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jueves, 2 de agosto de 2012

El Salvador (la fiesta) del mundo - Primera parte

El pueblo se abocó al desfile inaugural de las fiestas agostinas.

Los festejos de nuestra capital, San Salvador, tradicionalmente arrancan el día primero de agosto; sin embargo, el derroche comercial inicia, cuanto menos, cuatro o cinco días antes. Esta celebración es dedicada al patrono de la cuidad, El divino Salvador del mundo cuya estatua descansa en el redondel que lleva su mismo nombre. Recuerdo la última vez que asistí al desfile de apertura denominado El desfile del correo. Para ese entonces mi abuela aún vivía acá en el país, mi hermana era soltera y yo un escritor sin saberlo. Desde esa fecha hasta la actualidad han pasado entre ocho y diez años, no lo recuerdo muy bien, pero lo que sí tengo bien presente es el ambiente, la sensación única de aquellos momentos que no se repetirán.

Este año decidí emprender camino de manera solitaria. Puede parecer raro ir sin compañía a un desfile, pero a mí parecer, no veo el impedimento. Así pues, tomé mi mochila tipo mailman y salí con paso constante ya que la hora avanzaba y no quería perderme de nada. Mientras marchaba a paso de sargento de milicia pensaba en cómo sería esta vez. Será que todo sigue igual, habrá alguna diferencia entre ir solo y haber ido varios años con mi familia. Me sentiré melancólico al ver a todos en compañía de sus esposas, novias, hijos, nietos, sobrinos, primos, amigos, amantes o simples conocidos cuando yo, en medio de un océano de cabezas, solo tenga el apego de mi mochila café grisácea, una botella de agua reutilizada, un lapicero y un cuaderno maltratado. De paso en paso dejé de divagar respecto a si iba o no acompañado pues, de todos modos, no asistía como un simple espectador o turista, sino como un reportero camuflado de joven desinteresado por lo que pase frente a sus narices.

A la distancia se escuchaban las explosiones de las varas de cohete, así conocidas para los salvadoreans. El tráfico ya había sido desviado debido al paso del desfile por la Alameda Roosevelt que lucía desbordada de gente esperando el banderillazo de salida el cual sería dado por el Alcalde Norman Quijano. Me detendré un momento con nuestro famoso edil coincidiendo así con mi llegada al redondel del Salvador del Mundo.

A eso de las nueve con cinco me encontraba ya en el lugar desde donde partirían. Estuve observando el entorno y mis pupilas no lograban divisar donde terminaba aquel gentío que bañaba toda la alameda. Entonces recordé que eso no había cambiado, era el mismo conglomerado con el que nos topábamos cuando mi abuela comandaba la expedición a esta selva humana. También las ventas no habían variado mucho: las lagartijas de material parecido al polietileno que se mueven en zigzag, las papalotas de papel, los molinillos de viento, botecitos para crear burbujas… Era una estampida de antiguas anécdotas de años atrás que volvían a mis pensamientos suavemente, sin golpear mi sensibilidad.

Estuve en actitud expectante por varios minutos hasta que mis oídos se llenaron del dilin dilan de los señores que venden sorbete y minuta en sus carretones. Parecía que eran una asociación de vendedores los cuales buscaban hacer su agosto en agosto pues no dejaban de sonar sus campanitas, se aparecían donde sea, y claro, como podían faltar con semejante clima de sancocho. A efectos de una sana competencia, aparecieron los eternos guacales sudorosos por el hielo del agua helada, sodas, jugos y cualquier otra bebida que ahuyentara la deshidratación. Por allá se escuchaba la frase acostumbrada del vendedor – ¡vaya elaguelada, elgua, elagua! – Todos a su estilo, pero nunca faltará el cantadito melódico y burlón.

