La presente crónica fue realizada a principios de febrero del 2012. Se desarrolla en una de las calles más concurridas del Centro de San Salvador y trata un tema tabú en nuestra sociedad: el uso de plantas medicinales y el oficio de las limpias y trabajos espiritistas. Hasta su ubicación causa cierto morbo pues dichas ventas están empotradas fuera de un lugar religioso. Sin embargo, las férreas posturas de sus vendedores y sus clientes le dan vida a un mundo mágico, naturalista y donde los malos espíritus son combatidos con pócimas increíbles, oraciones y ritos plagados de tradición.
_________________________________________________________________________________
“Le traigo el remedio para ese mal de amor que le estremece, no se merece sufrir si su pareja le dejó. Tengo toda clase de brebajes, plantas medicinales. Las he traído desde muy lejanos bosques hasta aquí”. Si usted conoce a Juanes es muy probable que haya escuchado esta canción alguna vez. “Yerbatero”, un nombre que suena a muchas cosas: a yerbas, a plantas, a medicinas caseras, a brebajes, remedios milagrosos y un sinfín de ideas. Pero, qué hay de las personas que se dedican crear y comercializar estas pócimas fantásticas (para muchos mágicas).
Pues bien, en nuestro
país existe una gran cantidad de comerciantes que se ganan la vida vendiendo
todo tipo de remedios naturales desde los más sencillos y comunes hasta
aquellos tan inimaginables que ni siquiera nos hacemos la idea que existen. Es
así como comienza esta travesía preguntándome a mí mismo qué podría encontrar o
qué cosas nuevas iba a conocer en esta búsqueda.
El primer intento de
acercamiento fue toda una odisea. Era como entrar a un mundo y sumergirse en
otro. Como si el mar entero se aglomerara en una burbuja sumamente débil, a
punto de estallar, no solo por lo tumultuoso del lugar sino también por sus
peculiares olores, desechos putrefactos y armazones de hierro que van y vienen
por las congestionadas calles.
El sol implacable,
sonidos escandalosos, variopintos y estructuras de antaño que se levantan de
entre la humildad de los hormigueros ofreciendo hasta lo más insignificante
como propuesta de negocio. La selva para algunos, el infierno para el
forastero. Irónicamente, es acá donde encuentran la comodidad aquellos que
deben abstenerse de los lujos y más irónico es para los que ven de este pequeño
mundo su vida entera, su alimento y su futuro.
Sí, este es el Centro de San Salvador, tan único como
inconfundible. Para variar en un día sábado donde la gente corretea de un
puesto a otro buscando el mejor precio, el regateo o quien lo tenga más barato.
Entre tanto revuelo, avancé hasta estar de frente a la Iglesia El Calvario, un templo de color fúnebre, entristecido por
los años y asfixiado entre las continuas aglomeraciones.
A un costado de la
iglesia se encuentra, paradójicamente, una línea no tan extensa de vendedores
de yerbas, medicinas y una variedad de velas de diferente color. Y no solo eso
pues en las fachadas de los puestos se alcanza a leer de manera clara anuncios
como “Se hacen limpias, se lee la mano y
se hacen trabajos”. Aquello era tan normal que, si acaso alguien lo leía en
su paso por este sitio, talvez no le daba importancia a estos rótulos bastante
llamativos y nada mas centraba su atención en los manojos de plantas que hacen
ver, al menos es ese espacio, una especie de vivero selvático con aromas suaves, que difieren con los
estrepitosos hedores provenientes de los carretones repletos de camarón,
pescado fresco y los que se desprenden de las alcantarillas, los desperdicios o
hasta de la propia gente.
Mi vista recorrió todos
aquellos puestos (alrededor de 10) buscando posibles fuentes amigables que no
sospecharan de mi curiosidad investigativa y compraran mi apariencia de cliente
que trata de ver qué es lo más cómodo.
Luego de casi dos horas
recopilando material visual y llevando de regreso a casa un repertorio de
olores y sensaciones nuevas, decidí concluir mi sondeo para tratar de
estructurar mis ideas que ya a esas alturas eran totalmente diferentes
comparadas con las que tuve antes de llegar al lugar.
