Al igual que un embrión
humano, el mes patrio debe esperar 9 meses para hacer su arribo al calendario
de festejos nacionales, cumpliendo así con su obligación de recordarnos la
fecha en que la región pasó del colonialismo español al autoritarismo criollo. Desde
nuestro presente, hacemos un viaje de 191 años recorriendo sucesos
transcendentales, crudos, tortuosos y de momentos gratificante, pero que al
final suman una bitácora de experiencias compartidas, nuestra identidad, el
sello propio de un salvachuco.
Pero hablar de
identidad es casi como querer encontrarse con el primer átomo que formó al
universo, ya que es tan minúscula que resulta imposible diferenciar en donde
comienza la identidad salvadoreña y donde termina la masiva influencia de
potencias imperiales extranjeras. Esta búsqueda de identidad es tan agotadora
que mejor preferimos dejarlo todo para el noveno mes del año: Septiembre, el
mes de la Independencia, de los símbolos patrios, los desfiles, el Himno
nacional (entonado por una semana completa), la Oración a la bandera (mil veces
repetida y siempre alguien le cambia el orden original) y más alejados de la
escena estelar que ocupaban antes, los
desterrados Próceres, Primeros padrastros oligarcas de la patria.
A medida han transcurrido
los años, el amor por el “heroísmo” de nuestros criollos terratenientes se fue
diseminando pues descubrimos que no eran tan valientes como nos imaginamos, por
ejemplo, sus huellas no se comparan a las de Simón Bolívar, el líder sudamericano
que liberó a varios países de su hemisferio. Más lejos de él en términos
históricos está Tupác Amaru, otro sudamericano que tomó una identidad netamente
Inca para exigir mejor trato en tiempos de la colonia. En fin, ejemplos sobran
si de Latinoamérica se trata; sin embargo, cuando nos centramos en escudriñar
nuestro legado precolombino, colonial y pasada la colonia, nos percatamos que
hay un vacío existencial donde no converge nada más que puras leyendas y mitos
surreales.
En nuestra perspectiva
social actual, septiembre es el mes patriótico porque los medios nos lo
taladran en el subconsciente para que no se nos olvide que vivimos en “libertad”.
Y digo “para que no se nos olvide” porque con el clima político que opera
diariamente en este paisito, Burdel de
los demagogos, es muy común que pasemos por alto el hecho que poseemos
libertad si de todas maneras nos sentimos atados a lo que la canasta básica
dice, lo que las gasolineras publican en sus carteleras que dan miedo (pues
cada día se ven más cerca de llegar al número 5), lo que los señores
empresarios del transporte piden a cambio de seguir funcionando, el precio de
las harinas, las tortillas, el gas…. Y si seguimos así terminaríamos el mes
llenos de problemas.
Es por eso que la
publicidad mediática de esta época se vuelve un recordatorio para que no
percibamos el ambiente hostil como una encrucijada, un callejón estrecho, sin
luz ni salida. Se vuelve conveniente entonces pensar en que la coyuntura
financiera no representa mayor dificultad, no interviene en el libre albedrio
ni en la rutina cotidiana de cada uno, al menos eso intentamos creer para
llenar nuestros pulmones de argumentos ingenuos sobre la libertad que,
supuestamente, gozamos los salvachucos.
Regresando a lo de la
identidad, el guanaco, así conocido
por los demás países centroamericanos, nos hemos agenciado algunos
calificativos aceptables que únicamente sirven para encontrar un punto de unión
en esta sociedad radicalmente polarizada y marcadamente dividida en clases sociales.
Uno de ellos es el típico dicho que el salvachuco
es trabajador; anda en la rebusca; lo vende todo, como dijo en su poema de amor
Roque Dalton; son gente con valor (aunque
traducido a nuestro lenguaje mundano se refiere a una persona con bastantes guevos,
¡que no se aculera pues!).
Por otro lado, los
Cuscatlecos hijos de la gran… mala palabra como dice mi mamá somos reconocidos
por nuestra gastronomía rica en colesterol, como en el caso de las celebres
pupusas. No obstante, nunca falta aquel seudoaficionado
a la transculturización que destroza lo poco de identidad que tenemos
bautizando símbolos propios con nombres absurdos, ejemplo de ello es la pupusa Obama. Ni la comida se salva del
despojo cultural fielmente avalado por todos. Dentro de la rama de las artes
culinarias también tenemos el atol shuco,
el de elote, los nuégados con chilate,
las torrejas, ¡y hasta nuestra flor nacional: el izote!
