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sábado, 18 de mayo de 2013

Sueños de un Pentecostés


El rostro de uno de los más de 150 menores que asisten al Comedor Infantil.
Los fines de semana son para muchos el escape de la rutina exhaustiva, del trabajo o los estudios y por tal motivo sería imperdonable hacer lo contrario. Pero para otras personas como Marisol, las tardes de los sábados están destinadas específicamente hacia una sola labor: alimentar a niños y niñas.

Al filo de las 2:00 pm las puertas de la Casa Cultural de la Comunidad Las Palmas son abiertas para un grupo de personas que van con toda la disposición de preparar ricos platillos para alrededor de 150 niños, niñas, jóvenes, ancianas y mujeres con sus bebes en brazos que se abocan a este lugar por la necesidad que pasan en sus casas pues esta comunidad es una de tantas comunidades marginales en el área metropolitana de San Salvador.

Aquella tarde no era la excepción y el menú a degustar sería picado de carne con verduras acompañado de arroz blanco, dos panes franceses y refresco de jamaica. El personal que se necesita para que el alimento sea una obra de arte culinaria está liderado por Marisol, una señora con tono de voz serio, robusta y  expresión serena en su rostro. Casi siempre se hace acompañar de Randy, su hijo, quien es el administrador de este proyecto comunitario que se conoce con el nombre de “Comedor Infantil de la Comunidad Las Palmas” o “el Comedor” a secas, como los niños lo nombran cuando hablen de él.

Las labores de preparación comienzan pronto y para realizarlas Marisol no está sola pues dentro de este equipo de mujeres cocineras también está Ana Miriam, María Isabel y Roxana, una de las más jóvenes y quizá esta sea la justificación más sencilla para explicar su inagotable sentido del humor, jovialidad y carisma con el que abarca toda el área de la cocina a la vez que hace menos tediosa y tolerante el arduo trabajo de cocción del alimento.

Este equipo se complementa con el apoyo que reciben cada sábado de los integrantes de los diferentes grupos de la Iglesia La Sagrada Familia, parroquia que se encuentra dentro de la comunidad. También cuentan con la ayuda voluntaria del equipo de Catequesis y los jóvenes que lo integran.

Marisol (al frente a la izquierda) y Roxana (atrás) preparan el menú del día.
Son casi las 3:15, la cocina está a todo vapor, los voluntarios de esta jornada lavan los platos y vasos donde se sirve el alimento mientras otros barren, limpian y colocan las 13 mesas rojas y otras 9 mesas más pequeñas para los niños con sus respectivas sillas de madera del mismo tamaño.

El reloj avanza y todo esta impecable, en orden y a tiempo para cuando sea el momento de la repartición de la comida. Aprovecho esta pequeña brecha de descanso para platicar con Marisol. Ella, según me relató, es voluntaria desde hace un poco más de dos años y sintió el llamado al servicio al ver que el proyecto no contaba con personal permanente para la preparación de los alimentos y vio la posibilidad de poner a disposición sus habilidades en la cocina y así colaborar cada fin de semana.

- Uno lo que viene a hacer lo hace de corazón no de mala gana - es lo que respondió cuando pregunté sobre lo que significa para ella dar de su tiempo al servicio de otros y a su vez dice sentirse “agradada” al ver que los niños se van contentos después de haber recibido ese poquito de esperanza servida en un plato caliente. – Espero que se motiven a colaborar para que el comedor no desaparezca – dijo en respuesta a la necesidad de fondos, víveres y voluntarios que ayuden a mantener esta obra que, como ya antes me había contado su hijo y administrador Randy Ortiz, todo es un sueño que nació en la imaginación del Padre Dean Brackley, un sacerdote jesuita que falleció hace unos meses atrás.

Randy, al igual que el equipo de catequesis el cual también preside, se siente comprometido con esta obra de amor que llega a los niños y niñas más necesitados de esta comunidad y sobre todo anhela que el Comedor prospere pasando de un funcionamiento únicamente sabatino a brindar un servicio todos los días de la semana.

La inauguración oficial del proyecto fue un día 30 de mayo del 2009, era sábado pero no un sábado cualquiera pues la iglesia católica celebraba “Pentecostés” conmemorativo a la venida del Espíritu Santo. Pero sus raíces se remontan meses atrás cuando se alimentaba únicamente a los niños y niñas que asistían a las clases de Catequesis que se imparten en las instalaciones del Centro Escolar Republica de Canadá, la escuela local de Las Palmas. Lidia Rivera, una de las catequistas de ese entonces, menciona que antes de convertirse en un Comedor Infantil como tal nada más se entregaban “refrigerios fuertes” con el objetivo de alimentar sanamente a los niños que asistían a catequesis y pensando también en su nutrición pues la mayoría son de escasos recursos económicos y lo poco que llegan a consumir en sus hogares no alcanza a sustentar sus necesidades. Con el tiempo la idea fue tomando fuerza y se comenzó con la adquisición de platos, vasos, una cocina y utensilios necesarios para la preparación del alimento. Esto se logró gracias a la intervención del Padre German Rosa, párroco de la Iglesia La Sagrada Familia, quien recaudó bonos de gente altruista y también gracias a la ayuda que se obtuvo de un colegio en los Estados Unidos. Así comenzó a palpitar este sueño que ahora está por cumplir tres años consecutivos (actualmente cuatro) entregando platos de comida, dibujando esa tierna sonrisa en los rostros desprotegidos de cientos de niños que no reciben solamente alimento sino ese cariño que en sus hogares talvez no existe. Todos son atendidos con respeto, con amabilidad y al final salen satisfechos, felices y con el entusiasmo de volver ya que, como todos los colaboradores manifiestan: - ellos se te acercan y te dicen que habrá el próximo sábado cuando apenas es lunes -.

Los primeros en llegar para recibir sus alimentos.
Afuera de la Casa Cultural ya se escucha el murmullo de vocecitas impacientes y algunos que tocan el portón reclamando el ingreso pero aun no es tiempo. Son las 4:50, momento en el cual todos se reúnen para hacer la oración hacia nuestro creador y pedir por los alimentos que los niños están por tomar. Reunidos en el patio cerca de los lavaderos formamos un círculo y uno de los voluntarios pide que alguien dirija la oración e inmediatamente un señor se ofrece, aunque al momento en que pronuncia la primera palabra, otra señora con una voz más potente lo hace desencadenando una letanía de peticiones que emanaban de los corazones de todos los ahí reunidos. Era difícil entenderles a todos y preferí observarlos y guardar silencio hasta que comenzó el “Padre Nuestro”. Concluido el acto de bendición y agradecimiento, todos toman posiciones: las señoras  cocineras comienzan a servir la comida en los platos, otra lo hace sirviendo el refresco, algunos jóvenes toman las bandejas donde van colocando los platos y las bebidas, dos más toman un jabón líquido y una toalla para que los que ingresen pasen primero a lavar sus manos y luego a buscar su asiento.

A las 5:00 pm todos se abocan a la entrada de la Casa Cultural para tomar su alimento.
Randy se ubica en la entrada y de cinco en cinco, comenzando con los más pequeños, hacen el ingreso al lugar y esperan un momento hasta que todos hayan entrado para hacer la oración por los alimentos, cosa que no es fácil pues como se imaginarán, tratar de hacer silencio en medio de un mar de infantes es cuestión de mucha paciencia. De la oración apenas recuerdo el inicio, “Señor Jesús…” quizá porque estoy más pendiente del ajetreo en la cocina. En cuestión de minutos las bandejas cargadas de platos que a su paso enamoran con su olor van quedando vacías al mismo tiempo que se va completando la primera sección donde se ubican la mayoría de los niños pues la Casa Cultural cuenta con un patio trasero donde la gente espera por su alimento. Cuando todos lo han recibido ya está un equipo listo esperando los trastos ocupados por los niños aunque, nunca faltan aquellos que con humildad y pena preguntan si aún queda un plato disponible para saciar su hambre.

Es irónico que un trabajo de un poco más de dos horas sea devorado en media hora aproximadamente pero para todos los voluntarios eso es lo de menos ya que se sienten complacidos por haber entregado alegría en ese plato que sirvieron y que rara vez queda alguna sobra.

Los que van terminando se disponen a salir sin embargo, algunos tratan de escabullirse y pasar hacia el patio pues ahí hay juegos y a veces una pelota con la que se divierten ignorando las peticiones de los voluntarios para que se retiren. Por fin lo hacen y, tal como al inicio, el trabajo vuelve a empezar limpiando, barriendo, ordenando mesas y sillas, lavando el ejército de trastos que sobran de lo que fue el picado de carne con verduras.

Los jóvenes de CreEs (Crecimiento espiritual) se encargan de la logística y la limpieza luego de cada actividad.
El movimiento es constante y no termina hasta que todo vuelva a quedar tal como lo encontraron pero, también tienen su recompensa, porque al finalizar con la rutinaria limpieza los jóvenes y  voluntarios alcanzan a probar, (y digo alcanzan porque no es así siempre) lo que queda de la preparación del día. Justo premio por semejante labor.

Ese es un día sábado para estas personas que dejan el ocio, los compromisos y el quehacer en sus hogares para dar de su tiempo a los más necesitados. Sin embargo, los protagonistas de este relato no son Marisol, Randy, Ana Miriam y los demás jóvenes que colaboran para echar a andar el proyecto sino que el autor principal de este sueño que vio luz por vez primera en Pentecostés son los niños y niñas de la comunidad, esos que van en busca de lo que nadie les ofrece, que esperan una semana impacientes por saber que les aguarda en ese plato preparado con amor. Ellos son los artífices de esta obra que hace casi tres años (ahora cuatro) se abrió para todos y todas y que espera seguir creciendo por voluntad de Dios y de aquellos que se sientan llamados a servir pues como dice el emblema de este Comedor Infantil, sus voluntarios seguirán <<Alimentando con amor solidario a los niños y niñas de la Comunidad Las Palmas>> mientras el sueño no muera y la voluntad de dar exista.

Jóvenes de CreEs dirigiendo la oración por los alimentos.
Yesenia, una joven voluntaria alimenta a una de las niñas más pequeñas que asisten al Comedor.


jueves, 9 de mayo de 2013

La Magdalena


Ahora me avergüenzo de mi forma de rezar. Todas las mañanas, luego de tomar mis llaves, el teléfono, mi mochila y asegurar las puertas de mi hogar, converso con Dios Padre abriendo mis manos, cerrando intermitentemente mis ojos que se clavan en el cielo y todo antes de despedirme del vacío que dejo tras la entrada principal.

Un minuto, no más. El tiempo siempre se reduce a una mísera fracción pues, mientras saco mi lista de peticiones, pienso en las clases, las tareas pendientes, la cena de anoche, los desechos del perro y cualquier mal que me distrae inquietándome. Por fin termino la micro letanía sin esperar la respuesta divina. Es como si el Dios que profeso fuese el operador telefónico de la comida rápida y yo el cliente que ordena exigiendo con orgullo inherente.

Allá va mi alma despavorida tiritando por el mal de cada día, esa sensación que nos inyectan a diario acerca de la muerte a mano armada o a manos de alguna jaula de metal y su nómada en el volante. Aunque no quiera, dejo mi integridad en la fortuna o desacierto de uno de ellos. Abordo la jaula con menos de diez minutos antes de la hora de mi primera clase. Sigo resintiendo el dolor en mi pie derecho, pero el arranque me arrastra hasta los asientos de atrás.

Ahí caigo como un clavo empujado por el azar. Junto a la ventana hay una mujer que parece dormida. Me siento tratando de acomodar mis piernas que son demasiado largas para el espacio entre los asientos. Hasta ese momento el viaje no vale la pena ni recordarlo, sin embargo bastó con verle sus manos que aprisionaban un rosario de color café quemado para despertar de golpe.

La mujer que creí dormida realmente rezaba. Sus ojos sumergidos en la oscuridad debajo de sus párpados develaban la devoción de cada Ave María. Su cuerpo ligero simplemente flotaba con el movimiento del armatoste. No se inmutaba ni respondía al ruido exterior. Ella solo rezaba, aprisionaba su camándula y rezaba.

El resplandor del sol entraba por la ventana y cubría su blusa verde con el calor atenuado de las 8:25. A mitad de mi ruta abrió los ojos, quizá porque sintió el roce de mi pierna en una de las curvas. Ahí aprecié toda su belleza natural. Su rostro iba acompañado de un maquille vistoso pero no excesivo. En sus piernas cargaba una cartera de cuero lustrado negra, una bolsa de tela del mismo color y una botella con agua con menos de la mitad. Volvió a concentrarse, tomó una de las bolitas de madera y la presionó entre su dedo índice y el medio.

El bus se detuvo en una de sus paradas. Observé la simpleza de su peinado recogido en una cola. Su pelo teñido brillaba con nitidez. Era una mujer muy cuidada. A lo mejor treintañera, soltera pero trabajadora. De esas pocas mujeres que inspiran decencia, que ilusionan a un hombre, que enorgullece a su madre, un ejemplo de fémina virtuosa.

Más adelante, cuando ella bajó del bus y tomó su camino, la llamé Magdalena. La Magdalena, virgen joven, iluminada de forma natural; así era La Magdalena que iba a mi lado. Rezaba por sus aflicciones, imploraba por su familia, buscaba el perdón en cada Padre Nuestro y suprimía de su rezo el bienestar propio. No sé cómo es que lo sé, pero estoy seguro que eso era lo que su silencio decía en conversación íntima con el Dios de los penitentes.

La Magdalena ha acabado sus plegarias. Deja de presionar su camándula y la guarda en su cartera de cuero lustrado. Deja ver el iris de sus ojos y de paso veo sus manos blancas y en la punta sus uñas color ocre. Sigo observando sus dedos delicados adornados nada más con el tinte artificial. Recoge de sus piernas ambas bolsas, una de ellas, la de tela, parece un poco pesada. Se prepara para salir.

Minutos antes de despedir con la mirada a La Magdalena, quito mi vista de su hermosa escultura femenina. Comienzo a recordar que en mi casa guardo tres camándulas. Dos de ellas las compré en las afueras de la Ceiba de Guadalupe y la otra me la dieron mis tíos el día que hice mi confirma. Ellos eran mis padrinos. Voy más lejos en mi memoria y apenas logro traer al presente la última vez que tomé el rosario y recé. Fue en bachillerato, en clase de orientación cristiana.

La Magdalena se levanta con dificultad pues carga con demasiado. De espaldas a mí y frente a la puerta de salida la veo con su blusa verde y su pantalón negro ajustado a sus piernas. De pie su presencia es más notable, su cuerpo macizo sería el orgullo de cualquier conquistador. Por fin oigo su voz. Es dulce, melódica como la de cualquier joven con apariencia de treinta. Saluda a una señora al costado opuesto del asiento donde me acompañó no más de diez minutos. El bus se detiene y ella se baja despidiéndose de la señora y la pierdo de vista.

Olvido por un momento seguirla con la mirada en su ruta laboral. Prefiero meditar el tiempo que duró su presencia y pensar qué haré ahora que ya no está a mi lado. La Magdalena, divina mujer virgen para mis ojos, se ha ganado mi aprecio, un sincero respeto y añoranza de coincidir una vez más para que me enseñe cómo rezar en medio de la hostilidad, cómo meditar frente a los problemas y al mismo tiempo ignorar que una persona te observe mientras dejas tu intimidad en la fe religiosa.

lunes, 6 de mayo de 2013

Escuálido

A finales de abril se dejó venir. Así se pintó el tapiz de nuestras cienes como un velo de ancho grosor que bañaba los arriates y arrabales. La bendita madre ciencia falló en sus augurios. Todo ha comenzado nuevamente. Nos abraza el sol; nos alimenta el agua.

Aquí en el inframundo se respiran moscas y se tragan zancudos. La naturaleza se ensaña con los mil veces castigados. Pero quién es la naturaleza. La naturaleza no es la sencillez de las cosas hoy en día. Tampoco es natural el mandante y el peón, la patrona y la sirvienta, el empresario y el obrero. La naturaleza es todo sin degradación.

Lo natural es puro en esencia, no se pudre solo madura y vuelve a florecer. Pero qué tiene de puro explotar nuestra tierra, quemar nuestro aire y curtir nuestras aguas. Qué tendrá de puro matar de hambre al pobre y engordar de promesas al ignorante. ¿Esa es la naturaleza primitiva de la cual todo comenzó?

Mi trozo de país camina a ser el desierto de Centroamérica. El agujero negro, el botadero regional, un simple terreno marchito. Ya nada es tan puro como antes. Alimentamos al desnutrido con la cosecha del valle de Zapotitán, una cosecha que crece con las aguas metalizadas en plomo, arsénico y zinc.

