Recuerdo fielmente el
día que arribé a la superficie de tus tierras acaneladas. Era jueves, el noveno
día del cuarto mes cuando el siglo apenas se acercaba a su primera década de
gestación. Debo aclarar que ya antes había especulado sobre la posibilidad de
encontrar vida más allá de esta opresiva realidad. Fue una decisión arriesgada
lanzarme al vacío, a las fauces del espacio desconocido y silencioso, no
obstante, los temores los até fuertemente a las estacas que dejé varadas allá,
a lo que antes llamaba “vida”.
Mis cálculos sobre
cuándo llegaría jamás fueron exactos y, a falta de un empujoncito de buena fe,
tomé coraje para anclarme a los bordes de las montañas pues era lo único
visible hasta ese entonces. Durante mis primeros meses de estadía aun no
concebía de manera racional como es que te había encontrado y mas aun, como
pudo ser posible que me recibieras sin pretextos ni objeciones. Parecía
tratarse de un milagro el hecho de que yo haya sido el único, en ese momento,
que tuve acceso directo por la ruta de los versos, poemas y anécdotas que te
envié mediante las fuerzas de atracción, los sentidos y el corazón.
Entre más tiempo
pasaba, más me permitías descender por las laderas acercándome a los valles
donde todo es más fluido y menos gélido. Desde que me fui sumergiendo en tus
suaves sonidos melódicos y pasivos, creció en mí la idea de que tu inocencia
era tan pura que engalanaba tus curvas iluminadas por la luz de una estrella
muy lejana a la que conocemos por antonomasia. Comencé a pensar que ese
semblante de sumisión era lo que te caracterizaba sin tan siquiera haber ido
más lejos en tu horizonte.
Al dejar atrás los
valles llegué a una especie de sabana donde creí encontrar más de lo que ya
había visto entre las montañas, pero ese sitio me hizo retractarme de aquello
de la inocencia y pasividad, pues era una extensión desértica tan larga y desolada
que ni la luminosidad de la estrella animaba un tan solo germen de esperanza.
Atrás había quedado los indicios de vida y solo observaba rocas polvorientas y
espinas tan grandes como el tamaño de los pinos de nuestro planeta. El efecto
de aquel paisaje fue fulminante al grado que estuve a punto de dar por hecho
que mi audaz maniobra al llegar a tierras arrinconadas había sido en vano ya
que toda esa zona cubría lo que mi vista podía encerrar de derecha a izquierda
como si observara el mar de pie sobre la arena y solo divisará, como ya se
sabe, esa perfecta línea recta que le hace a uno imaginar la infinidad de agua
que hay más allá.
Desilusionado por tal
hallazgo, decidí aguardar un mes, mas nunca pensé en volver. Me sentía tan atado
al nuevo lugar donde estaba que en ningún momento desee retornar ni
arrepentirme del viaje. Luego de intensas lluvias y fuertes vibraciones
provenientes del centro de la tierra acanelada, la estrella que me iluminó
desde mi llegada se dejó ver entre las espinas las cuales sucumbieron ante el
poder de los rayos. Así pues, tomé mi equipo de sobrevivencia y emprendí la
marcha nuevamente. Era como si me estuviera dando una oportunidad y me animara
a seguirla descubriendo.
Si pensé en que las
pruebas mas duras habían pasado, pues me equivocaba, ya que ante mí aparecieron
enormes altiplanos a los que debí de escalar. Traté de rodearlos pero a los
primeros intentos me desorientaba y volvía al mismo punto de partida. Entonces
pensé rápido y no dudé en jugarme de nuevo mi integridad con tal de avanzar
mucho más en tus aposentos. Fue aquí, en esta lucha infecunda donde percibí que
realmente estaba aferrándome a tus secretos en soledad, sin obtener tu
colaboración. Con cada paso que daba me sentía más cansado, y con poca voluntad
para defenderme de la confusión, desistí de mis herramientas y dejé que el
sueño me atrapara.
Durante ese lapso de
tiempo recordé mi vida primitiva antes de arribar a tu territorio, hice memoria
sobre mis experiencias anteriores y me di cuenta que ninguna había sido tan
aventurada como la tuya. Ni en el mundo donde pertenezco había trabajado tanto
como lo estaba haciendo en este y quizá lo mas extraño en esa meditación era
que aún no podía imaginarme de vuelta en mi casa de origen pues algo en mi
interior me susurraba que en tus brazos está mi futuro, en tus dominios debía
sembrar mis raíces, unirnos para dar frutos. Algo en mi interior me rezaba para
que me encargara de darle vida a este planeta, tu planeta, o talvez el de
ambos. Ese mensaje no me sonaba a mi propia voz y hasta hoy creo que en mi
subconsciente eras tú la que me llamaba a no desertar en esta conquista pues
aquí me espera la felicidad.
Somnoliento después de
aquel rato de reflexión, abrí mis ojos, observé detenidamente todo mi entorno,
tus fronteras, y en ellas vi los motivos suficientes para continuar, ponerme en
pie y caminar hasta ese tesoro del que me hablaste en el sueño. Me dispuse
entonces a buscar mis herramientas las cuales desparramé por doquier. Para
suerte mía, aun estaban como nuevas y las introduje a mi bolso pues sin ellas
no podría conquistarte.
Así comenzó mi descenso
de los brumosos altiplanos cuyos peñascos por poco y me vencen a medio camino.
No demoré mucho para ponerme en forma y llevar mis ánimos al nivel con el que
inauguré esta hazaña. La estrella se descobijó de la niebla que la cubría y
empezó a mostrarse en todo su esplendor dándome de su luz en mi trayecto. En el
ambiente distinguía algo diferente, como si el aire fuese más calmo, más de
fiar. Eso me inyectó confianza, seguridad y optimismo. Junto a esas sensaciones
de serenidad, divisé unas arboledas no muy a distancia de donde me encontraba.
Dicha señal era presagio de que más adelante me esperaba un bosque selvático, a
lo mejor tropical, lleno de vida, de vegetación y hasta manantiales o grutas
floridas para descansar.
Sin duda eso fue
exactamente lo que encontré. Por primera vez desde mi llegada pude alimentarme
de tus frutos, de tu bondadosa compasión. En el agua encontré la sinceridad que
fluía constantemente y hasta el día de hoy lo sigue haciendo. En los frutos y
las flores estaban tus dotes de dulzura, tu aroma romántico y peculiar, eso era
verdaderamente lo que te distinguía de las demás. En los sonidos descifré el
lenguaje que nacía de las profundidades de tu corazón como una cancioncita que
pronunciaba mi nombre o, en ocasiones, lo sustituía por sobrenombres cariñosos,
llenos de afecto y colorido. Todo se estaba encauzando libremente, como jamás
lo imaginé. Tus tierras se convirtieron en un espacio, o mejor dicho, en el
único espacio de armonía, de paz y de amor, cosa que ni en mi otro mundo había
experimentado.
El cielo tomó el color
de tus ojos, las flores adoptaron el olor de tu piel, esa piel que revestía el
paisaje, que sostuvo mis pasos en mi ruta hasta aquí. Tus cabellos se volvieron
cascadas muy brillantes combinando así con la belleza de tu hechura
perfectamente moldeada en el horizonte.
El planeta al cual
había llegado tres años atrás por fin se despojaba de sus ataduras quedando
atrás el tortuoso camino hasta ese paraíso. Pensé entonces que valió la pena la
perseverancia, las caídas, el dolor de mis manos y mis pies, el frío cuando aun
no me abrazabas, la soledad cuando aun me ignorabas, el desarropo cuando tu
piel acanelada se negaba a mis brazos, el destierro cuando tus labios mandaron
a los míos al exilio. Todo eso valió la pena pues ahora ya gozaba, por fin, de
tu gloriosa divinidad. Mis ojos se limpiaron con tus caricias, con tu mirada. Mis
manos entraron en reposo gracias a la sutileza de tu cintura, tus caderas, tu
ser entero. Apoyé mis mejillas sobre el cálido cutis de tu hermoso rostro y te
llamé por tu nombre, el nombre de tus tierras, de tu planeta, tu mundo. Sin
embargo, tu mundo dejó de ser simplemente tuyo y se convirtió en tierra de dos,
nuestro mundo, el espacio que aquella estrella disponía para que fuéramos
felices, creciéramos, enterráramos nuestras raíces y diéramos fruto a una nueva
generación de habitantes bajo cortinas de amor, paz y comprensión.
Desde que esta época comenzó,
tus tierras, nuestras tierras, han producido y son más fértiles que antes,
están llenas de vida, de fe y esperanza. Que decir de nuestras noches que se
inundan de sueños y anhelos, a pesar que pareciera que lo tenemos todo. Gracias
a ti he logrado nacer de nuevo, ser el que siempre quise y hacer lo que en mi
realidad anterior no pensé ni tan siquiera intentarlo. Gracias a ti, mi
princesa, fuente interminable de enamorados pensamientos, es que descubrí
nuestro planeta y, aunque pase desapercibido para los que no ven más allá de su
perspectiva, seguirá siendo nuestro, superando a la tosca realidad, a las
mentiras, las ofensas, los obstáculos y las limitantes. Nuestro pequeño mundo,
que en realidad es infinito y eterno, vivirá en nuestras mentes, se alojará en
nuestros corazones hasta que la estrella que nos unió deje de regalarnos su
majestuosa presencia pues, de lo contrario, solo será un enigma, el secreto más
secreto de nuestro apasionado amor donde solo hay dos testigos: tú y yo.
Fecha de redacción: 13.07.12
muy hermosa redaccion , llena de imaginacion y realidad a la vez
ResponderEliminarMuchas gracias. Pues sí, es una mezcla de ambas cosas: lo imaginario con la experiencia real. Gracias
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