La Congabus que transportó al alcalde y sus colaboradores.
Me fui alejando un poco del tumulto humano para examinar qué más había antes de que comenzara el desfile. Algunos participantes ultimaban detalles, las gigantonas de Jocoro alzaban sus cuerpos de más de dos metros para integrarse a la fila, la Congabus animaba a un pequeño grupo de personas jocosas que no paraban de reír viendo a un anciano bailar en lo alto del vehículo y algunos músicos tocaban sus instrumentos para calentar. Entre todo esto se escuchó el llamado con voz ronca de un hombre quien anunciaba que el alcalde estaba listo para darle lectura al Mando Municipal y así dar luz verde al desfile. Mientras este hombre lo llamaba mediante el uso de un micrófono, el señor alcalde ya estaba a unos metros del lugar donde se realizaría el acto; no obstante, aprovechó para platicar con sus buenos amigos de la prensa, esos que casi lo santifican por su gentileza, su formidable labor como líder de la capital. Un poco más y lo llaman señor presidente.

Bueno, nuestro alcalde ya nos tiene acostumbrados a esto. Primero habla con la prensa para darles a conocer sus proezas y de paso decirles que no hablen de cuanto se gastó en la organización de los festejos, eso incluye las olladas de atol shuco que amablemente regaló, los fuegos artificiales, los grupos de mariachi, la publicidad, los carnavales que se celebrarán, el sueldo de los del Tren de aseo… una cuenta muy grande, o quizá no le costó nada, pero el gasto siempre será grande. “Hay que comprenderlo, es el alcalde”. Luego de haber rezado con voz cortante el Mandato Municipal, se vino el juego de luces coloridas, bombazos que estremecían la grama en donde estaba parado. Entre el alboroto la gente se acercaba velozmente hacia el alcalde diciendo – ahí esta don Norman vamos a verlo – Sus voces denotaban emoción como si hubiesen visto a la Madonna grande. Es irónico ver a estos prójimos correr a lamer los zapatos de este señor. No niego su protagonismo, pero es como traer a la memoria lo que quería hacer con el monumento a Mons. Romero.

Por qué gastó únicamente en el Salvador del mundo y no en la estatua de nuestro mártir y santo. Si por el fuese ya estaría decapitada, pero no lo hace porque se le viene encima la critica y recuerden que él es amigo de la prensa, de los jóvenes, la empresa privada, los vendedores… bueno eso habría que discutirlo. En fin, nuestro pobre alcalde casi se atosigaba gracias a su fanaticada, sus fotógrafos y admiradores que lo aclamaban por darles tremendo festejo. Él y su equipo de trabajo subieron a la Congabus y se perdieron en el horizonte (más tarde, en las noticias de las 12:30 pm me di cuenta que bajó del vehículo y se dejó abrazar por su fanaticada).


Las bandas de paz ponen el toque musical.
Inaugurados los festejos capitalinos, comenzó el movimiento del desfile. Sonaban los tambores, las trompetas, el platillo, el güiro, las congas y todas las bandas quienes eran fielmente acompañadas por sus cautivadoras cachiporras. Señoritas de buen porte, piernas torneadas, macizas, maquillaje llamativo, trajes un tanto frescos para dejar ver su belleza cuscatleca. Atrás quedó el mito del cual se habló en su momento donde se decía que no más cachiporritas enseñando pierna pues, por ser menores de edad, eran victimas de acoso. Yo nunca me di cuenta de eso, salvo miradas seductoras como queriéndolas desnudar o una que otra foto, ahora para el feis, como dicen los jóvenes cibernautas y red-socializados.

La participación de los famosos Chichimecos.
Y en la fila también iban los mariachis pagados por don Norman. Tocando canciones de su tipo, desfilaron al compás de sus melodías. Tras ellos venían los chichimecos, hombres comunes y corrientes pero que, para esta ocasión, incrementaban su altura colocándose prótesis de madera en cada pierna para verse más altos y demostrar su equilibrio. A su vez, aparecieron los tradicionales viejos de agosto: la ciguanaba, el cipitio, el diablo rojo y negro, el cadejo, el micoleón… esos personajes que adornan nuestra mitología y que se resisten a morir olvidados por las nuevas generaciones. Hasta ahí, todo es parte de nuestra cultura, lo demás son adaptaciones poco originales de otras tradiciones occidentales. No recuerdo en qué momento incluyeron a Batman, Spiderman, Mickey Mouse, Bob Esponja y otros que se colaron a la celebración. Quizá se fue dando gradualmente pero no me percaté pues no asistía desde hace bastante.

