Nuestro escudo y nuestra bandera nacional cumplieron 100 años desde su legalización en 1912, pero parece que a nadie le importara. Esta tendencia al desinterés tiene sus raíces en la falta de cultura, el no haber inculcado valores cívicos ni haber estudiado nuestro propio legado. Bajo ese olvido que marca tradición en este país celebramos un año más de independencia, una falsa libertad y unificación. Los vacíos siguen siendo abismales en comparación al fervor que viven otras naciones cuando se avecina una fecha tan importante. No cabe duda que en El Salvador imitamos un tanto a los judíos pero en materia de ideales, pues seguimos esperando nuestra verdadera fecha de liberación, la emancipación de las clases oprimidas y una única identidad que nos cobije a todos. Dios, Unión, Libertad; 3 palabras que están lejos de ser nuestras, muy lejos de convertirse en identidad.
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Para definirnos de manera
individual en base a nuestras preferencias o gustos determinados, basta con
abrir el abanico de opciones: altos, bajos; playa o montaña; fútbol o basketall;
Barça o Madrid. Aquí parece todo estar resuelto, pero hay preguntas que tardan
100 años y aún siguen sin esclarecerse. Eso es lo que sucede con uno de los
pocos símbolos que tenemos los salvadoreños: la bandera.
Aprobada en 1912,
nuestra bandera nacional ha izado por doquier y ha cambiado de tonalidad quizá
la misma cantidad de veces. Será este un estilo camaleónico como le llama
Carlos Chávez a la falta de interés por estipular un tono específico para
nuestra bandera. Y peor todavía es que nadie recordó este trascendental hecho
histórico en el cual dejamos de usar una bandera agringada para volver a las raíces federalistas de la región.
Siendo sincero, jamás había
pensando en este tema del color como identidad de los símbolos patrios. Sin
embargo, comparto la visión de que deberíamos exigir una ley bajo la cual se
contemple el verdadero color de nuestra bandera. No es posible que países como
Guatemala, México, Argentina, España y muchos más hayan dictaminado las
tonalidades únicas de sus respectivas banderas, mientras nosotros ni siquiera
conocemos la historia que nos llevó hasta la actual representante que ondea
silenciosa en unos cuantos sitios y redondeles.
He aquí un ejemplo de
por qué nuestra sociedad salvadoreña no se identifica con las raíces marchitas
de los antepasados pipiles, masacrados por siglos hasta que los redujeron a
osamentas. No logramos anclarnos a una idea nacionalista pues pasamos de largo
todo el proceso independentista, cuyo principio solamente comprendía la liberación
de los criollos y no así de las comunidades pobres: proletariado y jornaleros.
La apatía es tan grande
que hemos olvidado hasta la letra del himno nacional, la oración a la bandera,
los departamentos, sus cabeceras, el número de municipios, etc., etc… Lo cierto
es que la desinformación nos lleva a celebrar una “independencia” que jamás fue
y que hasta hoy no llega. Pasamos de las manos españolas al autoritarismo
criollo, luego al militarismo y más recientemente, la partidocracia.
Hace falta un poco de
ejercicio metal, eso implica leer. Pero antes de leer cualquier cosa, también
es necesario tener personas capacitadas que se encarguen de documentar e
investigar nuestro borroso pasado. Somos pobres en este aspecto ya que son escasos
los historiadores que han reconstruido nuestro rompecabezas ensangrentado por
batallas, guerras, epidemias y masacres repudiables. Existe poco material
disponible para consulta, por ende, las opciones se reducen a unos cuantos
textos desactualizados, y en el peor de los casos, inaccesibles al público.
Me pregunto si es
normal que después de tantos años nuestros símbolos sigan esperando ser
bautizados legalmente. La respuesta es muy obvia: como podemos pedir que se establezca
un color determinado para nuestra bandera si por otro lado se nos imposibilita
identificarnos como salvadoreños. Es una odisea ponernos de acuerdo en cosas
banales y más no se diga en términos constitucionales. La lección más
representativa la tenemos a diario en el Salón Azul de la Asamblea Legislativa.
Será que ellos tiene
claro el por qué están ahí, o también siguen sin encontrarse luego de varios
periodos engordando sus cuentas bancarias a costa del pueblo. No me extrañaría que
al preguntarles de historia y específicamente de quiénes gestaron la
independencia y nuestra inexistente “nación” también salgan con el cuento de
los “Súper Próceres”, padres de la
patria igual que ellos. Un baluarte de líderes pensantes, como decía un anuncio
publicitario en el cual alagaban a estos hombres, antigua élite de poder
corrupta y cimiento de la que hoy subsiste por sobre nuestros derechos.
Pasó un 15 de
septiembre más y el calendario dice que ya transcurrieron 191 años de
independencia; no obstante, la espera por esa anhelada libertad se sigue
extendiendo sin que aún se perciba la luz verdadera de la igualdad. Por otro
lado, son 100 años desde la adopción de una nueva bandera y un nuevo escudo,
una adopción sin reconocimiento, sin identidad propia, esa identidad desconocida
que nosotros llamamos “patriotismo”, una identidad perdida por la ignorancia,
el irrespeto y la falta de valores cívicos que van muriendo tal como muere el
ideal “salvadoreño”.
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