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martes, 29 de enero de 2013

Mineros a cielo abierto

La contaminación ambiental es palpable en todo el territorio nacional. Pero la más evidente es aquella que por apatía cultural hemos practicado durante generaciones. Este es el caso de los desechos sólidos y su mal tratamiento. Sin embargo, detrás de dicho problema ambiental, están sepultados los anhelos de cientos de pepenadores, que al igual que Silvia, buscan entre los promontorios de basura el diario vivir. Los rellenos son sus minas, y el material reciclable el oro más abundante pero uno de los menos remunerados y más peligrosos para la salud y el ecosistema.

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Los camiones de basura no han dejado de pasar desde las 5:00 am, hora en que Silvia y sus jóvenes pupilos aguardan en la calle polvorienta que da acceso al relleno sanitario de Nejapa. Ella junto a un grupo de alrededor de 15 menores se abalanzan a cualquier camión que transita en dicha calle con ruta al relleno. No portan más que unas bolsas plásticas y algún otro, con suerte, ha logrado colocarse trapos viejos en las manos y al contorno de su boca y nariz para repeler la pestilencia de los lixiviados que se desparraman a medida el camión se desplaza tambaleándose por la calle polvosa.

Silvia vive en una casucha en el desvío hacia el relleno sanitario de Nejapa, sobre el kilómetro 27 ½ de la calle Quezaltepeque. Ahí descansan todos sus chicos a los que ella cuida como hijos propios. A sus 45 años, dice sentirse en la obligación de velar por cada uno de ellos. –Aunque unos tienen a su nana, yo aquí les doy donde estar y vemos como sacamos para comer – Silvia ya no está en condiciones de montarse en un camión recolector de desechos en plena marcha y mejor espera en su hogar que carece de techo y donde las paredes a leguas se notan deterioradas. No le queda más que encargarse de la clasificación del material que los chicos recogen.

Al momento de encontrarlos, los menores –de edades que rondan entre los 11 y 25 años – departían sobre una esquina y jugaban naipes, parecían entretenerse. La presencia de menores de edad en estos lugares no es un fenómeno nuevo pues en 2002, un estudio de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) junto al Programa Internacional para la Erradicación del Trabajo Infantil (IPEC) presentó evidencias de dos botaderos a cielo abierto –el de Mariona en Apopa y el de Cutumay Camones en Santa Ana – donde comprobaron la presencia de niños entre 10 y 12 años escarbando entre los desechos hospitalarios y radioactivos. Por tanto, ellos  catalogaron la pepena de basura como una de las peores formas de trabajo infantil debido a las condiciones de insalubridad que se viven en dichos lugares.

Ahora, el panorama no es diferente en este relleno sanitario, antes botadero a cielo abierto. Entre los años de 1992 y 2001 la cobertura en el servicio de aseo -según el censo de desechos sólidos realizado en 2001 por el Ministerio de Medio ambiente y Recursos Naturales (MARN) – era de 182 municipios y fue incrementando a partir del 92 a razón de 5 municipios por año. Esto acrecentó la proliferación de botaderos municipales que no cumplían con los estándares de protección hacia el medio ambiente y la población aledaña a la zona. Para 1998 se aprobó la Ley del Medio ambiente la cual pretende revertir el efecto de estos botaderos clandestinos mediante el asocio público-privado, los municipios y los habitantes en general.

Sin embargo, en dicha legislación no se contempla la existencia de pepenadores dentro de los botaderos a cielo abierto, ni mucho menos se habla sobre medidas de protección para quienes le dan tratamiento a los desechos. Un año después, en 1999, se crea MIDES, una Sociedad de Economía Mixta con participación de inversionistas privados y un consejo de alcaldes del área metropolitana conocido como COAMSS. A partir de entonces, este consejo conformado por 14 alcaldías inició un proyecto para la construcción de un relleno sanitario que cumpliese con todas las normas ambientales internacionales para el desarrollo de un programa de Manejo Integral de Desechos Sólidos (posteriormente se convirtió en un reglamento vigente desde el 2000). Es así como el botadero a cielo abierto de Nejapa pasó a ser un relleno sanitario administrado por MIDES y sus alcaldías asociadas, alcaldías que hoy infestan a diario las instalaciones con toneladas de basura provenientes de los suburbios urbanos y las colonias más populosas de Soyapango, Mejicanos, San Salvador, entre otros.

