Para esta ocasión he retomado dos de los trabajos periodísticos publicados en la edición 216 de Séptimo Sentido con el fin de descifrar un factor común en ambos: la violación de los derechos a la vida y la libertad de expresión. Sigfredo Ramírez y César Fagoaga presentaron dos historias llenas de impunidad, olvido y apatía de parte de las autoridades competentes. La pregunta al final de cada una es ¿Por qué? Por qué se debe tolerar tanto abuso, marginación y corrupción. Por qué alguien más debe decidir sobre el tiempo en que vivimos, por lo que decimos o tratamos de mostrar. La injusticia es parte de estos relatos, no obstante, esta no debe ser una simple explicación sino mas bien un motivo de alarma, sobre todo para quienes creen en la labor periodística, para los que defendemos el poder de la palabra, no de los medios masivos y hegemónicos.
Link de acceso a la crónica y reportaje - Séptimo Sentido - La Prensa Gráfica
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Las leyes de la
naturaleza nos dictan que en la vida salvaje hay un depredador y una presa, un
cazador y un cazado, un victimario y una víctima. Esos cánones primitivos no
excluye a los seres humanos pues basta con ver a nuestro alrededor para darnos
cuenta que las opciones se reducen a dos: vivir o morir.
En muchas ocasiones
decidir qué camino tomar no recae sobre nosotros sino en terceros, cuartos o
quintos, según sea el caso, privándonos así de todo derecho, y por qué no decir
del principal: el derecho a la vida.
No menos importante en la lista de violaciones descaradas y arbitrarias
encontramos el derecho a la libertad de
expresión. Podría decirse que es acá donde comienza todo un proceso de
abusos, reclutamiento psicológico y censura generalizada, que de no ser
acatada, termina cobrando factura en algún prójimo mártir de la verdad y defensor de las libertades.
La crónica y el
reportaje de los periodistas de Séptimo Sentido comparten esta línea
fotocopiada de cualquier otra sociedad latinoamericana, mundana y corrupta. Por
un lado está la lucha de los olvidados y sin patria de Rancho Quemado (El
Salvador) y Nahuterique (Honduras). Una lucha contra la pobreza y el desamparo
tanto de las autoridades hondureñas como salvadoreñas luego de la disputa
geográfica por los bolsones (Morazán). Hoy, nada ha cambiado en esas
comunidades, excepto porque el contrabando de madera se hace bajo la amenaza
del Comando Sumpul quienes ya han asesinado a dos hombres en la disputa por frenar
el paso de madera por puntos ciegos.
La otra cara de la
moneda son los asesinatos de periodistas y comunicadores en Honduras y México
aunque, más allá de una simple denuncia, el tema central gira entorno a la
impunidad, la deficiencia judicial en ambos países y las travesías
inminentemente mortales en la que estos profesionales laboran a diario. Leyes
desfasadas, promesas falsas e ilusas y protestas infructíferas resultan vanas
al ver como el número de muertes por el ejercicio periodístico asciende, así
como las amenazas y los atentados amedrentadores.
En ninguno de los
casos, tanto los que sobreviven del contrabando como los que mueren por su
profesión, cuentan con la oportunidad de decidir sobre sus vidas. Viven en un
limbo donde el único futuro quizá sea el día de hoy pues mañana no sabrán si su
cuerpo descansará en la morgue o desaparecerá en la corrupción de los infames
grupos de poder. Los que se quedan no les resta más que correr, callar y llorar
al que partió sin siquiera pedirlo.
En el corazón de estos
fenómenos subyacen otros como (en el caso del contrabando de madera) la
deforestación y explotación de los recursos naturales tan escasos y raquíticos
acá en nuestro país. Por otro lado está el miedo, una herramienta psicológica
que obliga a cualquiera a agachar la cabeza, tragarse las denuncias y
proclamaciones heroicas que en estos tiempos son una firma de muerte indeleble.
Ese es el panorama.
Mientras unos mueren en su diaria lucha por vivir, otros viven con la sensación
de que la muerte los acosa en todo momento. ¿Y quién se encargará de los
derechos de estos dos grupos? ¿Acaso no son dignos de protección e igualdad?
Los pobres apiñados a una montaña pelona viven del delito, pero subsisten
porque no hay de otra, y los redactores de la realidad mueren por sus letras,
mueren por la verdad, por la desconocida verdad. Ojala que cuando los leñadores
se acaben los pinos de Nahuaterique aun queden periodistas sembrados en los
medios, o por lo menos algunos para seguir reproduciendo los sucesos que nadie
ve, que nadie oye, debido al control de las hegemonías, a la desfachatez de los
“intocables”.
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