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domingo, 2 de septiembre de 2012

Cristo al servicio de quién

Ronald Portillo nos muestra en su crónica una problemática más allá de la superficialidad conocida sobre las deficiencias de nuestros encargados de hacer valer las leyes, la justicia y un invisible estado de derecho en nuestro país. La historia de Pedro es un ejemplo de cuando los tribunales le dan la espalda a personas que arriesgan su vida y la de su familia por el hecho de colaborar a esclarecer un crimen, favoreciendo así a otros que vomitan sus fechorías para gozar de la libertad que le es robada a un inocente. ¿A quién le sirven las leyes entonces? Si no se logra llegar a la verdad, si no se cuentan con los recursos investigativos, con una planilla de abogados públicos digna de hacer su labor y en los jueces no hay ni una gota de ética, podríamos llamar a este sistema un verdadero estado de igualdad. Decir que sí sería apedrear los últimos remanentes de conciencia, lo único que nos queda para denunciar.


Link de acceso a la crónica - Séptimo Sentido - La Prena Gráfica
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En el tiempo de la antigua guerra de guerrillas escuchar a los Guaraguao tenía una connotación muy diferente a la que aludiré en esta ocasión pues, en nuestra época de guerra de pandillas, sirve para denunciar a los que corrompen la balanza de la justicia de nuestro país. Parece no haber diferencias ya que en los 80 se denunciaba a la clase oligarca (la misma que hoy vive de la política), la complicidad de la iglesia y la tiranía del Gobierno. Sin embargo, dicha pregunta con la que se tituló la canción de este grupo venezolano cuestiona sobre a quién defiende el fracturado sistema judicial: a los Barrabás criteriados o a los Cristos crucificados.

Ronald Portillo nos lleva a conocer uno de tantos casos que ejemplifica de manera explícita cómo se procede en los tribunales cuando a un homicida se le da el beneficio de testigo criteriado y se le resguarda gracias al Programa de Protección de Víctimas y Testigos. Lamentablemente, este programa termina colaborando con los ideales infames de verdaderos delincuentes que buscan su libertad amparándose en declaraciones poco verídicas e inconclusas, las cuales lo absuelven de culpabilidad y terminan por llevar a la cárcel a personas que no guardan ilícitos en su conciencia.

Y más bochornoso es que los jueces encargados de dictaminar una sentencia “justa” depositen el voto de confianza en confesiones de testigos como el caso de Alfredo sin haber buscado pruebas más allá de las palabras envenenadas de venganza en contra de quien lo delató. Entonces, ¿Quién es la víctima? Para los jueces terminó siendo Alfredo, un hombre acusado de homicidio agravado que logró su libertad gracias a su “honestidad” al haber confesado su participación en cinco homicidios más, llevando a la cárcel a una veintena de sujetos, entre ellos Pedro. ¡Como si tales declaraciones fueran el credo divino para su liberación!

Del otro lado de la balanza ciega y parcial está Pedro, el que incriminó a Alfredo gracias a sus declaraciones y otras versiones que sus vecinos por cobardía no se atrevieron a decir. Su fe, su valor y honradez lo llevó a denunciar el crimen de un sujeto en 2009. Pero, qué más podíamos esperar que sucediera sino es una represalia en respuesta a su colaboración en los tribunales. Sin duda estas formas de proceder ante la culpabilidad lo tenemos bien aprendido de nuestros padrastros de la patria quienes no dejan la daga ni el puñal en ningún momento, sobre todo en las plenarias ambulantes y de momentos circenses que ocurren todas las semanas en la Asamblea. En fin, por ahora ninguno de nuestros “representantes trajeados” tiene que ver con esta historia, no obstante, la incompetencia del órgano judicial recae hasta cierto punto en sus decisiones.

Siguiendo con el tormento que pasó Pedro, él asegura que los alegatos de Alfredo no son más que injurias para someterlo y hacerle pagar por involucrarlo en algo donde creyó iba a salir librado. Por desgracia para la justicia de nuestro país (que cada vez me convenzo que no ha nacido aún), a este sujeto los jueces lo vieron como el cordero indefenso y obediente a las peticiones que le hacían para que escupiera su antecedente delictivo, los implicados en cada caso y de paso colaborara con los forenses para dar con el paradero de personas desaparecidas, o más bien de los últimos restos de estas personas.

Al final eso le valió para salir bajo el perdón de las leyes, tal como Barrabás fue soltado a cambio del Hijo de Dios. Mientras tanto, Pedro suplió el lugar de Alfredo en el penal durante 16 meses los cuales le cambiaron la vida, destruyeron su reputación y lo alejó de su familia. Actualmente se encuentra libre, pero de seguro sus recuerdos siguen siendo prisioneros de aquellos momentos cuando los soldados abusaban de su autoridad, lo humillaban y violaban sus derechos y los de su mujer, en los famosos escrutinios meticulosos y perversos a los que se someten las mujeres en cualquier centro penal.


La historia de Pedro podría concluir hasta aquí, pero qué pasará con los que están siendo procesados en estos momentos gracias a los testigos criteriados y sus justificaciones que no pueden ser comprobadas. Qué futuro tiene nuestro sistema judicial, las sentencias, los dictámenes, los fiscales y todo lo que engloba el universo transgredido por la corrupción, la falta de ética y de recursos. Hasta da miedo pensarlo pues tratar de hacer algo justo en nuestra patria es equivalente a ganar enemigos, una sentencia judicial o una sentencia mortuoria.

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