Cinco días después o
para ser exactos un jueves, regresé a la fila de puestos con un plan más
certero y hasta cierto punto beneficioso para mi fuente a la que estaba punto
de conocer. Para esta ocasión cambié la ruta de llegada y lo hice por el lado
contrario con el objetivo de escudriñar a los que atendían los negocios sin
llamar tanto la atención y así obtener un mejor panorama de quién sería él o la
primera en visitar.
Es así como llegué al
primer puesto donde encontré a una señora corpulenta, bien maquillada y que
desde lejos escuchaba su llamado diciendo – Venga
amor que le damos – Junto a ella una joven delgada y sonriente a quien le
pregunté si vendían alfalfa. Hasta
ese momento mis ojos nunca habían visto qué era eso hasta que la señora me lo
mostró. Es una yerba grisácea, un poco dura que parece cascaras picadas en
trocitos. Ahí me confirmó algunos de sus usos como el de limpiar el sistema
digestivo y aliviar el mal aliento.
Luego pregunté por otro
tipo de remedio que alguna vez escuché por boca de mi abuela, “el juanilama”. – Sí tenemos – dijo la señora tomando una vara para bajar una pequeña
bolsita mas otra yerba que, según como me explicó, sirve para aquellas mujeres
que padecen de dolores menstruales severos. –
Póngaselo a cocinar y dígale a su novia que se lo tome nomas esté – replicó
muy segura al mismo tiempo que tomé nota.
Sin más que preguntarle
después de haberle contado una falsa historia sobre los supuestos problemas que
padecía mi novia, caminé hacia otro puesto. Ahí estaban dos señoras más que
vestían delantal. Con un aspecto bastante serio que al principio me intimidó,
preguntaron qué buscaba. Con ellas agoté mi imaginación y pregunté por algún
remedio útil para hongos en los pies.
Una de ellas me ofreció
me ofreció un remedio que consistía en cascaras
de quina, chichipinse y un jabón de
ruda. Mientras tanto la señora que la acompañaba me mostraba las yerbas y
el jabón con etiqueta “Hecho en El
Salvador”.
Lo más sorpresivo de
esto es que al leer las utilidades del jabón pude ver que servía para mantener el
embrujo y evitar los sustos. De inmediato pregunté por otro jabón que también
funcionara para mi supuesto problema y me ofrecieron un jabón de bálsamo que tenía los mismos beneficios. Decidí comprarlo
y antes de marcharme tuve curiosidad por saber para qué utilizaban las patas de cabra que colgaban de algo
parecido a un tendedero. Sin embargo, inexplicablemente, mejor guardé silencio
y caminé para tomarme un descanso.
Estuve un rato sentado
pensando en mi último golpe pero sentí que se me acababan las ideas. De
momentos concebía cosas demasiado arriesgadas o que quizá serían estúpidas y no
me creerían. Por fin decidí ser yo de nuevo el del problema, aunque no fuese
tan lejos y a lo mejor no obtendría las respuestas que buscaba, fui por mi
último intento.
Me acerqué a un puesto
donde descansaba una viejecita y una mujer no tan adulta. Ahí pregunte qué
podía hacer para bajar de peso (aclarando que esta ve era un problema real). La
mujer sonrió y tomó un frasco de capsulas que, muy tajantemente, dijo que
surtirían efecto. Hasta lo ejemplificó con el caso de una señora bastante
pesada que ahora muestra su abdomen adornado con un “piercing”. Al que los
productos que vi antes, este también fue hecho acá. Contenía almendras, apio y un conjunto inmenso de
yerbas que si trato de recordarlas jamás terminaría.
La anciana, muy
amablemente, explicaba como ella, a su avanzada edad, se mantiene llena de
vitalidad – Aquí donde me ve a mis 63
años no padezco de nada porque he vivido de puras yerbas – Le dije que
regresaría por las capsulas no sin antes agradecerle y comprarle un par de
puros por aquello del “mal de ojo”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario