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lunes, 6 de agosto de 2012

La última aldea virgen

Este fin de semana pasado, la revista Séptimo Sentido nos presentó un reportaje realizado por Ronald Portillo en el que se muestra una verdadera joya ecológica: el parque Montecristo, una reserva de biosfera compartida con los países vecinos de Guatemala y Honduras. El eje central de este trabajo gira entorno a la vida de los habitantes dentro del parque a los que el periodista denomina colonos y su relación con el ambiente resguardado fielmente por autoridades del Ministerio del Medio Ambiente por mandato de la UNESCO. Sin embargo, la poca consciencia sobre la importancia de estos focos de vida hace difícil el trabajo de organizaciones en pro del medio ambiente y al mismo tiempo, debido a los malos hábitos de los que ahí residen, el lugar corre riesgo de perder su calidad de patrimonio ecológico ya que en nuestro país cada vez son menos los sitios protegidos contra la depredación, explotación y contaminación.


Link de acceso al reportaje - Séptimo Sentido - La Prensa Grafica


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Hemos cerrado las puertas a las multinacionales mineras y sus proyectos de muerte, no tenemos reservas de petróleo de donde extraer ni una gota de ese líquido pastoso, no contamos con una sobrepoblación de fábricas e industrias que desparramen una cantidad exorbitante de residuos químicos, no somos el país que emite más emisiones de gases de efecto invernadero y tampoco somos los responsables de que la materia prima se esté agotando. Entonces, ¿dónde está el problema?

El problema medioambiental de nuestro país no solo recae en las transnacionales que invaden nuestro territorio, tampoco es asunto únicamente del MARN (Ministerio del Medio Ambiente y Recursos Naturales) o de entidades no gubernamentales. El problema es tan nuestro como el nombre que llevamos puesto. El enemigo no está solamente afuera sino también entre nosotros, o por que no decir nosotros mismos. La sobrepoblación, el consumismo, la poca cultura en pro del respeto de la naturaleza, la caza voraz de especies casi extintas, el poco espacio para asentarse y muchos factores más nos vuelven culpables y responsables de la situación actual.

Las consecuencias de nuestra falta de hábitos ecológicos las vivimos a diario: la calidad del agua cada vez es peor y escasea, la temperatura se vuelve intolerable, las lluvias son copiosas en épocas invernales, las cosechas se pierden, las tierras son menos fértiles que antes, las toneladas de basura ya no caben en los botaderos, las quebradas no dan abasto por la insalubridad que corre entre sus venas… en fin, son muchos los males que nos hemos infringido y todo porque creemos que el agua, el aire, la energía y las recursos vitales que mueven al mundo no acabarán jamás… grave error.

Nuestro planeta lucha cada segundo por producir lo que el hombre le exige, a pesar que la capacidad de producción comienza a flaquear debido al número de habitantes y el acaparamiento de los países de primer mundo. No se necesita ser un meteorólogo, biólogo, geólogo o cualquier erudito de las ciencias para vaticinar sobre nuestro futuro. Y lo que más lamentaremos nosotros, los del undécimo mundo, es que si hoy somos los últimos lo seguiremos siendo después, cuando la tierra llegue a su límite y las guerras cambien de lo político a una disputa por los recursos naturales. A lo mejor ni los últimos de ahora serán contados en la lista pues por el rumbo que vamos desapareceremos, nos matarán de hambre más rápido de lo que nos imaginamos.

Es por eso que, mientras ese día apocalíptico no llega, deberíamos trabajar con lo poco que nos queda tal como lo hacen los pobladores de las Majaditas, una comunidad que habita la zona núcleo del parque Montecristo en Metapan. Como lo relata el reportaje de la revista, para los pobladores es difícil comprender el equilibrio en el que tratan de vivir pues no es parte de nuestra cultura velar tanto por nuestra madre tierra. Lo de los salvachucos es apedrear pájaros, matar cusucos, garrobos, comer huevos de tortuga y hasta nuestra propia flor nacional: el izote.

A todo esto los que deberían poner un alto al holocausto de la flora y fauna simplemente no se dan cuanta o no lo quieren ver. Bueno, sería mucho pedirles si ellos, el Politburó, desayunan hot cakes, waffles y para el almuerzo y la cena caviar, sushi, pastas, pero lo que no debe faltar es el vino, el coñac, el ron, tequila o wiski como el digestivo perfecto. Para los días del infierno veraniego prefieren la cerveza, boquitas y más cerveza. Ellos no saben nada de la caza de los animales silvestres, ni de la deforestación que provocan cuando ratifican la construcción de nuevas carreteras, presas hidroeléctricas, centros comerciales, hoteles y lugares turísticos. Y si no pregúntenle a don Norman, nuestro famoso alcalde, quien se receto la idea de construir un parque en medio de un cafetal en honor al Bicentenario o mejor dicho, en honor a los Próceres (oligarcas) de la patria, a los que él quiere imitar.

Sin caer de nuevo en culpas y señalamientos, cito este ejemplo de tantos que se pueden nombrar en nuestro trozo de país. Pero, volviendo a la reserva de biosfera compartida de Montecristo, es de apreciar ese pequeño espacio de vida que aun trata de sobrevivir a los depredadores humanos. No obstante, hay mucho por hacer en el contexto de concientizar a los habitantes, tanto los que lo habitan y los demás incivilizados de fuera para que luchen por preservar los pocos metros cuadrados de arriates de las calles, los árboles de los manglares, bosques, parques, montañas y cordilleras de nuestro país.

Al menos con eso colaboramos a que no muera un pulmón más dentro de la capsula toxica en la que vivimos los capitalinos y los que residen en ciudades populosas. Hasta nuestros jardines contribuyen a la sobrevivencia de nuestro planeta mundano y, entre más sean los instruidos en el dogma de “no contaminación, sí al reciclaje, sí a la reutilización y a la conservación de la flora y fauna”, los efectos nocivos y autodestructivos pueden ser menos tormentosos.


Como vemos, nuestro papel en el planeta es indispensable pues, así como hoy lo exprimimos gracias al todopoderoso capital, también así lo podemos salvar y salvarnos a nosotros, a nuestros hijos y los próximos en venir a esta tierra. Debemos heredar una casa más limpia, segura y con conciencia ecológica, con respeto a la naturaleza y los seres vivos que mantiene ese equilibrio que nuestras acciones han roto por décadas y que están dejando una huella que no parece cicatrizar, no por ahora.

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