En los tugurios más inhóspitos el estudiante bebe agua de pozos atestados de eses por las fosas de las casas de cartón. Y si no beben de un pozo se engullen el agua potabilizada con los metales pesados y fertilizantes del rio Lempa. El mal no se ve, no se siente pero lo conocemos y lo dejamos pasar.

Aquí en los arrabales compramos del mercado nuestras verduras, aquellas del valle de Zapotitán, el queso de contrabando y las gallinas secas que se atragantan con sus excrementos y el concentrado. El que puede va al Super en los días de oferta. Compra la carne, los chorizos, el jamón o la mortadela. El pollo inyectado con hormonas, las frutas manipuladas genéticamente y todos los productos enlatados rellenos de experimentos, y nosotros el chivo expiatorio.

Los de saco y corbata, los que nunca andan a pie sino solo en campaña electoral, se nutren del producto importado de los restaurantes que colonizaron los suburbios más elegantes. Se comen el mundo. Sí, el mundo entero. El churrasco traído de argentina, la pasta italiana, el sushi asiático, el arroz cantonés chino, etc, etc. Se comen las manos de muchas personas, el sudor de los peones de otros países, la riqueza de naciones que al igual que nosotros, están siendo minadas por corporaciones foráneas o por sus gobernantes.

Las quebradas pestilentes ven pasar la primera correntada. Ahí van los zancudos de la fiebre amarilla, el dengue. Hasta las desembocaduras bajan los desperdicios de los arrabales, las llantas de las fábricas, el plástico de las empresas, los electrodomésticos de las industrias. Ahí va toda la basura de nuestro consumo enfermizo. Solo es basura dice el inconsciente, cuando la verdad es que esa basura podría ser nueva vida.

El agua arrecia en la tarde noche. La carretera recién remodelada la estrenaron con un múltiple accidente de película. Como en la mayor parte de los casos, un autobús. Esas chatarras que casi llegan al nivel de carretas son las que tiñen el aire del gas mortífero para la flora, la fauna y nuestros pulmones. A la par de estos monstros de latón están las fábricas que vomitan al aire sus contaminantes.

Mientras llueve las familias de los arrabales cercanos a las quebradas pestilentes no despegan el ojo del caudal. En cualquier momento rebalsa y puede llevarse sus casas de cartón hasta las desembocaduras para hacer más abultada la colección de desechos. La gente le echa la culpa al suelo, pero el suelo solo reciente el peso de la densa población, de las construcciones improvisadas y la erosión inducida por nuestra propia cuenta.

Y cuando las tragedias pasan, el luto llega a estas familias. La prensa habla de fatalidad, de desastre y por poco del Armagedón. Pero olvidan que si estas familias son vecinas de los barrancos es porque en el país hay más proyectos urbanizadores de clase alta que proyectos para gente que vive con plásticos y pilares de madera. Hay más construcciones en centros comerciales que rapan los espacios verdes y se deja de lado la necesidad de una vivienda digna para los marginados.

Al día siguiente el sol nos vuelve a freír en seco. La madre ciencia pronostica el inicio del invierno para mediados de mayo, pero la reina dominante aparecerá antes de lo previsto. El calor nos sofoca, nos asfixia y nos provoca ceguera al ver reflejar la luz en el vidrio de los autos y en el pavimento que parece ondear como una bandera en su asta.

Ya estamos en mayo. El jueves la lluvia arreció con el poder de los rayos y el domingo nos cobijó en las horas de sueño regalándonos una velada fresca. Esa expresión fluida es la naturaleza. Implacable, impredecible y espontánea. El sistema más perfecto, mucho más que la estafa del sistema financiero, la política o la ciencia. Esa sincronía está en peligro gracias al vandalismo de nuestras ambiciones.


Nuestra reina madre del sustento ha cambiado por la búsqueda de nuestro “progreso”, las nuevas tecnologías y el sistema capital avaro y mercantilista. Este trozo de país es un grano de arena en este planeta explotado, sin embargo este espacio es el único bien que poseemos desde que venimos a este mundo. No hay reemplazo, no hay donde ir. Mientras el mundo no tenga equilibrio, nuestro futuro de “desarrollo” no será más que el camino hacia la pudrición y no hacia la madurez y el nuevo florecer.