Para este fin de semana Glenda Girón, la editora de Séptimo Sentido, nos trae un caso muy sonado por los medios sobre una joven que fue acusada de homicidio en grado de tentativa en contra de su hijo recién nacido. Este relato va más allá del escándalo creado por los medios y escudriña los motivos por los cuales ella intentó cometer este delito del que se le acusa. También, dentro de la crónica, se desarrolla un juego entre la culpabilidad y la dignidad de mujer y madre oprimida. Su experiencia se combina con la de otras dos mujeres que tratan de quitarse el estigma de madres asesinas pues las leyes las desfavorecen tal como la sociedad entera denigra al sexo femenino en todo ámbito en que ellas se establecen.
Link de acceso a la crónica - Séptimo Sentido - La Prensa Grafica
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Para nombrar a las
madres hay que estar o en su día sacrosanto o de mal humor. Así se dividen los
dos tipos de invocaciones maternas. – Feliz
día, madre - o – hijue tu madre;
hijue puta; puta madre; tu madre… - Es fácil llamarlas por su profesión que
no tiene escuela, preparación o manual integrado a sus hormonas, coquetería y
dotes feministas. Aunque, en la práctica, no es nada fácil ser madre pues, en
nuestro país, parece una condena, la cruz más grande y pesada.
El salvachuco, enteramente masculino, entiende por madre aquella que
lo parió, su nana, la jefa, la vieja, la
como jode, la maitra. Pero si en lugar de madre decimos mujer, las percepciones
varían drásticamente: la cualquiera, la
chambrosa, la inútil, la sirvienta, la infiel, la puta más puta y con cifras extra
numéricas. Ese dogma tradicional que nuestra cultura ocupa para definir a
una mujer y madre persiste pues, en una sociedad patriarcal, las puertas se
cierran para ellas, las que siempre han ido detrás del hombre como si fuera
cierto lo del “sexo débil”.
El título que Glenda
Girón le adjudicó a la crónica que patentó difiere con el que yo presento en
esta pequeña reflexión por muchas razones. La más destacada, según mi visión,
es que el caso de Silvia Jiménez, Karina Clímaco y Sonia Tábora a cualquiera
indigna de manera superficial. Sin embargo, pocos alcanzan a descifrar lo que
llevó a estas mujeres a optar por una decisión tan extrema o quizá confusa y malinterpretada.
Más indignante es entonces condenarlas sin ser empáticos en sus situaciones y simplemente
llamarlas inhumanas, crueles, sádicas y asesinas.
Una mujer en plenas
facultades psicológicas, económicas, físicas y cognitivas no se atrevería a deshacerse
de su propio hijo sin razones justificables (ante todo, ninguna razón sería
totalmente justa o válida). No obstante, qué pasa cuando a la labor de madre le
agregamos que la concepción fue producto de una depravada violación, que la
madre a penas y rebaza la adolescencia, es pobre, desempleada, sin educación,
violentada por su familia y, dentro de la misma, existe un record tradicional de
mujeres que han sido madres con hijos desconocidos por sus progenitores.
La realidad para estas
tres mujeres coincide con las anteriores características, pero nadie quiere ver
su historia personal para encontrar una respuesta concreta a lo que hicieron y
se aferran a la idea que ellas no son merecedoras del milagro de la vida. Ni mis palabras ni la crónica presentada como
base piden consideración por las mujeres acusadas ni tampoco están tratando de
esconder la verdad, mas bien, se trata de ver la espalda de estos casos, lo que
los medios de nota roja y escandalosa
publican irresponsablemente para ganar audiencia sedienta de “casos insólitos”.
Así fue como se conoció
el caso de Silvia Jiménez el cual fue relatado en uno de los noticieros
flamantemente autodeclarados “The number
one” gracias a las exitosas notas como “Llantos
de ayuda”, “Reportajes espectaculares”
y “Casos espeluznantes” con los que
han llegado al top ten de los
noticieros en horario prime. Recuerdo
ese día en que uno de los idolatrados reporteros de apellido Arana usaba su
tono de voz macabra para decirle al pueblo que estaba frente al mismísimo demonio.
