La contaminación ambiental es palpable en todo el territorio nacional. Pero la más evidente es aquella que por apatía cultural hemos practicado durante generaciones. Este es el caso de los desechos sólidos y su mal tratamiento. Sin embargo, detrás de dicho problema ambiental, están sepultados los anhelos de cientos de pepenadores, que al igual que Silvia, buscan entre los promontorios de basura el diario vivir. Los rellenos son sus minas, y el material reciclable el oro más abundante pero uno de los menos remunerados y más peligrosos para la salud y el ecosistema.
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Los camiones de basura
no han dejado de pasar desde las 5:00 am, hora en que Silvia y sus jóvenes
pupilos aguardan en la calle polvorienta que da acceso al relleno sanitario de
Nejapa. Ella junto a un grupo de alrededor de 15 menores se abalanzan a
cualquier camión que transita en dicha calle con ruta al relleno. No portan más
que unas bolsas plásticas y algún otro, con suerte, ha logrado colocarse trapos
viejos en las manos y al contorno de su boca y nariz para repeler la
pestilencia de los lixiviados que se desparraman a medida el camión se desplaza
tambaleándose por la calle polvosa.
Silvia vive en una
casucha en el desvío hacia el relleno sanitario de Nejapa, sobre el kilómetro
27 ½ de la calle Quezaltepeque. Ahí descansan todos sus chicos a los
que ella cuida como hijos propios. A sus 45 años, dice sentirse en la
obligación de velar por cada uno de ellos. –Aunque unos tienen a su nana, yo
aquí les doy donde estar y vemos como sacamos para comer – Silvia ya no está en
condiciones de montarse en un camión recolector de desechos en plena marcha y
mejor espera en su hogar que carece de techo y donde las paredes a leguas se
notan deterioradas. No le queda más que encargarse de la clasificación del
material que los chicos recogen.
Al momento de
encontrarlos, los menores –de edades que rondan entre los 11 y 25 años –
departían sobre una esquina y jugaban naipes, parecían entretenerse. La
presencia de menores de edad en estos lugares no es un fenómeno nuevo pues en
2002, un estudio de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) junto al
Programa Internacional para la Erradicación del Trabajo Infantil (IPEC)
presentó evidencias de dos botaderos a cielo abierto –el de Mariona en Apopa y
el de Cutumay Camones en Santa Ana – donde comprobaron la presencia de niños
entre 10 y 12 años escarbando entre los desechos hospitalarios y radioactivos.
Por tanto, ellos catalogaron la pepena
de basura como una de las peores formas de trabajo infantil debido a las
condiciones de insalubridad que se viven en dichos lugares.
Ahora, el panorama no
es diferente en este relleno sanitario, antes botadero a cielo abierto. Entre
los años de 1992 y 2001 la cobertura en el servicio de aseo -según el censo de
desechos sólidos realizado en 2001 por el Ministerio de Medio ambiente y
Recursos Naturales (MARN) – era de 182 municipios y fue incrementando a partir
del 92 a razón de 5 municipios por año. Esto acrecentó la proliferación de
botaderos municipales que no cumplían con los estándares de protección hacia el
medio ambiente y la población aledaña a la zona. Para 1998 se aprobó la Ley del
Medio ambiente la cual pretende revertir el efecto de estos botaderos clandestinos
mediante el asocio público-privado, los municipios y los habitantes en general.
Sin embargo, en dicha
legislación no se contempla la existencia de pepenadores dentro de los
botaderos a cielo abierto, ni mucho menos se habla sobre medidas de protección
para quienes le dan tratamiento a los desechos. Un año después, en 1999, se crea
MIDES, una Sociedad de Economía Mixta con participación de inversionistas
privados y un consejo de alcaldes del área metropolitana conocido como COAMSS.
A partir de entonces, este consejo conformado por 14 alcaldías inició un
proyecto para la construcción de un relleno sanitario que cumpliese con todas
las normas ambientales internacionales para el desarrollo de un programa de
Manejo Integral de Desechos Sólidos (posteriormente se convirtió en un
reglamento vigente desde el 2000). Es así como el botadero a cielo abierto de
Nejapa pasó a ser un relleno sanitario administrado por MIDES y sus alcaldías
asociadas, alcaldías que hoy infestan a diario las instalaciones con toneladas
de basura provenientes de los suburbios urbanos y las colonias más populosas de
Soyapango, Mejicanos, San Salvador, entre otros.
Paradójicamente, el mal
manejo de los desechos sólidos es la única oportunidad que tiene Silvia y sus
muchachos para sacar algún provecho. Ella manifiesta que en sus mejores días
logra obtener entre $3 y $5, pero cuando a los empleados municipales se les da
por negarles el abordaje a los niños más hábiles o los arrojan inmediatamente a
la calle, no consiguen ni una lata y hace que permanezcan en la entrada al
relleno hasta media noche, cuando algún camión se ha retrasado. – Nosotros
recogemos churumba (botellas plásticas) por necesidad, porque no tenemos con
que alimentarnos y como no estudiamos no nos dan trabajo – dice Silvia al mismo
tiempo que se recoge los cabellos hacia atrás luego que uno de las camiones de
la alcaldía de Soyapango ha pasado a gran velocidad levantando una nube de polvo
y sin percatarse de la presencia de los pequeños a la orilla de la calle.
Silvia comenta que
antes que el botadero fuera administrado por MIDES, ellos tenían la libertad de
entrar y salir de entre las montañas de basura a cualquier hora del día. En cambio
hoy, aguardan como centinelas hasta que ven llegar los camiones, algunos con la
basura escondida dentro del armatoste de metal y en otras veces ya clasificada
por los mismos empleados municipales. –Si desaparece el botadero, nosotros
vamos a sufrir – manifiesta con displicencia, y agrega que –si a nosotros nos
dieran la oportunidad de entrar y recolectar la basura sin decirnos nada,
estaríamos mejor – No obstante, su petición le ha sido negada, tal como se le
niega a quién pide el acceso a las instalaciones del relleno sanitario pues,
desde las proximidades del lugar, el hedor fétido ofende tanto que permanecer
ahí requiere del uso de equipo especial ya que los niveles de contaminación son
altos.
A pesar que Silvia y
todos sus muchachos dicen que nunca han enfermado ni por el contacto a los
desechos ni por alimentarse de lo que ahí encuentran, el doctor Salvador
Miranda –cirujano y catedrático de la Universidad de El Salvador – asegura que
por ser lugares destinados a la basura, lógicamente existe un alto grado de
contaminación por los desechos que son llevados al relleno sanitario. Al
preguntársele sobre los riesgos para los pepenadores al trabajar entre
desechos, él dijo que “el riesgo inminente son las enfermedades que se pueden
propagar, no solo por trabajar ahí sino porque esa contaminación se esparce en
las comunidades aledañas”, luego agregó “lo que más debería preocuparles (a los
pepenadores) son los desechos hospitalarios, metales pesados, tóxicos e incluso
elementos radioactivos que llegan al lugar”.
Por el contrario,
cuando a algunos pepenadores del Catón Galera Quemada, aledaño al relleno, se
les preguntó sobre los riesgos que corren al trabajar sin más protección que su
ropa; todos coincidieron que no sentían temor pues desde el tiempo que llevan
pepenando nunca han tenido algún accidente, salvo algunos atropellados por
camiones u otros que son lanzados mientras intentan sacar material reciclable.
También, y aún más alarmante, desconocen de las posibles enfermedades que
potencialmente pueden ser letales, entre ellas las respiratorias. Respecto a
esto, el doctor Miranda dijo que “entre las enfermedades más comunes, que son
las de tipo respiratoria, intestinales y de la piel, yo diría que las más
mortales e irreversibles son las respiratorias, y de ellas la más peligrosa es
una fibrosis quística pues prácticamente se pierden los pulmones”.
Desde una perspectiva
más allá de su labor como médico y docente, el doctor explicó que para evitar
que los pepenadores caigan en riesgo, no hace falta sacarlos de sus casas o
cerrar los últimos botaderos que quedan. “Un factor primordial a cambiar dentro
de los botaderos es la forma en cómo estos manejan los desechos que entran a
sus depósitos. Estas instituciones, y en el caso de ese relleno sanitario, no
incluyen en su plan de trabajo medidas claras para proteger a los pepenadores,
ni al medio ambiente y aun así se toman el atrevimiento de proclamar en los
medios las maravillas que hacen, y mientras tanto la gente vive en condiciones
infrahumanas a las afueras de sus instalaciones”, afirmó. Al finalizar su
intervención dijo que una alternativa real es que el Gobierno y la empresa
privada puedan transformar el actual sistema de manejo de desechos sólidos en
tanto que al pepenador se le garantice un trabajo en plantas de compostaje, con
un sueldo digno y con todos los beneficios que la ley otorga y así convertir el
oficio de pepenador en un empleo rentable y dignificante como cualquier otro.
A medio día, los
muchachos descansan bajo unas matas de guineo para refugiarse del sol, que a
esa hora flota en lo más alto del cielo humeado por las fábricas instaladas a
unos kilómetros del relleno de Nejapa. Silvia ha sacado de su casucha casi sin
paredes una silla plástica para poner en reposo su cuerpo robusto y clava su
mirada de color grisácea en la calle polvorienta. Sabe que a esa hora no
llegará ningún camión y aunque debería estar tomando el almuerzo, la cuota de
ese día no ha logrado surtir los gastos para alimentar a sus 15 muchachos. Uno
de ellos está semi acostado sobre un cartón mientras escucha música desde un
celular. Ha estado ahí desde que llegamos y no ha querido acercarse a los demás
ni tampoco acepto un refresco que le obsequiamos. El joven tirado sobre el cartón
es dueño de una mirada pesada e intimidante. Difiere mucho de la alegría de los
más pequeños que juegan con unas botellas enlodadas y apestosas.
Silvia se levanta de su
silla de plástico la cual sacó hace meses de un contenedor de basura. Conversa
sobre sus aflicciones. Dice sentirse agotada y con dolores en la espalda y
rodillas. También cuenta que en sus 4 años como pepenadora desde que perdió su
trabajo en una casona, ha tenido que rogar por el alimento y en ocasiones sus
vecinos la discriminan por su trabajo y por acoger a tantos menores en su
casucha desarmada. –Aquí los vecinos no me los quieren, me los ultrajan y a mí
me tratan de basurera. Hasta han querido echarme de aquí – dice Silvia con nostalgia
al recordar que debe tres meses de alquiler del terreno donde levantó las
paredes torcidas que son el único refugio para la docena de niños y jóvenes que
la acompañan en la recolección de plástico, cartón, latas y botellas. Su cara
se deprime más al pensar que en cualquier momento la policía llegará a sacarla
o la acusarán por esconder a tantos “vagos”, como se lo han demandado en
repetidas ocasiones.
Ella anhela que de un
momento a otro el relleno sanitario de Nejapa se abra otra vez para todos ellos
o al menos que sus administradores les construyan una fábrica de reciclaje o de
compostaje para mandar a sus muchachos a trabajar y que ganen un mejor sueldo
para ellos y para los pocos que todavía tiene a sus familias. No obstante,
Silvia es realista y se escabulle al imaginar el día en que ella falte en ese
lugar pues asegura que a sus muchachos los echaran de la zona y ya no recogerán
más churumba para vender.
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Fuente:
Hernández, D.,
Orellana, C., Martínez, G., Mártir, O., Orantes, J. & Ortiz, H. (2011). Situación socio-económica, ambiental y de
salubridad en la que laboran los pepenadores del botadero de Nejapa, San
Salvador, El Salvador en el año 2011. Tesis no publicada, Instituto
Emiliani, San Salvador, El Salvador.
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