Las carrosas son otro atractivo, y sobre todo las que van sobre ellas. Desfilaron muchas carrosas, alrededor de veintisiete, cada una con su reina o representante. Hasta la PNC presentó a su reina, muy linda por cierto. Todas ellas tienen tres funciones básicas: saludar, sonreír y tirar dulces al público. Hay quienes disfrutan tanto recolectar los dulces que lanzan las bellas señoritas que inventan cualquier método para obtenerlos. Hubo quien dio vuelta a su sombrilla para crear una especie de contenedor y así ganarles los dulces a los demás. Otros gritaban – aquí niña, aquí no ha tirado – o a un hombre quien grito con confianza – tía, tíreme unos cuantos – Y las muchachitas bien mandadas desparramaban los dulces entre la multitud. Aunque había unas que lanzaban poco, a lo mejor no les iba a alcanzar. A esto la gente respondía – mujer mas chucha. Como tres tiro la cabrona – y el desfile continuaba.
Esta es una de las tantas carrosas que desfilaron por las calles de San Salvador.

Los militares mostraron a sus caballos y jinetes en el trayecto festivo. Los caballos lucían esplendorosos, como sementales pura sangre. Otro atractivo fueron los escupefuego. Así los he bautizado pues no me atrevería a engullir gas, si es que eso utilizan, y luego arrojarlo sobre una antorcha en llamas para crear una bola de fuego que se siente a la distancia. La gente aplaudía su astucia, parecían conformes.

Nunca falta la belleza de nuestras cachiporras.
La mayoría de bandas participantes pertenecían a centros escolares. Pensé que no cabría la distinción entre unos y otros pero, por lo ocurrido al final, tengo que hacer remembranza a esa notable separación. Cuando me encontraba resguardando mi pellejo del sol, vi venir a un grupo numeroso de adolescentes con sus típicas mochilas a las que llaman coladeras. La mayoría de ellos cargaban perforaciones en sus rostros, camisas llenas de garabatos, jeans por debajo de la cintura, cinchos gruesos, cabelleras llamativas y miradas intimidantes. Eso alarmó a mis instintos intuitivos y desde ese momento supe que algo tramaban. Cuando el desfile estaba por concluir, se produjo una especie de riña que hizo que la gente corriera como escapando de un panal. Varios de ellos fueron capturados por la policía y los cuerpos de salvamento corrían en busca de algún herido. Mi curiosidad fue grande y me acerqué hasta el lugar de detención pero no pude ver a nadie herido, quien sabe que sucedió.

Luego de dos horas más o menos, el desfile del correo terminó como todos los años: calles inundadas de basura, gente que busca los lugares de comida rápida para almorzar y otros que caminan hasta sus casas bajo el incandescente astro rey. Pero, si hay algo que destacar de nuestro famoso alcalde es que ha implementado una forma para limpiar las calles luego del desfile. Sus camiones van detrás de todo el algarabío para ir limpiando las aceras y las cunetas. Al menos nuestra ciudad no queda empapada de desechos como antes.


Este fue el primer día oficial de festejos al Divino salvador del mundo y el pueblo respondió en gran cantidad, en familia y en tranquilidad, salvo ese incidente que ya había previsto. Ahora quedan cinco días de jolgorio, consumo (o quizá CONSUMA), carnaval, comidas típicas, juegos mecánicos y lo que se le antoje para gastar a precios de feria. Aunque el simbolismo de estas festividades es tragado por el comercio abundante, todos somos consientes que son nuestras fiestas patronales y por ende tratamos de disimular el rostro desencajado y lo cambiamos, al menos por unos días, por un rostro optimista y despreocupado, total son las vacaciones de agosto. 

2 comentarios:

  1. Que buenisimo :) Te felicito, en serio tenes un futuro prometedor por delante :) ¡ANIMO!

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  2. muchas gracias x todos tus detalles de vdd me senti parte del desfile

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