Paradójicamente, el mal manejo de los desechos sólidos es la única oportunidad que tiene Silvia y sus muchachos para sacar algún provecho. Ella manifiesta que en sus mejores días logra obtener entre $3 y $5, pero cuando a los empleados municipales se les da por negarles el abordaje a los niños más hábiles o los arrojan inmediatamente a la calle, no consiguen ni una lata y hace que permanezcan en la entrada al relleno hasta media noche, cuando algún camión se ha retrasado. – Nosotros recogemos churumba (botellas plásticas) por necesidad, porque no tenemos con que alimentarnos y como no estudiamos no nos dan trabajo – dice Silvia al mismo tiempo que se recoge los cabellos hacia atrás luego que uno de las camiones de la alcaldía de Soyapango ha pasado a gran velocidad levantando una nube de polvo y sin percatarse de la presencia de los pequeños a la orilla de la calle.

Silvia comenta que antes que el botadero fuera administrado por MIDES, ellos tenían la libertad de entrar y salir de entre las montañas de basura a cualquier hora del día. En cambio hoy, aguardan como centinelas hasta que ven llegar los camiones, algunos con la basura escondida dentro del armatoste de metal y en otras veces ya clasificada por los mismos empleados municipales. –Si desaparece el botadero, nosotros vamos a sufrir – manifiesta con displicencia, y agrega que –si a nosotros nos dieran la oportunidad de entrar y recolectar la basura sin decirnos nada, estaríamos mejor – No obstante, su petición le ha sido negada, tal como se le niega a quién pide el acceso a las instalaciones del relleno sanitario pues, desde las proximidades del lugar, el hedor fétido ofende tanto que permanecer ahí requiere del uso de equipo especial ya que los niveles de contaminación son altos.

A pesar que Silvia y todos sus muchachos dicen que nunca han enfermado ni por el contacto a los desechos ni por alimentarse de lo que ahí encuentran, el doctor Salvador Miranda –cirujano y catedrático de la Universidad de El Salvador – asegura que por ser lugares destinados a la basura, lógicamente existe un alto grado de contaminación por los desechos que son llevados al relleno sanitario. Al preguntársele sobre los riesgos para los pepenadores al trabajar entre desechos, él dijo que “el riesgo inminente son las enfermedades que se pueden propagar, no solo por trabajar ahí sino porque esa contaminación se esparce en las comunidades aledañas”, luego agregó “lo que más debería preocuparles (a los pepenadores) son los desechos hospitalarios, metales pesados, tóxicos e incluso elementos radioactivos que llegan al lugar”.

Por el contrario, cuando a algunos pepenadores del Catón Galera Quemada, aledaño al relleno, se les preguntó sobre los riesgos que corren al trabajar sin más protección que su ropa; todos coincidieron que no sentían temor pues desde el tiempo que llevan pepenando nunca han tenido algún accidente, salvo algunos atropellados por camiones u otros que son lanzados mientras intentan sacar material reciclable. También, y aún más alarmante, desconocen de las posibles enfermedades que potencialmente pueden ser letales, entre ellas las respiratorias. Respecto a esto, el doctor Miranda dijo que “entre las enfermedades más comunes, que son las de tipo respiratoria, intestinales y de la piel, yo diría que las más mortales e irreversibles son las respiratorias, y de ellas la más peligrosa es una fibrosis quística pues prácticamente se pierden los pulmones”.

