El rostro de uno de los más de 150 menores que asisten al Comedor Infantil. |
Al filo de las 2:00 pm las puertas de la Casa
Cultural de la Comunidad Las Palmas son abiertas para un grupo de personas que
van con toda la disposición de preparar ricos platillos para alrededor de 150
niños, niñas, jóvenes, ancianas y mujeres con sus bebes en brazos que se abocan
a este lugar por la necesidad que pasan en sus casas pues esta comunidad es una
de tantas comunidades marginales en el área metropolitana de San Salvador.
Aquella tarde no
era la excepción y el menú a degustar sería picado de carne con verduras
acompañado de arroz blanco, dos panes franceses y refresco de jamaica. El
personal que se necesita para que el alimento sea una obra de arte culinaria
está liderado por Marisol, una señora con tono de voz serio, robusta y expresión serena en su rostro. Casi siempre
se hace acompañar de Randy, su hijo, quien es el administrador de este proyecto
comunitario que se conoce con el nombre de “Comedor Infantil de la Comunidad
Las Palmas” o “el Comedor” a secas, como los niños lo nombran cuando hablen de
él.
Las labores de preparación comienzan pronto y para
realizarlas Marisol no está sola pues dentro de este equipo de mujeres
cocineras también está Ana Miriam, María Isabel y Roxana, una de las más
jóvenes y quizá esta sea la justificación más sencilla para explicar su
inagotable sentido del humor, jovialidad y carisma con el que abarca toda el
área de la cocina a la vez que hace menos tediosa y tolerante el arduo trabajo
de cocción del alimento.
Este equipo se complementa con el apoyo que reciben
cada sábado de los integrantes de los diferentes grupos de la Iglesia La
Sagrada Familia, parroquia que se encuentra dentro de la comunidad. También
cuentan con la ayuda voluntaria del equipo de Catequesis y los jóvenes que lo
integran.
Marisol (al frente a la izquierda) y Roxana (atrás) preparan el menú del día. |
Son casi las 3:15, la cocina está a todo vapor, los
voluntarios de esta jornada lavan los platos y vasos donde se sirve el alimento
mientras otros barren, limpian y colocan las 13 mesas rojas y otras 9 mesas más
pequeñas para los niños con sus respectivas sillas de madera del mismo tamaño.
El reloj avanza y todo esta impecable, en orden y a
tiempo para cuando sea el momento de la repartición de la comida. Aprovecho
esta pequeña brecha de descanso para platicar con Marisol. Ella, según me
relató, es voluntaria desde hace un poco más de dos años y sintió el llamado al
servicio al ver que el proyecto no contaba con personal permanente para la
preparación de los alimentos y vio la posibilidad de poner a disposición sus
habilidades en la cocina y así colaborar cada fin de semana.
- Uno lo que viene a hacer lo hace de corazón no de
mala gana - es lo que respondió cuando pregunté sobre lo que significa para
ella dar de su tiempo al servicio de otros y a su vez dice sentirse “agradada”
al ver que los niños se van contentos después de haber recibido ese poquito de
esperanza servida en un plato caliente. – Espero que se motiven a colaborar
para que el comedor no desaparezca – dijo en respuesta a la necesidad de
fondos, víveres y voluntarios que ayuden a mantener esta obra que, como ya
antes me había contado su hijo y administrador Randy Ortiz, todo es un sueño
que nació en la imaginación del Padre Dean Brackley, un sacerdote jesuita que
falleció hace unos meses atrás.
Randy, al igual que el equipo de catequesis el cual
también preside, se siente comprometido con esta obra de amor que llega a los
niños y niñas más necesitados de esta comunidad y sobre todo anhela que el
Comedor prospere pasando de un funcionamiento únicamente sabatino a brindar un
servicio todos los días de la semana.
La inauguración oficial del proyecto fue un día 30
de mayo del 2009, era sábado pero no un sábado cualquiera pues la iglesia
católica celebraba “Pentecostés” conmemorativo a la venida del Espíritu Santo. Pero
sus raíces se remontan meses atrás cuando se alimentaba únicamente a los niños
y niñas que asistían a las clases de Catequesis que se imparten en las
instalaciones del Centro Escolar Republica de Canadá, la escuela local de Las
Palmas. Lidia Rivera, una de las catequistas de ese entonces, menciona que
antes de convertirse en un Comedor Infantil como tal nada más se entregaban
“refrigerios fuertes” con el objetivo de alimentar sanamente a los niños que
asistían a catequesis y pensando también en su nutrición pues la mayoría son de
escasos recursos económicos y lo poco que llegan a consumir en sus hogares no
alcanza a sustentar sus necesidades. Con el tiempo la idea fue tomando fuerza y
se comenzó con la adquisición de platos, vasos, una cocina y utensilios
necesarios para la preparación del alimento. Esto se logró gracias a la
intervención del Padre German Rosa, párroco de la Iglesia La Sagrada Familia,
quien recaudó bonos de gente altruista y también gracias a la ayuda que se
obtuvo de un colegio en los Estados Unidos. Así comenzó a palpitar este sueño
que ahora está por cumplir tres años consecutivos (actualmente cuatro) entregando
platos de comida, dibujando esa tierna sonrisa en los rostros desprotegidos de
cientos de niños que no reciben solamente alimento sino ese cariño que en sus hogares
talvez no existe. Todos son atendidos con respeto, con amabilidad y al final
salen satisfechos, felices y con el entusiasmo de volver ya que, como todos los
colaboradores manifiestan: - ellos se te acercan y te dicen que habrá el próximo
sábado cuando apenas es lunes -.