Al preguntarle a Silvia de lo sucedido, ella no sabía como explicar lo que
había pasado. Pero, con lo profesional que es este señor reportero, él se
encargó de explicarles a los televidentes en pocas palabras que ella era una
desgraciada, enferma, inconsciente y desquiciada mujer que intentó matar a su
recién nacido.
Claro, como poner en
duda las palabras de los “Number one”
si ellos muestran la realidad más doliente y veraz. Al final, la gente que vio
esa nota compró la idea que Silvia era una loca sin corazón, una Puta vieja, o al revés, aunque prefiero
dejarlo así para hacer alusión a una obra de Melitón Barba que lleva el mismo
nombre. Incluso, debo aceptar que yo fui uno de los que creyó en la imagen
miserable que los medios dieron de Silvia, la que quiso enterrar vivo a su hijo.
Ahora, gracias a las investigaciones de la revista, he neutralizado esos
pensamientos y el sinsabor de aquel día pues, viendo los indicios del caso, hay
más preguntas que una verdad segura.
Luego de un poco más de
un mes, Silvia sigue siendo procesada por el delito de homicidio agravado en
grado de tentativa y su pequeño está resguardado, o mejor dicho, enjaulado en
el ISNA. Ella ha dicho escasas palabras, no tiene la firmeza ni el carácter para
defenderse siendo esto muestra del maltrato que de seguro ha recibido a lo
largo de sus 18 años. Con todo esto no puedo dejar de pensar en las mujeres que
conozco, que me rodean y que amo de sobremanera. Me hago cuestionamientos sobre
si ellas hicieran lo mismo estando en la situación de Silvia o las otras dos
mujeres acusadas de abandono y asesinato.
Lo cierto en todo esto
es que hasta en las leyes y procesos judiciales se ve marcadamente la
desventaja en la que se encuentran las mujeres, y para agregarle un adjetivo,
las mujeres pobres y humildes. ¿Por qué tanta disparidad? ¿Por qué tanto abuso?
Y ¿Por qué hay tantos hombres con espíritu
machista-patriarcal que aplastan los derechos de las mujeres? Y cuando
hablo de sus derechos y el respeto que merecen no puedo evitar citar ejemplos
tan comunes en nuestra cultura de hombres
promiscuos y de mente banal. Palabras sueltas que se escuchan en la calle
como – mami, pero que rico lo tiene –
o – que tetas mi amor, préstemelas –
y - amor, que nalgas más buenas – y
otros tantos adefesios putrefactos que salen como serpientes de la boca y la
irreverente imaginación masculina.
Esa es la cultura muy
bien aprendida de nuestros salvachucos
en cualquier lugar o rincón de este cajón en el que vivimos. A la mujer no se
le respeta en la calle, en el trabajo, en la propia vivienda y para variar, ni
las leyes se atreven a defenderlas como sí lo harían con cualquier hombre, así
se tratase de un extorsionista, un ladrón, un homicida, un narcotraficante, un estafador
o de esos megadepredadores del
Politburó que hacen y deshacen a placer y a boca
de jarro.
¿Y así pretendemos
lograr una democracia inclusiva? Nuestro pueblo se está marchitando, está
desterrando a las flores que nos dan la vida, al mismo tiempo que las utilizan
como esclavas sexuales o para cualquier otro tipo de aberraciones. Lo que les
sucedió a las tres mujeres del relato de Glenda es el resultado de décadas de opresión
femenina, de encierro y privación inhumana de sus derechos básicos. Ellas
también son víctimas de la tradición “Teopatriarcal”
y autoritaria en la que se desarrolla la vida en la mayoría de familias
salvadoreñas. Las esperanzas de una equidad imparcial entre hombres y mujeres
está lejos de ser un hecho, mientras tanto, las mujeres ya sea niñas, jóvenes,
adultas y ancianas seguirán siendo las “hijas
de puta” de este Estado que, como buen ejemplo de padre salvachuco, nos ha dejado huérfanos.
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