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martes, 4 de septiembre de 2012

Nacionalismo, una inopia histriónica


Al igual que un embrión humano, el mes patrio debe esperar 9 meses para hacer su arribo al calendario de festejos nacionales, cumpliendo así con su obligación de recordarnos la fecha en que la región pasó del colonialismo español al autoritarismo criollo. Desde nuestro presente, hacemos un viaje de 191 años recorriendo sucesos transcendentales, crudos, tortuosos y de momentos gratificante, pero que al final suman una bitácora de experiencias compartidas, nuestra identidad, el sello propio de un salvachuco.

Pero hablar de identidad es casi como querer encontrarse con el primer átomo que formó al universo, ya que es tan minúscula que resulta imposible diferenciar en donde comienza la identidad salvadoreña y donde termina la masiva influencia de potencias imperiales extranjeras. Esta búsqueda de identidad es tan agotadora que mejor preferimos dejarlo todo para el noveno mes del año: Septiembre, el mes de la Independencia, de los símbolos patrios, los desfiles, el Himno nacional (entonado por una semana completa), la Oración a la bandera (mil veces repetida y siempre alguien le cambia el orden original) y más alejados de la escena estelar que ocupaban antes, los desterrados Próceres, Primeros padrastros oligarcas de la patria.

A medida han transcurrido los años, el amor por el “heroísmo” de nuestros criollos terratenientes se fue diseminando pues descubrimos que no eran tan valientes como nos imaginamos, por ejemplo, sus huellas no se comparan a las de Simón Bolívar, el líder sudamericano que liberó a varios países de su hemisferio. Más lejos de él en términos históricos está Tupác Amaru, otro sudamericano que tomó una identidad netamente Inca para exigir mejor trato en tiempos de la colonia. En fin, ejemplos sobran si de Latinoamérica se trata; sin embargo, cuando nos centramos en escudriñar nuestro legado precolombino, colonial y pasada la colonia, nos percatamos que hay un vacío existencial donde no converge nada más que puras leyendas y mitos surreales.

En nuestra perspectiva social actual, septiembre es el mes patriótico porque los medios nos lo taladran en el subconsciente para que no se nos olvide que vivimos en “libertad”. Y digo “para que no se nos olvide” porque con el clima político que opera diariamente en este paisito, Burdel de los demagogos, es muy común que pasemos por alto el hecho que poseemos libertad si de todas maneras nos sentimos atados a lo que la canasta básica dice, lo que las gasolineras publican en sus carteleras que dan miedo (pues cada día se ven más cerca de llegar al número 5), lo que los señores empresarios del transporte piden a cambio de seguir funcionando, el precio de las harinas, las tortillas, el gas…. Y si seguimos así terminaríamos el mes llenos de problemas.

Es por eso que la publicidad mediática de esta época se vuelve un recordatorio para que no percibamos el ambiente hostil como una encrucijada, un callejón estrecho, sin luz ni salida. Se vuelve conveniente entonces pensar en que la coyuntura financiera no representa mayor dificultad, no interviene en el libre albedrio ni en la rutina cotidiana de cada uno, al menos eso intentamos creer para llenar nuestros pulmones de argumentos ingenuos sobre la libertad que, supuestamente, gozamos los salvachucos.

Regresando a lo de la identidad, el guanaco, así conocido por los demás países centroamericanos, nos hemos agenciado algunos calificativos aceptables que únicamente sirven para encontrar un punto de unión en esta sociedad radicalmente polarizada y marcadamente dividida en clases sociales. Uno de ellos es el típico dicho que el salvachuco es trabajador; anda en la rebusca; lo vende todo, como dijo en su poema de amor Roque Dalton; son gente con valor (aunque traducido a nuestro lenguaje mundano se refiere a una persona con bastantes guevos, ¡que no se aculera pues!).

Por otro lado, los Cuscatlecos hijos de la gran… mala palabra como dice mi mamá somos reconocidos por nuestra gastronomía rica en colesterol, como en el caso de las celebres pupusas. No obstante, nunca falta aquel seudoaficionado a la transculturización que destroza lo poco de identidad que tenemos bautizando símbolos propios con nombres absurdos, ejemplo de ello es la pupusa Obama. Ni la comida se salva del despojo cultural fielmente avalado por todos. Dentro de la rama de las artes culinarias también tenemos el atol shuco, el de elote, los nuégados con chilate, las torrejas, ¡y hasta nuestra flor nacional: el izote!