Para un salvadoreño
promedio, pero en su preferencia pobre, todos estos elementos se le hacen
familiar, aunque fuera de las fronteras, El Salvador tiene más fama de puñetero
que de experto en la cocina. Somos, en términos literales, el Vietnam de Centroamérica,
un país que parece controlado por la violencia, por la marginación a la que nos
han sometido por décadas, o por qué no decirlo, por los siglos de los siglos,
comenzando en tiempos de la conquista. Esa fama la hemos ganado también gracias
a los del Politburó, nuestros
maestros y modelos ejemplares de corrupción, malversadores de fondos, polillas
de las arcas del Estado y manipuladores del sistema de Gobierno.
Triste realidad para
nosotros los salvachucos, a quienes
solo nos queda levantar la cabeza, seguir en la lucha, pero si las cosas se
ponen calientes, no dudamos en echar una putiada
a quien nos ofende en tono agravante. Así es como terminamos en líos
provocadores, sobre todo si se trata de un partido de futbol entre México y El
salvador donde el refrán reza escuetamente que “Al mundial no vamos pero a México le ganamos”… lo duro es que les
hemos ganado, pero seguimos esperando por nuestro tercer mundial.
Y ya que hablamos de la
Selecta Cuscatleca, es imprescindible a la hora de contabilizar qué es lo que
identifica a un salvadoreño. Somos una raza puramente futbolera, a pesar que
hoy en día nadie da un centavo para invertir en el talento deportivo y seguimos
amparados en las glorias del Mágico
Gonzales, él único que ha llegado a clubes de talla internacional.
Partiendo de ahí, nuestros recuerdos en el ámbito del balompié son poco gratos:
dos mundiales (México 70 y España 82), ninguna victoria, un tan solo gol (fue
del Pelé Zapata) y la mayor goleada que le han encajado a un equipo en la
historia de los mundiales (derrotados 10 a 1 frente a Hungría).
Para no sacar el
pañuelo de la vergüenza, prefiero seguir haciendo estadísticas sobre los elementos
culturales que identifican a nuestro país. Quizá deba mencionar que, en materia
turística, nuestras playas tienen buenos adeptos en el exterior. Nuestros lagos
y lagunas dibujan un espectáculo natural en el horizonte humeante y atosigado
de químicos tóxicos. Sin embargo, hay lugares que dejan mucho que desear, como
las Ruinas de San Andrés, las del Tazumal o Joya de Cerén. Nada comparadas a
las edificaciones aztecas en Yucatán o las de Machu Picchu en Perú. Claro,
estas comparaciones son ilógicas, pero lo que sí es de valorar es que en estos países
el trabajo arqueológico ha sido priorizado. En
cambio, en nuestro pedazo de tierra que llamamos República, preferimos
tirar una capa de asfalto sobre vestigios indígenas pues creemos que tiene más
valor una autopista que unas viejas vasijas con historia valiosa para entender
la vida de nuestros ancestros.
Sea cual fuera el caso,
donde sea que busquemos y metamos nuestras narices, nos encontraremos con
grandes cárcavas como minas explotadas e innocuas debido a la carencia de
documentación, de investigaciones y recolección de nuestro propio rompecabezas
antropológico. Da igual, dicen muchos. Lo que pasó ya pasó y si vivimos así es
porque no hay de otra. Ese pensamiento conformista y pesimista es el que nos
tiene atados a las voluntades de otros, a los intereses comunes de las clases
dominantes y de imperios Todopoderosos
capaces de dejarnos sin comer con tal de que se haga lo que ellos piden.
Esa mentalidad de
aceptación sin opciones viables es la que adoptamos todos los salvachucos y he aquí la respuesta a los
males de ignorancia y apatía que demostramos todos, en especial en estas fechas,
donde lo más importante ya no es cantar las notas de nuestro Himno ni rezar la
Oración a la bandera sino que se ha sustituido por la tradicional promoción de
las donas al 2x1, la bendita decisión de los padrastros de la patria para hacer puente si el día 15 de
septiembre cae lunes o viernes, pues de esta forma los negocios cerveceros, las
discotecas y los centros de ocio hacen su agosto en tiempo extra.
Justo estamos en el tercer día del mes, los noticieros presentan los ensayos de preparación de las bandas de paz, el Presidente inaugura el Mes Cívico en la Plaza Gerardo Barrios, Mitofsky (Casa encuestadora) presenta sus estadísticas de preferencia en vías de las elecciones presidenciales, Payes (Ministro de justicia) declara que agosto fue el mes menos violento en lo que va del año, los empresarios amenazan con subirle al pasaje, el precio del combustible subirá otra vez más, la harina sigue a la alza… así es septiembre, “el Mes patriótico”, pero en la realidad, un mes cualquiera.
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