A finales de abril se
dejó venir. Así se pintó el tapiz de nuestras cienes como un velo de ancho
grosor que bañaba los arriates y arrabales. La bendita madre ciencia falló en
sus augurios. Todo ha comenzado nuevamente. Nos abraza el sol; nos alimenta el
agua.
Aquí en el inframundo
se respiran moscas y se tragan zancudos. La naturaleza se ensaña con los mil
veces castigados. Pero quién es la naturaleza. La naturaleza no es la sencillez
de las cosas hoy en día. Tampoco es natural el mandante y el peón, la patrona y
la sirvienta, el empresario y el obrero. La naturaleza es todo sin degradación.
Lo natural es puro en
esencia, no se pudre solo madura y vuelve a florecer. Pero qué tiene de puro
explotar nuestra tierra, quemar nuestro aire y curtir nuestras aguas. Qué
tendrá de puro matar de hambre al pobre y engordar de promesas al ignorante. ¿Esa
es la naturaleza primitiva de la cual todo comenzó?
Mi trozo de país camina
a ser el desierto de Centroamérica. El agujero negro, el botadero regional, un
simple terreno marchito. Ya nada es tan puro como antes. Alimentamos al desnutrido
con la cosecha del valle de Zapotitán, una cosecha que crece con las aguas
metalizadas en plomo, arsénico y zinc.
En los tugurios más inhóspitos
el estudiante bebe agua de pozos atestados de eses por las fosas de las casas
de cartón. Y si no beben de un pozo se engullen el agua potabilizada con los
metales pesados y fertilizantes del rio Lempa. El mal no se ve, no se siente
pero lo conocemos y lo dejamos pasar.
Aquí en los arrabales
compramos del mercado nuestras verduras, aquellas del valle de Zapotitán, el
queso de contrabando y las gallinas secas que se atragantan con sus excrementos
y el concentrado. El que puede va al Super
en los días de oferta. Compra la carne, los chorizos, el jamón o la
mortadela. El pollo inyectado con hormonas, las frutas manipuladas genéticamente
y todos los productos enlatados rellenos de experimentos, y nosotros el chivo expiatorio.
Los de saco y corbata,
los que nunca andan a pie sino solo en campaña electoral, se nutren del
producto importado de los restaurantes que colonizaron los suburbios más
elegantes. Se comen el mundo. Sí, el mundo entero. El churrasco traído de
argentina, la pasta italiana, el sushi asiático, el arroz cantonés chino, etc,
etc. Se comen las manos de muchas personas, el sudor de los peones de otros
países, la riqueza de naciones que al igual que nosotros, están siendo minadas
por corporaciones foráneas o por sus gobernantes.
Las quebradas
pestilentes ven pasar la primera correntada. Ahí van los zancudos de la fiebre
amarilla, el dengue. Hasta las desembocaduras bajan los desperdicios de los
arrabales, las llantas de las fábricas, el plástico de las empresas, los
electrodomésticos de las industrias. Ahí va toda la basura de nuestro consumo enfermizo.
Solo es basura dice el inconsciente, cuando la verdad es que esa basura podría
ser nueva vida.
El agua arrecia en la
tarde noche. La carretera recién remodelada la estrenaron con un múltiple
accidente de película. Como en la mayor parte de los casos, un autobús. Esas
chatarras que casi llegan al nivel de carretas son las que tiñen el aire del
gas mortífero para la flora, la fauna y nuestros pulmones. A la par de estos monstros
de latón están las fábricas que vomitan al aire sus contaminantes.
Mientras llueve las
familias de los arrabales cercanos a las quebradas pestilentes no despegan el
ojo del caudal. En cualquier momento rebalsa y puede llevarse sus casas de
cartón hasta las desembocaduras para hacer más abultada la colección de
desechos. La gente le echa la culpa al suelo, pero el suelo solo reciente el
peso de la densa población, de las construcciones improvisadas y la erosión inducida
por nuestra propia cuenta.
Y cuando las tragedias
pasan, el luto llega a estas familias. La prensa habla de fatalidad, de
desastre y por poco del Armagedón. Pero olvidan que si estas familias son
vecinas de los barrancos es porque en el país hay más proyectos urbanizadores
de clase alta que proyectos para gente que vive con plásticos y pilares de madera.
Hay más construcciones en centros comerciales que rapan los espacios verdes y
se deja de lado la necesidad de una vivienda digna para los marginados.
Al día siguiente el sol
nos vuelve a freír en seco. La madre ciencia pronostica el inicio del invierno
para mediados de mayo, pero la reina dominante aparecerá antes de lo previsto.
El calor nos sofoca, nos asfixia y nos provoca ceguera al ver reflejar la luz en
el vidrio de los autos y en el pavimento que parece ondear como una bandera en
su asta.
Ya estamos en mayo. El
jueves la lluvia arreció con el poder de los rayos y el domingo nos cobijó en
las horas de sueño regalándonos una velada fresca. Esa expresión fluida es la
naturaleza. Implacable, impredecible y espontánea. El sistema más perfecto,
mucho más que la estafa del sistema financiero, la política o la ciencia. Esa
sincronía está en peligro gracias al vandalismo de nuestras ambiciones.
Nuestra reina madre
del sustento ha cambiado por la búsqueda de nuestro “progreso”, las nuevas
tecnologías y el sistema capital avaro y mercantilista. Este trozo de país es
un grano de arena en este planeta explotado, sin embargo este espacio es el
único bien que poseemos desde que venimos a este mundo. No hay reemplazo, no hay
donde ir. Mientras el mundo no tenga equilibrio, nuestro futuro de “desarrollo”
no será más que el camino hacia la pudrición y no hacia la madurez y el nuevo
florecer.
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