Cuántas navidades, dice
el señor. Cuántas navidades voy a nacer entre cuchitriles mercantiles, la
oferta más barata, el sale y la
famosa cachada de aquellas almas en
pena que se rebuscan como zopes bajo las faldas del gran San Salvador. Cuánto
más va a durar el sistema al que Ellacuría llamó con sarcasmo “A sus órdenes,
mi capital”.
Y es que cada diciembre
la bolsa del pobre se infla y se desinfla casi al mismo tiempo. Llega el aguinaldo, y así como llega se va, como
un trozo de pastel que se reparte entre las fieras hambrientas encabezadas por
el sacrosanto estreno, la pata de
elefante, el chumpipe, los juguetes, los morteros y de vez en cuando se
acuerdan de las deudas, el banco, los impuestos, la matrícula escolar y el
ahorro en caso de emergencias.
Claro, lo último dicho es
la circunstancia número novecientos mil entre todas las demás que se nos
implantan en el cerebro para estas fechas. A la salvaguarda de este sistema de
cosas vienen los “por siempre malditos” comerciales de la hora prime para quemarnos los ojos con sus exuberantes
noches de compras, las ofertas del Super, el descuento para su carcacha, préstamos,
bonos, mega bonos y súper bonos, típicos de las compañías telefónicas.
Últimamente, los
treinta segundos de muerte infernal cuando se está frente a la tele se han
pintado con los discursos de la partidocracia y sus “distinguidísimos e
intachables” personajes que desde ya se les oye nombra como “señor presidente”.
La mejor cara, los mejores deseos, sencillez y alarde de campechanos. Nada mal
para quien se postula como candidato a la presidencia.
Y mientras ellos hacen
su campaña con todo lo que pueden bañar en sus tintes del mal, nuestro actual “Faraón”
despotrica contra todos sus opositores. Parece que a él se le olvidó que en
diciembre las “magnánimas leyes de Santa
Claus” dicen claramente que en diciembre hay que soñar, reír y gastar; no
obstante nuestro mandatario tiene pesadillas con los empresarios del transporte
público, ríe pero de su desgracia y gasta, sí, gasta, pero gasta hasta más no
poder la frase “por culpa de los veinte años de ARENA” y también su nuevo y tan
repetido lema que no hace falta decir.
Dejemos que ellos vivan
la navidad tranquilos para no atosigarlos con la lluvia de críticas que les
llegan todos los años, más hoy que se recetaron un doble salario. Felicidad y
abundancia asegurada. Más bien, volvamos a la vida real, a la del común salvachuco que desde temprano comienza a
preparar su humilde cena. El pavo, el chumpi pollo, la gallina, los tamales y
así sucesivamente hasta llegar a los que no les alcanza para tanto.
Por todos lados se ve
pasar a las matriarcas del hogar con las bolsas repletas de verduras, boquitas
y las infaltables sodas. Para estos días no deberían quejarse porque se venden
más que en todo el año. La misma situación pasa con las heladitas que hasta bajan de precio. A ellas no hay que agradecerles
mucho, son las causantes de la locura temporal de algunos y la muerte de otros.
Como tradición en
peligro de quedar en el olvido, los cohetes aún sobreviven a pesar de las
decenas de niños y adultos irresponsables que se queman con su propio dinero al
hacer un mal uso de la pólvora. Es un hecho que tarde o temprano el bullicio de
las explosiones, el papelero y los desafortunados que son víctimas de su propia
terquedad se dejarán de escuchar y de ver dentro de un par de años.
Pero ente el ajetreo,
la embriagues y los spots maliciosos del sistema que nos amarran a la idea de
un anciano robusto, vestido de rojo y con una risa fingida, está la verdadera
razón de todo este jolgorio malversado. Aunque Santa Claus, juguetito
ideológico de Coca Coca, esté por delante de nuestra celebración, la
celebración de los mortales y descontaminados, la imagen de la navidad como tal
lleva más de dos mil años existiendo en la mentalidad de los creyentes en un
Dios más poderoso que la mundana idea de un “Santa en el polo norte”.
Esa tierna imagen tiene
cara de niño, de un bebé que reinará en un mundo gobernado por las hegemonías y
las élites represivas. Ese niño que nace a la media noche de hoy es el fin
único de este día de festejo, que más que un día de consumismo, cumbias y excesos,
debería ser un día familiar, el día en que el niño Rey nace en todos nosotros.
No pretendo sermonear ni
dar de golpes de conciencia a ustedes que quizá se han olvidado de la verdad y
la han engavetado tal y como se los ordenó el sistema. No pretendo invitarlos a
un templo que puede tener más vida que la suya propia ni tampoco repetir incansablemente
de donde viene la navidad. Solo pretendo algo sencillo, recordar. Hacerle
memoria de quién quiere que nazca hoy en su interior, el niño soberbio,
egocentrista, engendro de la brutalidad del hombre contaminado o el niño de los
cielos, el hijo de Dios vivo, el salvador del mundo.
La realidad es que hoy,
para la mayoría, nace el niño rico, y sin satanizar a la clase alta, solo para
contrastar la idea de una navidad donde reina el capital y aquella donde Jesús
va a la cabeza. Por eso la pregunta nuevamente: cuándo nacerá Jesús en la puerta
de nuestras casas, cuándo lo invitaremos a cenar y, no menos importante, cuánto
tiempo más permitiremos que este sistema de cosas convierta en paganismo la
fiesta del natalicio del Dios hijo.
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