Desde una perspectiva más allá de su labor como médico y docente, el doctor explicó que para evitar que los pepenadores caigan en riesgo, no hace falta sacarlos de sus casas o cerrar los últimos botaderos que quedan. “Un factor primordial a cambiar dentro de los botaderos es la forma en cómo estos manejan los desechos que entran a sus depósitos. Estas instituciones, y en el caso de ese relleno sanitario, no incluyen en su plan de trabajo medidas claras para proteger a los pepenadores, ni al medio ambiente y aun así se toman el atrevimiento de proclamar en los medios las maravillas que hacen, y mientras tanto la gente vive en condiciones infrahumanas a las afueras de sus instalaciones”, afirmó. Al finalizar su intervención dijo que una alternativa real es que el Gobierno y la empresa privada puedan transformar el actual sistema de manejo de desechos sólidos en tanto que al pepenador se le garantice un trabajo en plantas de compostaje, con un sueldo digno y con todos los beneficios que la ley otorga y así convertir el oficio de pepenador en un empleo rentable y dignificante como cualquier otro.

A medio día, los muchachos descansan bajo unas matas de guineo para refugiarse del sol, que a esa hora flota en lo más alto del cielo humeado por las fábricas instaladas a unos kilómetros del relleno de Nejapa. Silvia ha sacado de su casucha casi sin paredes una silla plástica para poner en reposo su cuerpo robusto y clava su mirada de color grisácea en la calle polvorienta. Sabe que a esa hora no llegará ningún camión y aunque debería estar tomando el almuerzo, la cuota de ese día no ha logrado surtir los gastos para alimentar a sus 15 muchachos. Uno de ellos está semi acostado sobre un cartón mientras escucha música desde un celular. Ha estado ahí desde que llegamos y no ha querido acercarse a los demás ni tampoco acepto un refresco que le obsequiamos. El joven tirado sobre el cartón es dueño de una mirada pesada e intimidante. Difiere mucho de la alegría de los más pequeños que juegan con unas botellas enlodadas y apestosas.

Silvia se levanta de su silla de plástico la cual sacó hace meses de un contenedor de basura. Conversa sobre sus aflicciones. Dice sentirse agotada y con dolores en la espalda y rodillas. También cuenta que en sus 4 años como pepenadora desde que perdió su trabajo en una casona, ha tenido que rogar por el alimento y en ocasiones sus vecinos la discriminan por su trabajo y por acoger a tantos menores en su casucha desarmada. –Aquí los vecinos no me los quieren, me los ultrajan y a mí me tratan de basurera. Hasta han querido echarme de aquí – dice Silvia con nostalgia al recordar que debe tres meses de alquiler del terreno donde levantó las paredes torcidas que son el único refugio para la docena de niños y jóvenes que la acompañan en la recolección de plástico, cartón, latas y botellas. Su cara se deprime más al pensar que en cualquier momento la policía llegará a sacarla o la acusarán por esconder a tantos “vagos”, como se lo han demandado en repetidas ocasiones.

Ella anhela que de un momento a otro el relleno sanitario de Nejapa se abra otra vez para todos ellos o al menos que sus administradores les construyan una fábrica de reciclaje o de compostaje para mandar a sus muchachos a trabajar y que ganen un mejor sueldo para ellos y para los pocos que todavía tiene a sus familias. No obstante, Silvia es realista y se escabulle al imaginar el día en que ella falte en ese lugar pues asegura que a sus muchachos los echaran de la zona y ya no recogerán más churumba para vender.

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Fuente:
Hernández, D., Orellana, C., Martínez, G., Mártir, O., Orantes, J. & Ortiz, H. (2011). Situación socio-económica, ambiental y de salubridad en la que laboran los pepenadores del botadero de Nejapa, San Salvador, El Salvador en el año 2011. Tesis no publicada, Instituto Emiliani, San Salvador, El Salvador.