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sábado, 11 de agosto de 2012

Soy Yerbatero

La presente crónica fue realizada a principios de febrero del 2012. Se desarrolla en una de las calles más concurridas del Centro de San Salvador y trata un tema tabú en nuestra sociedad: el uso de plantas medicinales y el oficio de las limpias y trabajos espiritistas. Hasta su ubicación causa cierto morbo pues dichas ventas están empotradas fuera de un lugar religioso. Sin embargo, las férreas posturas de sus vendedores y sus clientes le dan vida a un mundo mágico, naturalista y donde los malos espíritus son combatidos con pócimas increíbles, oraciones y ritos plagados de tradición.

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“Le traigo el remedio para ese mal de amor que le estremece, no se merece sufrir si su pareja le dejó. Tengo toda clase de brebajes, plantas medicinales. Las he traído desde muy lejanos bosques hasta aquí”. Si usted conoce a Juanes es muy probable que haya escuchado esta canción alguna vez. “Yerbatero”, un nombre que suena a muchas cosas: a yerbas, a plantas, a medicinas caseras, a brebajes, remedios milagrosos y un sinfín de ideas. Pero, qué hay de las personas que se dedican crear y comercializar estas pócimas fantásticas (para muchos mágicas).

Pues bien, en nuestro país existe una gran cantidad de comerciantes que se ganan la vida vendiendo todo tipo de remedios naturales desde los más sencillos y comunes hasta aquellos tan inimaginables que ni siquiera nos hacemos la idea que existen. Es así como comienza esta travesía preguntándome a mí mismo qué podría encontrar o qué cosas nuevas iba a conocer en esta búsqueda.

El primer intento de acercamiento fue toda una odisea. Era como entrar a un mundo y sumergirse en otro. Como si el mar entero se aglomerara en una burbuja sumamente débil, a punto de estallar, no solo por lo tumultuoso del lugar sino también por sus peculiares olores, desechos putrefactos y armazones de hierro que van y vienen por las congestionadas calles.

El sol implacable, sonidos escandalosos, variopintos y estructuras de antaño que se levantan de entre la humildad de los hormigueros ofreciendo hasta lo más insignificante como propuesta de negocio. La selva para algunos, el infierno para el forastero. Irónicamente, es acá donde encuentran la comodidad aquellos que deben abstenerse de los lujos y más irónico es para los que ven de este pequeño mundo su vida entera, su alimento y su futuro.

Sí, este es el Centro de San Salvador, tan único como inconfundible. Para variar en un día sábado donde la gente corretea de un puesto a otro buscando el mejor precio, el regateo o quien lo tenga más barato. Entre tanto revuelo, avancé hasta estar de frente a la Iglesia El Calvario, un templo de color fúnebre, entristecido por los años y asfixiado entre las continuas aglomeraciones.

A un costado de la iglesia se encuentra, paradójicamente, una línea no tan extensa de vendedores de yerbas, medicinas y una variedad de velas de diferente color. Y no solo eso pues en las fachadas de los puestos se alcanza a leer de manera clara anuncios como “Se hacen limpias, se lee la mano y se hacen trabajos”. Aquello era tan normal que, si acaso alguien lo leía en su paso por este sitio, talvez no le daba importancia a estos rótulos bastante llamativos y nada mas centraba su atención en los manojos de plantas que hacen ver, al menos es ese espacio, una especie de vivero selvático con aromas suaves, que difieren con los estrepitosos hedores provenientes de los carretones repletos de camarón, pescado fresco y los que se desprenden de las alcantarillas, los desperdicios o hasta de la propia gente.

Mi vista recorrió todos aquellos puestos (alrededor de 10) buscando posibles fuentes amigables que no sospecharan de mi curiosidad investigativa y compraran mi apariencia de cliente que trata de ver qué es lo más cómodo.

Luego de casi dos horas recopilando material visual y llevando de regreso a casa un repertorio de olores y sensaciones nuevas, decidí concluir mi sondeo para tratar de estructurar mis ideas que ya a esas alturas eran totalmente diferentes comparadas con las que tuve antes de llegar al lugar.

