, al igual que el equipo de catequesis el cual también preside, se siente comprometido con esta obra de amor que llega a los niños y niñas más necesitados de esta comunidad y sobre todo anhela que el Comedor prospere pasando de un funcionamiento únicamente sabatino a brindar un servicio todos los días de la semana.

La inauguración oficial del proyecto fue un día 30 de mayo del 2009, era sábado pero no un sábado cualquiera pues la iglesia católica celebraba “Pentecostés” conmemorativo a la venida del Espíritu Santo. Pero sus raíces se remontan meses atrás cuando se alimentaba únicamente a los niños y niñas que asistían a las clases de Catequesis que se imparten en las instalaciones del Centro Escolar Republica de Canadá, la escuela local de Las Palmas. Lidia Rivera, una de las catequistas de ese entonces, menciona que antes de convertirse en un Comedor Infantil como tal nada más se entregaban “refrigerios fuertes” con el objetivo de alimentar sanamente a los niños que asistían a catequesis y pensando también en su nutrición pues la mayoría son de escasos recursos económicos y lo poco que llegan a consumir en sus hogares no alcanza a sustentar sus necesidades. Con el tiempo la idea fue tomando fuerza y se comenzó con la adquisición de platos, vasos, una cocina y utensilios necesarios para la preparación del alimento. Esto se logró gracias a la intervención del Padre German Rosa, párroco de la Iglesia La Sagrada Familia, quien recaudó bonos de gente altruista y también gracias a la ayuda que se obtuvo de un colegio en los Estados Unidos. Así comenzó a palpitar este sueño que ahora está por cumplir tres años consecutivos (actualmente cuatro) entregando platos de comida, dibujando esa tierna sonrisa en los rostros desprotegidos de cientos de niños que no reciben solamente alimento sino ese cariño que en sus hogares talvez no existe. Todos son atendidos con respeto, con amabilidad y al final salen satisfechos, felices y con el entusiasmo de volver ya que, como todos los colaboradores manifiestan: - ellos se te acercan y te dicen que habrá el próximo sábado cuando apenas es lunes -.

Los primeros en llegar para recibir sus alimentos.
Afuera de la Casa Cultural ya se escucha el murmullo de vocecitas impacientes y algunos que tocan el portón reclamando el ingreso pero aun no es tiempo. Son las 4:50, momento en el cual todos se reúnen para hacer la oración hacia nuestro creador y pedir por los alimentos que los niños están por tomar. Reunidos en el patio cerca de los lavaderos formamos un círculo y uno de los voluntarios pide que alguien dirija la oración e inmediatamente un señor se ofrece, aunque al momento en que pronuncia la primera palabra, otra señora con una voz más potente lo hace desencadenando una letanía de peticiones que emanaban de los corazones de todos los ahí reunidos. Era difícil entenderles a todos y preferí observarlos y guardar silencio hasta que comenzó el “Padre Nuestro”. Concluido el acto de bendición y agradecimiento, todos toman posiciones: las señoras  cocineras comienzan a servir la comida en los platos, otra lo hace sirviendo el refresco, algunos jóvenes toman las bandejas donde van colocando los platos y las bebidas, dos más toman un jabón líquido y una toalla para que los que ingresen pasen primero a lavar sus manos y luego a buscar su asiento.

A las 5:00 pm todos se abocan a la entrada de la Casa Cultural para tomar su alimento.
Randy se ubica en la entrada y de cinco en cinco, comenzando con los más pequeños, hacen el ingreso al lugar y esperan un momento hasta que todos hayan entrado para hacer la oración por los alimentos, cosa que no es fácil pues como se imaginarán, tratar de hacer silencio en medio de un mar de infantes es cuestión de mucha paciencia. De la oración apenas recuerdo el inicio, “Señor Jesús…” quizá porque estoy más pendiente del ajetreo en la cocina. En cuestión de minutos las bandejas cargadas de platos que a su paso enamoran con su olor van quedando vacías al mismo tiempo que se va completando la primera sección donde se ubican la mayoría de los niños pues la Casa Cultural cuenta con un patio trasero donde la gente espera por su alimento. Cuando todos lo han recibido ya está un equipo listo esperando los trastos ocupados por los niños aunque, nunca faltan aquellos que con humildad y pena preguntan si aún queda un plato disponible para saciar su hambre.