Los primeros en llegar para recibir sus alimentos. |
Afuera de la Casa Cultural ya se escucha el murmullo
de vocecitas impacientes y algunos que tocan el portón reclamando el ingreso
pero aun no es tiempo. Son las 4:50, momento en el cual todos se reúnen para
hacer la oración hacia nuestro creador y pedir por los alimentos que los niños
están por tomar. Reunidos en el patio cerca de los lavaderos formamos un
círculo y uno de los voluntarios pide que alguien dirija la oración e
inmediatamente un señor se ofrece, aunque al momento en que pronuncia la primera
palabra, otra señora con una voz más potente lo hace desencadenando una letanía
de peticiones que emanaban de los corazones de todos los ahí reunidos. Era
difícil entenderles a todos y preferí observarlos y guardar silencio hasta que
comenzó el “Padre Nuestro”. Concluido el acto de bendición y agradecimiento,
todos toman posiciones: las señoras
cocineras comienzan a servir la comida en los platos, otra lo hace
sirviendo el refresco, algunos jóvenes toman las bandejas donde van colocando
los platos y las bebidas, dos más toman un jabón líquido y una toalla para que
los que ingresen pasen primero a lavar sus manos y luego a buscar su asiento.
A las 5:00 pm todos se abocan a la entrada de la Casa Cultural para tomar su alimento. |
Randy se ubica en la entrada y de cinco en cinco,
comenzando con los más pequeños, hacen el ingreso al lugar y esperan un momento
hasta que todos hayan entrado para hacer la oración por los alimentos, cosa que
no es fácil pues como se imaginarán, tratar de hacer silencio en medio de un
mar de infantes es cuestión de mucha paciencia. De la oración apenas recuerdo
el inicio, “Señor Jesús…” quizá porque estoy más pendiente del ajetreo en la
cocina. En cuestión de minutos las bandejas cargadas de platos que a su paso
enamoran con su olor van quedando vacías al mismo tiempo que se va completando
la primera sección donde se ubican la mayoría de los niños pues la Casa
Cultural cuenta con un patio trasero donde la gente espera por su alimento.
Cuando todos lo han recibido ya está un equipo listo esperando los trastos
ocupados por los niños aunque, nunca faltan aquellos que con humildad y pena
preguntan si aún queda un plato disponible para saciar su hambre.
Es irónico que un trabajo de un poco más de dos
horas sea devorado en media hora aproximadamente pero para todos los
voluntarios eso es lo de menos ya que se sienten complacidos por haber
entregado alegría en ese plato que sirvieron y que rara vez queda alguna sobra.
Los que van terminando se disponen a salir sin
embargo, algunos tratan de escabullirse y pasar hacia el patio pues ahí hay
juegos y a veces una pelota con la que se divierten ignorando las peticiones de
los voluntarios para que se retiren. Por fin lo hacen y, tal como al inicio, el
trabajo vuelve a empezar limpiando, barriendo, ordenando mesas y sillas,
lavando el ejército de trastos que sobran de lo que fue el picado de carne con
verduras.
Los jóvenes de CreEs (Crecimiento espiritual) se encargan de la logística y la limpieza luego de cada actividad. |
Ese es un día sábado para estas personas que dejan el ocio, los compromisos y el quehacer en sus hogares para dar de su tiempo a los más necesitados. Sin embargo, los protagonistas de este relato no son Marisol, Randy, Ana Miriam y los demás jóvenes que colaboran para echar a andar el proyecto sino que el autor principal de este sueño que vio luz por vez primera en Pentecostés son los niños y niñas de la comunidad, esos que van en busca de lo que nadie les ofrece, que esperan una semana impacientes por saber que les aguarda en ese plato preparado con amor. Ellos son los artífices de esta obra que hace casi tres años (ahora cuatro) se abrió para todos y todas y que espera seguir creciendo por voluntad de Dios y de aquellos que se sientan llamados a servir pues como dice el emblema de este Comedor Infantil, sus voluntarios seguirán <<Alimentando con amor solidario a los niños y niñas de la Comunidad Las Palmas>> mientras el sueño no muera y la voluntad de dar exista.
Jóvenes de CreEs dirigiendo la oración por los alimentos. |
Yesenia, una joven voluntaria alimenta a una de las niñas más pequeñas que asisten al Comedor. |