Para un salvadoreño promedio, pero en su preferencia pobre, todos estos elementos se le hacen familiar, aunque fuera de las fronteras, El Salvador tiene más fama de puñetero que de experto en la cocina. Somos, en términos literales, el Vietnam de Centroamérica, un país que parece controlado por la violencia, por la marginación a la que nos han sometido por décadas, o por qué no decirlo, por los siglos de los siglos, comenzando en tiempos de la conquista. Esa fama la hemos ganado también gracias a los del Politburó, nuestros maestros y modelos ejemplares de corrupción, malversadores de fondos, polillas de las arcas del Estado y manipuladores del sistema de Gobierno.

Triste realidad para nosotros los salvachucos, a quienes solo nos queda levantar la cabeza, seguir en la lucha, pero si las cosas se ponen calientes, no dudamos en echar una putiada a quien nos ofende en tono agravante. Así es como terminamos en líos provocadores, sobre todo si se trata de un partido de futbol entre México y El salvador donde el refrán reza escuetamente que “Al mundial no vamos pero a México le ganamos”… lo duro es que les hemos ganado, pero seguimos esperando por nuestro tercer mundial.

Y ya que hablamos de la Selecta Cuscatleca, es imprescindible a la hora de contabilizar qué es lo que identifica a un salvadoreño. Somos una raza puramente futbolera, a pesar que hoy en día nadie da un centavo para invertir en el talento deportivo y seguimos amparados en las glorias del Mágico Gonzales, él único que ha llegado a clubes de talla internacional. Partiendo de ahí, nuestros recuerdos en el ámbito del balompié son poco gratos: dos mundiales (México 70 y España 82), ninguna victoria, un tan solo gol (fue del Pelé Zapata) y la mayor goleada que le han encajado a un equipo en la historia de los mundiales (derrotados 10 a 1 frente a Hungría).

Para no sacar el pañuelo de la vergüenza, prefiero seguir haciendo estadísticas sobre los elementos culturales que identifican a nuestro país. Quizá deba mencionar que, en materia turística, nuestras playas tienen buenos adeptos en el exterior. Nuestros lagos y lagunas dibujan un espectáculo natural en el horizonte humeante y atosigado de químicos tóxicos. Sin embargo, hay lugares que dejan mucho que desear, como las Ruinas de San Andrés, las del Tazumal o Joya de Cerén. Nada comparadas a las edificaciones aztecas en Yucatán o las de Machu Picchu en Perú. Claro, estas comparaciones son ilógicas, pero lo que sí es de valorar es que en estos países el trabajo arqueológico ha sido priorizado. En  cambio, en nuestro pedazo de tierra que llamamos República, preferimos tirar una capa de asfalto sobre vestigios indígenas pues creemos que tiene más valor una autopista que unas viejas vasijas con historia valiosa para entender la vida de nuestros ancestros.

Sea cual fuera el caso, donde sea que busquemos y metamos nuestras narices, nos encontraremos con grandes cárcavas como minas explotadas e innocuas debido a la carencia de documentación, de investigaciones y recolección de nuestro propio rompecabezas antropológico. Da igual, dicen muchos. Lo que pasó ya pasó y si vivimos así es porque no hay de otra. Ese pensamiento conformista y pesimista es el que nos tiene atados a las voluntades de otros, a los intereses comunes de las clases dominantes y de imperios Todopoderosos capaces de dejarnos sin comer con tal de que se haga lo que ellos piden.

Esa mentalidad de aceptación sin opciones viables es la que adoptamos todos los salvachucos y he aquí la respuesta a los males de ignorancia y apatía que demostramos todos, en especial en estas fechas, donde lo más importante ya no es cantar las notas de nuestro Himno ni rezar la Oración a la bandera sino que se ha sustituido por la tradicional promoción de las donas al 2x1, la bendita decisión de los padrastros de la patria para hacer puente si el día 15 de septiembre cae lunes o viernes, pues de esta forma los negocios cerveceros, las discotecas y los centros de ocio hacen su agosto en tiempo extra.

Justo estamos en el tercer día del mes, los noticieros presentan los ensayos de preparación de las bandas de paz, el Presidente inaugura el Mes Cívico en la Plaza Gerardo Barrios, Mitofsky (Casa encuestadora) presenta sus estadísticas de preferencia en vías de las elecciones presidenciales, Payes (Ministro de justicia) declara que agosto fue el mes menos violento en lo que va del año, los empresarios amenazan con subirle al pasaje, el precio del combustible subirá otra vez más, la harina sigue a la alza… así es septiembre, “el Mes patriótico”, pero en la realidad, un mes cualquiera.

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