Es irónico que un trabajo de un poco más de dos horas sea devorado en media hora aproximadamente pero para todos los voluntarios eso es lo de menos ya que se sienten complacidos por haber entregado alegría en ese plato que sirvieron y que rara vez queda alguna sobra.

Los que van terminando se disponen a salir sin embargo, algunos tratan de escabullirse y pasar hacia el patio pues ahí hay juegos y a veces una pelota con la que se divierten ignorando las peticiones de los voluntarios para que se retiren. Por fin lo hacen y, tal como al inicio, el trabajo vuelve a empezar limpiando, barriendo, ordenando mesas y sillas, lavando el ejército de trastos que sobran de lo que fue el picado de carne con verduras.

Los jóvenes de CreEs (Crecimiento espiritual) se encargan de la logística y la limpieza luego de cada actividad.
El movimiento es constante y no termina hasta que todo vuelva a quedar tal como lo encontraron pero, también tienen su recompensa, porque al finalizar con la rutinaria limpieza los jóvenes y  voluntarios alcanzan a probar, (y digo alcanzan porque no es así siempre) lo que queda de la preparación del día. Justo premio por semejante labor.

Ese es un día sábado para estas personas que dejan el ocio, los compromisos y el quehacer en sus hogares para dar de su tiempo a los más necesitados. Sin embargo, los protagonistas de este relato no son Marisol, Randy, Ana Miriam y los demás jóvenes que colaboran para echar a andar el proyecto sino que el autor principal de este sueño que vio luz por vez primera en Pentecostés son los niños y niñas de la comunidad, esos que van en busca de lo que nadie les ofrece, que esperan una semana impacientes por saber que les aguarda en ese plato preparado con amor. Ellos son los artífices de esta obra que hace casi tres años (ahora cuatro) se abrió para todos y todas y que espera seguir creciendo por voluntad de Dios y de aquellos que se sientan llamados a servir pues como dice el emblema de este Comedor Infantil, sus voluntarios seguirán <<Alimentando con amor solidario a los niños y niñas de la Comunidad Las Palmas>> mientras el sueño no muera y la voluntad de dar exista.

Jóvenes de CreEs dirigiendo la oración por los alimentos.
Yesenia, una joven voluntaria alimenta a una de las niñas más pequeñas que asisten al Comedor.


jueves, 9 de mayo de 2013

La Magdalena


Ahora me avergüenzo de mi forma de rezar. Todas las mañanas, luego de tomar mis llaves, el teléfono, mi mochila y asegurar las puertas de mi hogar, converso con Dios Padre abriendo mis manos, cerrando intermitentemente mis ojos que se clavan en el cielo y todo antes de despedirme del vacío que dejo tras la entrada principal.

Un minuto, no más. El tiempo siempre se reduce a una mísera fracción pues, mientras saco mi lista de peticiones, pienso en las clases, las tareas pendientes, la cena de anoche, los desechos del perro y cualquier mal que me distrae inquietándome. Por fin termino la micro letanía sin esperar la respuesta divina. Es como si el Dios que profeso fuese el operador telefónico de la comida rápida y yo el cliente que ordena exigiendo con orgullo inherente.

Allá va mi alma despavorida tiritando por el mal de cada día, esa sensación que nos inyectan a diario acerca de la muerte a mano armada o a manos de alguna jaula de metal y su nómada en el volante. Aunque no quiera, dejo mi integridad en la fortuna o desacierto de uno de ellos. Abordo la jaula con menos de diez minutos antes de la hora de mi primera clase. Sigo resintiendo el dolor en mi pie derecho, pero el arranque me arrastra hasta los asientos de atrás.