Cinco días después o para ser exactos un jueves, regresé a la fila de puestos con un plan más certero y hasta cierto punto beneficioso para mi fuente a la que estaba punto de conocer. Para esta ocasión cambié la ruta de llegada y lo hice por el lado contrario con el objetivo de escudriñar a los que atendían los negocios sin llamar tanto la atención y así obtener un mejor panorama de quién sería él o la primera en visitar.

Es así como llegué al primer puesto donde encontré a una señora corpulenta, bien maquillada y que desde lejos escuchaba su llamado diciendo – Venga amor que le damos – Junto a ella una joven delgada y sonriente a quien le pregunté si vendían alfalfa. Hasta ese momento mis ojos nunca habían visto qué era eso hasta que la señora me lo mostró. Es una yerba grisácea, un poco dura que parece cascaras picadas en trocitos. Ahí me confirmó algunos de sus usos como el de limpiar el sistema digestivo y aliviar el mal aliento.

Luego pregunté por otro tipo de remedio que alguna vez escuché por boca de mi abuela, “el juanilama”. Sí tenemos – dijo la señora tomando una vara para bajar una pequeña bolsita mas otra yerba que, según como me explicó, sirve para aquellas mujeres que padecen de dolores menstruales severos. – Póngaselo a cocinar y dígale a su novia que se lo tome nomas esté – replicó muy segura al mismo tiempo que tomé nota.

Sin más que preguntarle después de haberle contado una falsa historia sobre los supuestos problemas que padecía mi novia, caminé hacia otro puesto. Ahí estaban dos señoras más que vestían delantal. Con un aspecto bastante serio que al principio me intimidó, preguntaron qué buscaba. Con ellas agoté mi imaginación y pregunté por algún remedio útil para hongos en los pies.

Una de ellas me ofreció me ofreció un remedio que consistía en cascaras de quina, chichipinse y un jabón de ruda. Mientras tanto la señora que la acompañaba me mostraba las yerbas y el jabón con etiqueta “Hecho en El Salvador”.

Lo más sorpresivo de esto es que al leer las utilidades del jabón pude ver que servía para mantener el embrujo y evitar los sustos. De inmediato pregunté por otro jabón que también funcionara para mi supuesto problema y me ofrecieron un jabón de bálsamo que tenía los mismos beneficios. Decidí comprarlo y antes de marcharme tuve curiosidad por saber para qué utilizaban las patas de cabra que colgaban de algo parecido a un tendedero. Sin embargo, inexplicablemente, mejor guardé silencio y caminé para tomarme un descanso.

Estuve un rato sentado pensando en mi último golpe pero sentí que se me acababan las ideas. De momentos concebía cosas demasiado arriesgadas o que quizá serían estúpidas y no me creerían. Por fin decidí ser yo de nuevo el del problema, aunque no fuese tan lejos y a lo mejor no obtendría las respuestas que buscaba, fui por mi último intento.

Me acerqué a un puesto donde descansaba una viejecita y una mujer no tan adulta. Ahí pregunte qué podía hacer para bajar de peso (aclarando que esta ve era un problema real). La mujer sonrió y tomó un frasco de capsulas que, muy tajantemente, dijo que surtirían efecto. Hasta lo ejemplificó con el caso de una señora bastante pesada que ahora muestra su abdomen adornado con un “piercing”. Al que los productos que vi antes, este también fue hecho acá. Contenía almendras, apio y un conjunto inmenso de yerbas que si trato de recordarlas jamás terminaría.

La anciana, muy amablemente, explicaba como ella, a su avanzada edad, se mantiene llena de vitalidad – Aquí donde me ve a mis 63 años no padezco de nada porque he vivido de puras yerbas – Le dije que regresaría por las capsulas no sin antes agradecerle y comprarle un par de puros por aquello del “mal de ojo”.

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