¡En qué momento se nos
ocurrió la flamante idea de desnudar nuestra carne para deleite visual! Fue
quizá en uno de tus periodos de trance, pensando en cómo hacerme feliz de un
modo poco común pero bastante atrevido. No es que lo tome como indecoroso, más
no era lo que esperaba de ti, una flor que apenas abre sus pétalos con
delicadeza para no dejar ver más allá de lo recatado.
Mis vagas ideas sobre
tu feminidad, y por feminidad entendamos la belleza pura que se esconde bajo tapujos
finamente moldeados a tu ser, jamás la había observado con tanta lucidez como
ahora, inmortalizada de manera artificial, pero grabada para siempre en mi
cabeza. Mis ojos se inundan del esplendor estético de tus curvas eminentemente
arqueadas desde el tórax hasta la parte ensanchada de tus caderas. Que deleite
es navegar en total frenesí, imaginando tu presencia con ese traje de ángel
celestial, casi emulando a la antigua Eva en el Paraíso del pecado.
Sin duda me has vuelto
un crítico de tu estilo. Los colores pastel te acicalan; el negro profundo es
un mar de inspiración erógena, el celeste cielo adormece mis parpados, el
rosado… sin palabras, toda una obra de arte barnizada en color piel canela, una
combinación de sutiliza y seducción, de inocencia y tentación, de malicia y
ferocidad. Tu silueta, aunque se vista del propio arco iris, lucirá hermosa,
intachable, pero nunca frívola ni perversa.
Se ha vuelto una rutina
ojear, como las página de un periódico, cada retrato que donaste para
satisfacción de mis anhelos por conocer tierras inexploradas de tu tez, tan
suave como el soplar de un viento mañanero. No es lujuria mi obsesión, es
adoración a tu divinidad de mujer, tu figura de diosa griega, tu anatomía
moldeada en el mejor taller de elaboración de prototipos que Dios creó en el
inicio de todo lo que existe. Y de seguro él sabía desde antes de fabricarte
que tu lugar, difícilmente, sería suplido por cualquier otra invención de la
naturaleza, pues tu elegancia fue patentada una solo vez para evitar
competencia desleal.
Aunque la flor más
sagrada de tu feminidad todavía se esconde, no hace falta llegar hasta el punto
que te identifica como tal ya que tus poros irradian toda la magnificencia de
tu interior, ese que aun se guarda intacto, virgen, esperando ser conquistado.
Por ahora, prefiero seguir perdiéndome en las dulces cavidades de tu complexión
aeróbica, exquisita, excitante y apasionada.
Como no amar tu
abdomen, el centro de tu universo, cuyas fronteras están adornadas con el
vaivén de tus cabellos y la pericia de tus pies. Es una reunión cósmica donde
tus pechos se levantan en direcciones opuestas apuntando a mi codicia de hombre
instintivo que se derrite cuando descansa en medio de ellos. Un delirio ver tus
muslos juntarse besándose y acompañando a tu flor del eros, mientras, del otro lado de tus límites corporales,
se yerguen dos monumentos como media luna en una noche de romance.
Y después de todo esto,
aun me cuestiono si soy digno de embriagarme de tu juventud, tu lindo rostro
que parase no contar los años. Será que merezco ser el guardián de tus tierras
acaneladas, ser el conquistador de terrenos jamás alcanzados. Seré yo el que
duerma por siempre a tu lado. Que el tiempo me de su respuesta, y durante la
espera, deseo que seas tú la que me arrebate los años, la felicidad, mi vida
entera, pues el amor que inventamos no tiene fecha de caducidad, ni principio y
mucho menos final.
No hay comentarios:
Publicar un comentario