Ahí caigo como un clavo empujado por el azar. Junto a la ventana hay una mujer que parece dormida. Me siento tratando de acomodar mis piernas que son demasiado largas para el espacio entre los asientos. Hasta ese momento el viaje no vale la pena ni recordarlo, sin embargo bastó con verle sus manos que aprisionaban un rosario de color café quemado para despertar de golpe.

La mujer que creí dormida realmente rezaba. Sus ojos sumergidos en la oscuridad debajo de sus párpados develaban la devoción de cada Ave María. Su cuerpo ligero simplemente flotaba con el movimiento del armatoste. No se inmutaba ni respondía al ruido exterior. Ella solo rezaba, aprisionaba su camándula y rezaba.

El resplandor del sol entraba por la ventana y cubría su blusa verde con el calor atenuado de las 8:25. A mitad de mi ruta abrió los ojos, quizá porque sintió el roce de mi pierna en una de las curvas. Ahí aprecié toda su belleza natural. Su rostro iba acompañado de un maquille vistoso pero no excesivo. En sus piernas cargaba una cartera de cuero lustrado negra, una bolsa de tela del mismo color y una botella con agua con menos de la mitad. Volvió a concentrarse, tomó una de las bolitas de madera y la presionó entre su dedo índice y el medio.

El bus se detuvo en una de sus paradas. Observé la simpleza de su peinado recogido en una cola. Su pelo teñido brillaba con nitidez. Era una mujer muy cuidada. A lo mejor treintañera, soltera pero trabajadora. De esas pocas mujeres que inspiran decencia, que ilusionan a un hombre, que enorgullece a su madre, un ejemplo de fémina virtuosa.

Más adelante, cuando ella bajó del bus y tomó su camino, la llamé Magdalena. La Magdalena, virgen joven, iluminada de forma natural; así era La Magdalena que iba a mi lado. Rezaba por sus aflicciones, imploraba por su familia, buscaba el perdón en cada Padre Nuestro y suprimía de su rezo el bienestar propio. No sé cómo es que lo sé, pero estoy seguro que eso era lo que su silencio decía en conversación íntima con el Dios de los penitentes.

La Magdalena ha acabado sus plegarias. Deja de presionar su camándula y la guarda en su cartera de cuero lustrado. Deja ver el iris de sus ojos y de paso veo sus manos blancas y en la punta sus uñas color ocre. Sigo observando sus dedos delicados adornados nada más con el tinte artificial. Recoge de sus piernas ambas bolsas, una de ellas, la de tela, parece un poco pesada. Se prepara para salir.

Minutos antes de despedir con la mirada a La Magdalena, quito mi vista de su hermosa escultura femenina. Comienzo a recordar que en mi casa guardo tres camándulas. Dos de ellas las compré en las afueras de la Ceiba de Guadalupe y la otra me la dieron mis tíos el día que hice mi confirma. Ellos eran mis padrinos. Voy más lejos en mi memoria y apenas logro traer al presente la última vez que tomé el rosario y recé. Fue en bachillerato, en clase de orientación cristiana.

La Magdalena se levanta con dificultad pues carga con demasiado. De espaldas a mí y frente a la puerta de salida la veo con su blusa verde y su pantalón negro ajustado a sus piernas. De pie su presencia es más notable, su cuerpo macizo sería el orgullo de cualquier conquistador. Por fin oigo su voz. Es dulce, melódica como la de cualquier joven con apariencia de treinta. Saluda a una señora al costado opuesto del asiento donde me acompañó no más de diez minutos. El bus se detiene y ella se baja despidiéndose de la señora y la pierdo de vista.

Olvido por un momento seguirla con la mirada en su ruta laboral. Prefiero meditar el tiempo que duró su presencia y pensar qué haré ahora que ya no está a mi lado. La Magdalena, divina mujer virgen para mis ojos, se ha ganado mi aprecio, un sincero respeto y añoranza de coincidir una vez más para que me enseñe cómo rezar en medio de la hostilidad, cómo meditar frente a los problemas y al mismo tiempo ignorar que una persona te observe mientras dejas tu intimidad en la fe religiosa.