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miércoles, 15 de agosto de 2012

Cortometraje


Habiendo tanto de que hablar para un día como hoy en nuestro Valle de las hamacas y Burdel de los políticos, mejor me inclino a dejarme llevar por la brújula de mis ojos y lo que ellos logran capturar en mi regreso a casa. Mis ideas eran escasas desde que comenzó esta semana, a pesar que han estado ocurriendo sucesos que bien valdrían la pena traerlos al lenguaje escrito. Sin embargo, no siempre las ideas grandes triunfan cuando los sentidos se posan en pequeñeces cotidianas y poco llamativas.

El golpe motivacional que necesitaba me vino al abordar el autobús en las afueras de la universidad a la que asisto. Faltaba mas de media hora para que el reloj marcara el mediodía, el ambiente cálido no era tan agobiante, hasta parecía amistoso. La falta de espacios libres me hizo quedarme de pie a la mitad de la caja de metal en la que me transportaba. De ahí no me moví hasta llegar a mi destino pues habían encontrado lo que buscaba.

Dos asientos era la distancia que separaba mis ojos de los de una joven de cabello teñido en color rojo vino que vestía una blusa a cuadros azul con gris. En el estéreo ruidoso del autobús sonaba un mix bachatero de un grupo que ya no es más, salvo sus canciones que definen un beso en tres palabras muy abstractas e insinuantes. La joven perdió su mirada en el vidrio de la ventana dejando ver cuatro grandes botones bajo un discreto escote de cuello pronunciado tipo uve. Sus manos, adornadas con una pulsera de espiral azul, se estrechaban juntándose y aprisionando suavemente el vientre como en actitud de meditación.

Sus ojos no se inmutaban, seguía como en trance, como si recordara momentos lejanos o quizá próximos. Su rostro trigueño expresaba aflicción, nostalgia y fragilidad. Talvez sea por la limpieza de su cutis que no mostraba maquillaje, excepto en los contornos de los ojos, pero aun así su semblante lucía natural y conmovedor. Me envicié tanto en la imagen de aquella joven que dejé de seguir el ritmo de la percusión de las canciones que llenaban el espacio metálico y tambaleante con vibraciones hipersensibles.

La analicé tanto como pude. Su uñas pulcras y sin tinte, cabello atrapado en una cola azul negro poco distinguible y unas cejas tenues sin rastros de depilación. Me preguntaba en mis adentros qué era lo que recordaba o sentía. Acaso la música le trajo a la memoria recuerdos nada acogedores, será que simplemente se recostó sobre la ventana para desear llegar a alguna parte, pensaba en alguien o en absolutamente nada. Qué pasaba por su conciencia en esos largos minutos que la observé al compás de pequeñas interrupciones. Anhelaba descifrar el misterio que la envolvía y que ella leyera mis constantes inspecciones por aquello de los malos entendidos.

A pocas cuadras para que yo bajase del autobús sonrió varias veces. Una de ellas lo hizo como si su mente hubiese llegado a alguna nota curiosa, pero las siguientes ocasiones fueron en mi dirección. No me daba temor que descubriera mis intenciones de convertir la experiencia de verla en palabras vivas, aunque sí sentía pena de que se diera cuenta y lo tomara como un gesto gratificante y luego se molestara o se tornara en una competencia de miradas coquetas.

Por una parte no sería tan malo, no obstante, mis ojos guardan fidelidad a otro par de ojos que penetran hasta lo más profundo de mí. Por tal motivo prescindía de verla cuando volteaba hacía donde yo me encontraba. En un par de ocasiones logró apuntar su vista para colgarla sobre la mía lo cual me acobardó. No fui lo suficientemente valiente para dejarle ir una sonrisa pues no vaya ser que diera un paso en falso y terminara en otra cosa. La verdad yo nada más tenía la curiosidad de saber por qué de esa expresión inmortalizada como la de una escultura de mármol.

Si la oportunidad hubiese llegado, le habría confesado el propósito de mi diagnostico visual. De seguro no creería que todo era por simple instinto poético de escritor que busca historias en cualquier sitio, en cualquier rostro, donde sea y a la hora en que se le despierte el ánimo inspirador. Sería más interesante haberle dicho que pasaría a ser una de mis anécdotas gráficas y que estaría ilustrada en un pequeño escrito de un Don nadie que se dedica a nada por nada.

En fin, el bús arribó a la parada en la cual debía detenerse. Bajé sin la respuesta a la gran interrogante que me acompañó en los quince minutos de demora hasta ahí. Ella siguió su camino hacia no sé donde sin tener ni siquiera una mínima idea que luego estaría hablando de su cara congelada, emotiva y acongojada que reposó en el panel de la ventana apuntando al vacío y depositando en mí un glosario de preguntas, una maraña de intrigas que luego formarían una historia sin importancia, sin trascendencia, tal como la vida y obra de un escritor profeta de tierras ajenas.

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